Trump está planteando un incremento de 54.000 millones de dólares en gasto militar para 2018. No es una cifra menor. Es más o menos igual a todo el presupuesto anual de Defensa de Francia y mayor que los presupuestos militares del Reino Unido, Alemania o Japón y solamente 12.000 millones de dólares menor que todo el presupuesto militar de Rusia en 2015 (...) eso significará, por ejemplo, un recorte del 31% en la Agencia de Protección del Medioambiente y un 29% de recorte en Exteriores. TRADUCCIÓN COMENTARIOS 1 y 2
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Traducción 1: Cuando Donald Trump decidió “hacer algo” acerca del uso de armas química contra civiles en Siria, ordenó que la U.S Navy enviase 59 misiles de crucero contra un aeropuerto sirio. El coste fue de 89 millones de dólares. El ataque fue, como mucho, simbólico, ya que el régimen de Assad lanzó misiones de bombardeo desde ese mismo aeropuerto al mismo día siguiente. Pero sirvió para algo: poner en contexto el inmenso coste de cualquier tipo de acción militar en nuestra era. Mientras esos 89 millones de dólares son un error de redondeo para el presupuesto de 600 mil millones de dólares que tiene el Pentágono, representa un dineral para otros organismos. Es más del doble de los 38 millones anuales presupuestados para el U.S Institute of Peace y más de la mitad de los 149 millones del Consejo Nacional para las Artes, ambos condenados a ser eliminados en la propuesta presupuestaria de Trump. Si el ataque aéreo hubiese conseguido de alguna manera hacer que nosotros (o que cualquiera) estuviéramos más seguros, podría haber valido la pena, pero no es el caso. En este siglo de interminables conflictos militares, el público norteamericano nunca ha sido puesto delante de los costes inmensos que suponen las guerras libradas en su nombre. El coste humano (incluyendo una estimación de 370.000 muertos, más de la mitad civiles y de los millones que han sido desplazados de sus hogares y puestos en fuga, a menudo teniendo que cruzar sus fronteras-)son, seguramente, las consecuencias más devastadoras de estos conflictos. Pero los costes económicos de nuestras guerras recientes no deberían ser ignorados, tanto porque son enormes en sí mismos como por la cantidad de iniciativas pacíficas que se desvanecen por pagar por ellos. Incluso en las raras ocasiones en las que los costes de la preparación de conflictos y el desempeño de los mismos en Estados Unidos son cubiertos por los medios de comunicación, nunca reciben la atención que deberían teniendo en cuenta su importancia. En septiembre de 2016, por ejemplo, el Proyecto de los Costes de Guerra de la Universidad de Brown, presentó un informe demostrando que, desde 2001, los Estados Unidos han gastado 4,79 trillones de dólares entre gastos corrientes y a futuro como consecuencia de sus guerras en Iraq, Afghanistan, Pakistan y Siria, además de la guerra doméstica que libra el Departamento de Homeland Security. Dicho informe fue, por supuesto, recogido por una serie de grandes medios, incluyendo The Boston Globe, The Los Angeles Times o The Atlantic. Sin embargo, dada su importancia, debería haber sido portada de todos los periódicos de Estados Unidos, haberse viralizado en las redes y haber sido objeto de decenas de editoriales. No hubo manera. Sin embargo las cifras deberían hacer estremecer nuestra imaginación. El gasto por operaciones militares directas supuso “solo” 1,7 trillones de dólares, esto es, menos de la mitad del gasto total. El Pentágono desembolsó dichos fondos no mediante su presupuesto regular, sino mediante una cuenta separada llamada Contingenia para Operaciones en Ultramar. Después hubo más de 900.000 millones de dólares en costes de guerra indirectos pagadas por el presupuesto regular de Defensa y por el presupuesto del Departamento de Asuntos de Veteranos de Guerra. Y no olvidemos sumar le más de medio trillón de dólares que compone el presupuesto del Departamento de Homeland Securtiy desde 2001, además de un gasto calculado de 1 trillón de dólares adicionales en costes futuros por el cuidado de los veteranos de las guerras de este siglo durante toda sus vidas. Si alguien prestase realmente atención, la pregunta sería qué tan perpetuas van a ser las políticas de guerra de Washington tras el 11S. Ese coste, de hecho, amerita una atención especial. La Administración de Veteranos tiene problemas crónicos a la hora de prestar una atención adecuada y a la hora de pagar pensiones a tiempo. Su mayor desafío es la cantidad brutal de veteranos generados por las recientes guerras de Washington.
