Después de que el médico me comunicase que el cáncer sólo me ofrecía unos 6 meses de mala vida, decidí ahorcarme en un pinar por donde siempre paseaba. Lo último que recuerdo de mi vida humana es una sensación corta pero indescriptiblemente dolorosa, tras la cual todo se volvió negro. Entonces desperté en aquella cabina de cristal. Cuando se abrió, encontré a un ser cuyo aspecto me recordaba a Shiva, la diosa hindú, salvo porque su cara se asemejaba a la de una tarántula sin mandíbulas y levitaba sobre una multitud de tentáculos que sustituían lo que deberían ser sus piernas. Al incorporarme, descubrí que yo era como él. Inmediatamente me habló:
-Bienvenido a tu edad adulta Pqnw. Pronto el ordenador nos dará tus resultados y se te asignará un lugar en nuestra sociedad de acuerdo con tus aptitudes.
-¿Pqnw? ¿Quién soy y dónde estoy?
-La amnesia aún durará un poco. Has estado menos de un sol dentro de la máquina, pero para ti son como 25000 soles. Pronto recordarás quién eres y tu vida real. Aunque los recuerdos de tu avatar te acompañarán siempre.
-Todo lo vivido hasta ahora...¿no era real?
-No. Nuestra civilización lleva miles de soles usando este programa para organizarnos con la máxima eficiencia. Recreamos la vida en un planeta llamado Tierra, extinguido hace millones de soles. Te introducimos en él dándote un avatar aleatorio, y el algoritmo analiza tus pasos a través de tu vida allí. Todo es irreal: la gente con quien interactúas, acontecimientos, guerras, avances tecnológicos, crisis políticas...y está ideado para conocer tus puntos fuertes y débiles a todos los niveles, desde la fortaleza de carácter a la inteligencia, pasando por la ética, el compromiso con tu gente, la capacidad de sufrimiento o la iniciativa. Y...acabo de ver que ya están tus resultados.
-Supongo que seré penalizado por haber abandonado el programa antes de tiempo.
-Al contrario, has mostrado pragmatismo, mente analítica y cierto valor al identificar el momento a partir del cual la vida no podía ofrecerte nada salvo dolor, y atreverte a saltar al vacío. Teniendo en cuenta el resto de tus interacciones durante la prueba, te hemos asignado un puesto de comandante-ingeniero en nuestra colonia espacial L-2381-SQ. Bienvenido al primer día del resto de tu vida tras este breve paréntesis.
Esta parte del "relato corto" (muchas comillas) viene de aquí y en este orden, primero aquí:
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Después aquí:
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Luego:
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***
El lunes la sucursal del banco estaba alborotada, se habían formado dos bandos definidos e irreconciliables sobre la desgracia del hombre en la pasarela. Unos tachaban al Ayuntamiento de no haber construido un puente mucho más fiable y menos estético. Otros destacaban la imprudencia de esa persona en un momento así para hacer una maldita foto.
Juan estaba ensimismado pensando en las labores de limpieza en el cauce. No podía quitarse de la cabeza el poder ver el momento exacto del descubrimiento de su paquete. Le encantaría estar ahí y ver sus caras, pero no podía ser, ya había ido demasiadas veces a la zona, aunque era un área de paso y mucha gente transitaba por ese puente, tanto andando como en coche.
-Juan, ¿tú qué opinas? –le preguntó el otro cajero de ventanilla.
-¿Sobre qué? –respondió Juan intentando ser sociable.
-Coño, que el tío fue un imbécil, como tantos otros que palman haciéndose “selfies” y gilipolleces varias sólo por unos “likes”.
-¿Quién, el de la pasarela?
-Claro, quién va a ser, joder, siempre estás en las nubes... –dijo la subdirectora de la oficina, pasando con unos papeles delante de las ventanillas de atención al público-. Si hubieran hecho una pasarela como Dios manda, esto no habría pasado.
-A veces, las cosas pasan porque sí, sin razón aparente ni motivo –respondió lacónico Juan.
El timbre de petición de apertura de puerta exterior sonó, Juan le dio al botón correspondiente y una clienta entró. Todos guardaron silencio, dejando sus discusiones para otro momento.
Mientras atendía a la señora volvió a mirar las cajas de los clips, ahora ordenados, metálicos por un lado y de colores por otro. Respiró aliviado como si el mundo volviera a tener sentido, con una sonrisa le indicó a la mujer que esa operación la hiciera mejor desde el cajero. Órdenes de Dirección. La señora, que podría tener más de setenta años, lo miró con cara de no entender nada. Juan añadió que debería usar la aplicación del banco en el móvil, que todo era más fácil así. Sin mediar palabra, la señora enseñó su teléfono, un “tontomóvil” de marca irreconocible.
