Los países pobres dependían, a menudo, de dos o tres productos para obtener ingresos del exterior que les permitieran salir de una economía de subsistencia. Si el precio de esos productos bajaba lo suficiente algún año o si las cosechas eran significativamente peores que la media (por ejemplo, porque hubiera sequía o el monzón no apareciera ese año), la ruina caía sobre el país.

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Es decir, la falta de mecanismos de aseguramiento impidió a esas economías crecer porque, con mayor o menor periodicidad se producían “ceros”, es decir, los ingresos del país caían estrepitosamente. Y esos “ceros” no solo son letales para los individuos que fallecen de inanición. También son letales para la economía de un país porque los costes de disrupción y las distorsiones en el comportamiento económico de los individuos que provocan por no hablar del riesgo que suponen para la estabilidad política y, en definitiva, para la paz civil, son más dañinos que la propia pérdida de ingresos.

¿Por qué no se enriquecieron los países pobres en medida pareja a los ricos occidentales? Por tres razones: desindustrialización, crecimiento de la desigualdad (con las consecuencias negativas en el plano institucional y político) y – esto es lo que más me interesa – por la volatilidad de los precios de las materias primas. Es decir, los países pobres se desindustrializaron (la industria relevante es la textil, naturalmente) por lo que no se beneficiaron de las externalidades positivas en cuanto al crecimiento que tiene la industria en su fase inicial.