Dos millones de personas han accedido al sistema de pensiones de veteranos militares desde que comenzaron las guerras en Afghanistan e Iraq. La mitad de ellas tienen reconocidas pensiones de invalidez perpetuas. Más de uno de cada siete
327.000sufre de lesiones cerebrales traumáticas. No es sorprendente que la cifra gastada por la Administración de Veteranos se ha triplicado desde 2001. Ya ha alcanzado los 180.000 millones de dólares anuales y aun así la Administración de Veteranos aun no es capaz de contratar los suficientes doctoras o enfemeros como para atender a sus necesidades. Ahora imaginen otros 15 años más en semejante situación, con las incontables guerras y la avalancha de veteranos que producirían e imaginemos la pinta que tendría el Informe de Coste de Guerras en 2032. Teniendo en cuenta todo esto, uno podría pensar que el gasto a largo plazo que supone atender a los veteranos se toma en cuenta cuando un presidente decida si seguir, o no, con la inacabable serie de guerras en el Gran Medio Oriente y África pero, por supuesto, eso nunca ocurre.¿Qué implica un mundo donde lo militar va primero en términos presupuestarios.?
Tomemos como ejemplo a Trump. Incluso antes de que comience una gran guerra propia (si es que lo hace), ya ha permitido a sus generales retomar con renovada energía prácticamente todos los conflictos que están en marcha desde hace prácticamente quince años. Además, dejó brutalmente claro que está dispuesto a otorgar cientos de miles de millones de dólares adicionales, provenientes de los impuestos, al Pentágono en los próximos años. “Voy a construir unas fuerzas armadas que serán tan fuertes que nadie se atreverá a meterse con nosotros”, dijo Trump en setiembre de 2016. Al tiempo que hace planes para disparar el presupuesto del Pentágono una vez más, sin embargo, hay algo que parece ignorar absolutamente. A un ritmo de más o menos 600.000 millones de dólares anuales, el actual presupuesto del Pentágono se acerca al nivel máximo que tuvo tras la II Guerra Mundial y ya es mayor de lo que fue en el momento culminante del enorme rearme emprendido en los 80 por el presidente Ronald Reagan. Siguiendo la dudosa teoría de que más es siempre mejor, en lo que se refiere al gasto en Defensa (incluso si eso significa que menos es peor para todo el resto de Estados Unidos), Trump está planteando un incremento de 54.000 millones de dólares en gasto militar para 2018. No es una cifra menor. Es más o menos igual a todo el presupuesto anual de Defensa de Francia y mayor que los presupuestos militares del Reino Unido, Alemania o Japón y solamente 12.000 millones de dólares menor que todo el presupuesto militar de Rusia en 2015. Trump y su Director de Presupuestos, Mick Mulvaney, han declarado que compensarán este dramático incremento en el presupuesto del Pentágono con recortes de gasto en ministerios domésticos y en Asuntos Exteriores. En un mundo donde lo militar es lo principal, ¿quién se preocuparía del antiguo arte de la diplomacia? Si el presidente se sale con la suya eso significará, por ejemplo, un recorte del 31% en la Agencia de Protección del Medioambiente y un 29% de recorte en Exteriores. Se eliminarán también los 8 mil millones de dólares en subsidios que garantizan servicios básicos a comunidades de bajos ingresos, incluyendo las ayudas para ancianos que no pueden permitirse calentar sus casas en invierno. Desaparecerá también cualquier apoyo para 19 agencias independientes, incluyendo el Consejo Nacional de las Artes, el Consejo Nacional de Humanidades, Servicios Legales, la Corporación de Radio Pública o la Comisión Regional de los Apalaches, que invierte en desarrollo económico, educación y proyectos de infraestructura en una de las regiones más pobres de Estados Unidos.
#1 Un consejo para la próxima traducción: los trillones anglosajones son billones de los nuestros
#6 ¡Gracias! La verdad es que no lo tenía claro (llegué a los billones y ahí ya me quedé).
Traducción y 2: En conjunto, según el plan actual, el presupuesto de Trump aumentaría la porción de tarta que se lleva el Pentágono, el gasto en veteranos, homeland security y armas nucleares hasta un alucinante 68% del gasto federal. Y recordemos que dicho gasto incluye prácticamente todo lo que el gobierno hace, excepto los programas “fijos” como la Seguridad Social, Medicare o Medicaid. Seguro que no les sorprende descubrir que la guerra perpetua y la necesidad de perpetuar todavía más conflictos deja poco espacio para invertir en medio ambiente, diplomacia, energía alternativa, alojamiento u otros gastos domésticos, por no hablar de mantenimiento de infraestructuras. Dicho de otra manera, la preparación y el ejercicio de la guerra nos asegura que la América futura será más sucia, más enferma, más pobre y menos segura.