La mañana pasó entre clientes cabreados por algún error bancario, usuarios con peticiones imposibles, y repeticiones de una de las frases mágicas: “Normativa del Banco Central”, esa consigna que era una mezcla de comodín de todo y de nada y motivo de muchos enfados.
Cuando terminó su horario laboral, varios compañeros dijeron de ir a tomar algo en la “otra oficina”, un bar dos portales más allá de la sucursal bancaria. Juan nunca iba con ellos. Demasiado esfuerzo le costaba fingir ser relativamente sociable.
En coche, de vuelta, resistió el acuciante deseo de pasar por el puente y ver cómo iban los trabajos. Si habían comenzado a las ocho de la mañana ya tendrían bastante avanzados los trabajos de limpieza. ¿Incluiría la tala de arbolitos, cañas y maleza?
Cuando llegó a casa, miró la lista culinaria y se dio cuenta de que el fin de semana no había preparado nada. Se estremeció al pensar que hoy tenía planificado albóndigas en salsa, brócoli en ensalada y flan. Nada de eso estaba preparado. Nervioso, se comió un trozo de pan con embutido y un helado que languidecía en el congelador desde meses atrás.
Tras recoger la mesa, fue al canasto de la ropa sucia y rescató la ropa de aquella noche. No recordaba si llevaba camisa azul o la de cuadros verdes y negros. Se esforzaba en hacer memoria pero temía inventarse el recuerdo. Cogió el pantalón tejano que sí llevaba y lo metió en una bolsa de basura, luego las dos camisas. Se quedó mirando la ropa restante del canasto, sopesando si toda estaría “contaminada” con algún posible resto. Sin pensarlo más sacó toda la ropa sucia y la metió en la bolsa. De nuevo sus ojos se quedaron petrificados mirando el propio canasto ahora vacío. Fue a su taller, cogió la maza y machacó la cesta de la ropa hasta dejarla destrozada y casi plana para que cupiera en otra bolsa de basura. Más relajado, sacó las bolsas al jardín para tirarlas en otro momento.
Conectó el portátil y navegó por las noticias en el mismo orden de siempre. Para disimular si ese alguien invisible estuviera controlando sus movimientos en la red, hizo clic en la publicidad de un nuevo restaurante mexicano, en una nueva serie de animación de un canal de pago y en un nuevo modelo de coche híbrido asiático.
En un periódico local, en portada: “Margarita Martínez de 73 años, desaparecida de la Residencia Luz de Luna”. Juan notaba cómo el azar estaba jugando con la realidad de un modo que no sabía interpretar. ¿Esto era bueno para él? ¿Podría complicarle las cosas? ¿Más medios regionales para estas búsquedas? ¿O difuminaría los esfuerzos policiales? Miró con detalle la foto de la mujer con el rótulo de: “DESAPARECIDA” y sus datos para identificarla. Parecía feliz, sonriente y sin mucho maquillaje. “La mujer, que necesita medicación, salió voluntariamente de la residencia. En el momento de su desaparición llevaba chaqueta azul y pantalón negro. Mide 1’68, es de complexión gruesa y tiene el pelo canoso. Se pide la colaboración ciudadana”.
Colaboración ciudadana. Sólo en su localidad de unos 70.000 habitantes había varias residencias de ancianos y en las localidades cercanas otros tantos, no parecía que fuera nada extraño el caso de esta mujer, sólo que ahora prestaba mucha más atención a estas cosas. Se decía fríamente.
Buscó más noticias sobre la limpieza del cauce y no encontró nada, tan sólo una minúscula nota de prensa del comienzo de los trabajos acompañada de una foto donde se veía una pequeña excavadora y varios trabajadores con casco y chalecos reflectantes. Típica foto tomada por un desganado reportero gráfico. Posiblemente mal pagado y mal considerado. Seguro que le habrían insistido en que se vieran claramente los chalecos con el rótulo del Ayuntamiento.
Esa tarde tiró las bolsas con los restos de ropa y canasto en contenedores diferentes y alejados, ya le parecía una costumbre ritualizada desde años atrás, la asumía como algo normal. Fue al vivero a comprar tierra y semillas de césped. No había de la clase que ya tenía en el resto del jardín. Así que compró otra variedad ante la insistencia del vendedor de que su tipo de hierba ya no tenía distribuidor.
Dejó los sacos en el jardín y se dispuso a cocinar todo lo que el fin de semana no había hecho. Puso la radio de la cocina en un canal de noticias. Mientras, preparaba unas albóndigas y hacía un sofrito de tomate y cebolla, caramelizaba más cebolla en otra sartén para otro plato.
