Si hay alguna batalla que merece la pena librar es ésta: impedir que el monstruo siga engordando. Para esa batalla hacen falta más trabajadores sociales que soldados. Más maestros que registros de policía. Que unos descerebrados se armen hasta los dientes y conviertan una cafetería, una sala de conciertos, un instituto o un parque en una versión posmoderna del Call of Duty, elQuake o cualquier otro videojuego de pegar tiros, empieza a convertirse en una costumbre bastante molesta.
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Lo siento, colega, pero esto no es una guerra
Lo siento, colega, pero esto no es una guerra
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