Los mayores beneficiarios de la generosidad del Pentágono serán, como siempre, las grandes empresas de armamento como Lockheed Martin, que recibió más de 36 mil millones de dólares en contratos solo durante 2015, el último año con estadísticas disponibles. Para poner esa cifra en perspectiva, los contratos de Lockheed Martin ya son más grandes que los presupuestos de 22 de los 50 estados que componen Estados Unidos. Los 100 mayores contrastistas de defensa recibieron 175 mil millones de dólares solo en 2015, que equivalen a un tercio del presupuesto total de Defensa. Estas cifras crecerán si Trump consigue los fondos que reclama para construir más buques, aviones, tanques y armas nucleares.La administración Trump tiene todavía que explicar de manera precisa cómo planea gastar todo ese dinero adicional del Pentágono que reclama, pero las declaraciones del presidente dan algunas pistas. Ha planteado el crecimiento de la Armada desde los 272 buques actuales hasta 350 o más. La Oficina de Presupuestos del Congreso estima que solo los gastos de construcción de semejante plan supondrían 800 mil millones de dólares durante las próximas tres décadas, a un coste anual de 26.600 millones de dólares, que en conjunto supone un aumento del 40% en relación al presupuesto actual de la Armada para construir barcos. Para poner esto en contexto, incluso antes de que Trump plantease el aumento de gasto, la Armada planeaba desembolsos enormes en artículos como 12 submarinos nucleares balísticos con un coste de desarrollo y construcción de más de 10 mil millones de dólares por unidad. En lo que concierne a los buques de superficie, Trump quiere sumar dos portaaviones adicionales a los 10 ya en servicio. Lo dejó claro en un discurso dado a bordo del USS Gerald Ford, un nuevo portaaviones de 13 mil millones de dólares que, como la mayoría de los programas del Pentágono, ha estado plagado de sobrecostes y problemas de funcionamiento.
Trump quiere también duplicar un programa preexistente del Pentágono para gastar un trillón de dólares durante los próximos 30 años en el desarrollo de una nueva generación de bombarderos nucleares, submarinos y misiles basados en tierra. Mientras el plan es llamado, educadamente, “modernización” del arsenal nuclear estadounidense, en realidad representa la apuesta de Washington de lanzar una nueva carrera armamentística mundial. Así que, entre un montón de planes poco pensados para gastar más, este en concreto es de especial significado, ya que los Estados Unidos ya poseen una capacidad nuclear más que suficiente y que los actuales sistemas de lanzamiento pueden durar décadas modernizándolos. Para dar a todo esto un sentido de escala, dos estrategas de la Fuerza Aérea determinaron que los Estados Unidos necesitan solamente 311 cabezas nucleares para disuadir a cualquier país del mundo de atacar con armas nucleares. Con un arsenal de 4.000 cabezas nucleares, Estados Unidos posee más de 13 veces dicha cifra. Suficiente, en resumen, para destruir la Tierra varias veces. Y no olvidemos que Trump pretende añadir decenas de miles de nuevos soldados y marines a las filas militares. Según la estimación más conservadora, el coste de equipar, entrenar, pagar y desplegar un solo soldado cuesta casi un millón de dólares anuales (y esto sin tener en cuenta los futuros gastos en términos de pensiones), así que cada 10.000 soldados adicionales significan al menos 10 mil millones más por año. Y no olvidemos que los estremecedores costes mencionados representan solo la base del gasto total que Trump pondrá en marcha aunque no nos meta en una gran guerra, porque en guerra ya estamos ahora. Después de todo, Trump ha heredado no menos de siete conflictos de Barack Obama: Afganistán, Iraq, Libia, Pakistan, Somalia, Siria y Yemen. Cada uno implica una combinación diferente de herramientas, incluyendo tropas, instructores, fuerzas especiales, bombardeo convencional, ataques de drones y el armado de fuerzas locales. Basándonos en sus primeros cien días en el poder, la pregunta no es si Trump escalará estos conflictos (lo hará), sino cuánto más lo hará. Ya ha autorizado a sus comandantes a “quitarse los guantes” relajando los criterios para llevar a cabo ataques aéreos en Afganistán, Siria, Iraq, Yemen y Somalia, con un incremento instantáneo de las casualidades civiles como resultado. Ha cedido a sus comandantes la capacidad de decidir cuántas tropas desplegar en Iraq, Siria o Afganistán, haciendo que sea razonable suponer que más soldados USA entrarán en acción durante los próximos meses y años.
Todavía parece bastante improbable que lo que ahora pueden considerarse como las guerras de Trump se conviertan en el mismo tipo de gran conflicto que la administración de G.W. Bush provocó en Iraq. En el momento cumbre de ese desastre más de 160.000 soldados norteamericanos y un número similar de contratistas privados pagados por el gobierno estaban desplegadas en Iraq, comparados con los 7.000 soldados y 7.800 contratistas que se encuentran allí ahora. Tampoco parece justificado suponer que el anunciado incremento de tropas en Afganistan (entre 3.000 y 5.000 soldados adicionales) vayan a convertir los actuales 8.400 en los 100.000 que había en el momento cumbre de la administración Obama, entre 2010 y 2011. Pero no respiremos aliviados todavía. Dado el comportamiento errático de Trump hasta ahora, con una semana amenazando un ataque preventivo contra Corea del Norte y la siguiente proponiendo conversaciones para mitigar el programa nuclear de Pyongyang, todo es posible. Por ejemplo, podría haber un fuerte incremento de personal USA en Iraq y Siria cuando su compromiso de “volar a bombazos” al ISIS no se traduzca en la desaparición del grupo. Y si algo hemos aprendido de la experiencia iraquí, más allá de que intentar usar la fuerza militar para rehacer otro país es una receta segura para provocar un desastre humanitario y de seguridad, es que los líderes, tanto políticos como militares rutinariamente infravaloran el coste de la guerra. Antes de la invasión de Iraq, por ejemplo, los funcionarios de Bush citaban cifras tan bajas como 50.000 millones de dólares como gasto total de la operación, del inicio al final. La realidad es que, de acuerdo con la investigación del Servicio de Investigación del Congreso, los gastos directos por la intervención en Iraq han sido como mínimo 16 veces mayores (bastante más de 800.000 millones) y siguen creciendo. Una decisión que podría disparar los ya altísimos planes de gasto de Trump sería un incidente que degenerase en una guerra total con Irán. Si el equipo de Trump –una notable colección de iranófobos- deciden atacar ese país no hay manera de calcular cómo acabarían las cosas o hasta qué punto escalarían los gastos. Como el analista Ali Vaez, del International Crisis Group ha comentado, una guerra con Irán “convertiría los conflictos en Afganistán o Iraq en un paseo por el parque en comparación”.
Así que antes que el Congreso y el público den su visto bueno a otra intervención militar o a la escalada de alguno de los conflictos actuales, tal vez sea el momento de considerar, finalmente, los verdaderos costes del estilo norteamericano de hacer la guerra, en vidas perdidas, dólares gastados y oportunidades desperdiciadas. Es razonable apostar que nunca en la historia una sociedad ha gastado más en hacer la guerra y ha obtenido menor retorno por todos los dólares que ha puesto en ello.
Luego harán películas emotivas y patrióticas de como los americanitos que se alistaren para "defender la libertad" vuelven a casa con stress postraumático por matar asiáticos y árabes.
Deberían leer acerca de como colapsó el Imperio Español.
Los veteranos de 25 años con pensión a perpetuidad es una movida.
#9 Quedarse paralitico a los 25 es una movida tope tocha.
Ya no digamos, si es por ir a una guerra en la otra punta del mundo para luchar con el enemigo de tu enemigo...
#12 desde luego, son críos.
Llama la atención que sean veteranos cuando hace nada eran menores de edad.
#13 Pues si, son críos, muchos con la vida rota.
Bueno, tranquilos que no creo que ese incremento en presupuesto de defensa sea porque quiere meterse en alguna guerra como en cambio si hubiera hecho Killary de haber ganado.
#5 Eres un cansino, el mismo comentario en todas las noticias sobre EEUU:
https://www.meneame.net/search?u=pezzonovante&w=comments&q=killary
#7 No sabía que tuviera un biógrafo
Los soldados los sacan de lo mas desamparado de sus ciudades, gente que de otra manera difícilmente tendrían un futuro digno, y todo para mantener el sistema que los mantenía desahuciados, qué les importa a quien haya que bombardear.Círculo imperialista perfecto.