La locutora de ese informativo anunciaba que el Ayuntamiento había habilitado una página web para que la población pudiera registrar posibles incidencias relacionadas con la limpieza viaria del municipio. De esta manera se establecía una nueva vía de comunicación directa entre el Consistorio y los vecinos y vecinas. Juan se giró hacia la radio y se le escapó un sonoro: “¡Venga ya!” O el azar estaba haciendo muchas horas extras o el mundo se había confabulado contra él. A cuento de qué venían ahora con esa web, las calles estaban limpias, aparte de algunos muebles viejos abandonados cerca de los contenedores, la ciudad no necesitaba de esos “policías de la basura”. Casi se dió un corte en el dedo mientras picaba cebolla. La cortinilla musical dio paso a un anuncio de “Detergente Mariángeles, limpieza total de las manchas más difíciles.” Ahora Juan sí que se dió un corte en el dedo. La paranoia estaba llegando a límites absurdos. Fue al baño y se lavó con jabón el corte y se puso una tirita. Se fijó en la marca del jabón de manos: “Viuda de la Maza”. Incrédulo, volvió a mirar de nuevo el rótulo horadado en la pastilla: “Viuda de Itaza”.
Al volver a la cocina se le habían pasado las albóndigas de fritura y humeaban al fuego. En la radio entrevistaban al amigo de la desaparecida Ana Ferrer. Apagó el fuego y se sentó en el taburete a escuchar con atención.
-Estamos con Juan José González, amigo de la mujer desaparecida Ana Ferrer. Hola, Juan José.
-Hola.
-¿Cómo estás viviendo estos días lo sucedido con Ana?
-Pues muy preocupado, la verdad, ya he hablado con la Policía y les he contado todo lo que sé.
-¿Qué puedes contarnos, ya que suponemos que hay informaciones que no puedes divulgar?
-Habíamos quedado en casa para organizar unas vacaciones en Suecia... planificar hoteles, vuelos, comidas, esas cosas... Íbamos a ir a Malmö también porque ella es muy fan de la serie “Bron/Broen” y quería... –se le quiebra la voz.
-Tranquilo, Juan José.
-Pues eso, que nunca llegó a casa, vivo al final de la calle Águila Martínez...
Juan se quedó helado al oír el nombre de la calle. Su calle. Imposible. De todo punto imposible. Por eso la mujer iba caminando calle abajo cuando pasó delante de su puerta.
-...Nunca llegó, me llamó sobre las diez de la noche más o menos diciendo que venía ya para acá. Y luego, nada.
-¿Qué le ha dicho la Policía?
-Poca cosa, son muy reservados. Les dije que estaba solo en ese momento, que si buscaban que yo tuviera una coartada o algo así, que no tenía, estaba solo en casa esperándola. Pero que jamás, nunca, jamás le haría daño a Ana. Jamás.
Juan seguía en estado de conmoción. Un sudor frío le recorría la nuca. Hasta que la mente fría se impuso. Debía dar un paseo.
Dos horas de paseo hasta la cena, ni siquiera había mirado qué tenía planeado en la lista. Tenía claro que no pasaría por el cauce, reunió todas sus energía mentales para evitar pasar por allí. Fue calle abajo, buscando de algún modo difuso dónde podría vivir el amigo de la mujer. Había casas con jardines más elegantes, con rosales y buganvillas, otros más modestos con macetas de crasas, otros con el suelo enlosado para usarlos de garaje de coche pequeño. No podía deducir de ninguna manera quién podría vivir en cada casa. Estaba llegando al último número de la calle cuando se fijó que uno de los cordones de las zapatillas se había desanudado. Se agachó para atarlos cuando una idea le golpeó de repente, algo que iba rebotando en su cabeza de un lado para otro, resonando entre recuerdos difusos. Las zapatillas. Eran las mismas que había usado aquella noche. No podía correr el riesgo de que pudieran tener algún resto microscópico. Se dio la vuelta y volvió a casa.
Abrió el zapatero y buscó otras zapatillas de deporte, unas viejas que apenas usaba. Se quitó las que llevaba puestas y las metió en una bolsa. ¿Debía lavarlas antes? Las sacó y las puso en el bidé, después echó un buen chorreón de lejía y las cubrió con agua caliente. La semana que viene tendría que comprar zapatillas nuevas. Odiaba la zapatería que había a un paseo de su casa, estaba regentada por el típico vendedor que a cualquier pregunta te respondía con otra pregunta o con alguna corrección técnica que no venía a cuento.
Reflexionó sobre el hecho de que si a estas alturas aun seguía viendo huecos en su plan, algo no estaba haciendo bien, las docenas de pequeños detalles que estaba pasando por alto le ponían nervioso y aumentaban la paranoia, una obsesión que siempre había sido un arma para él y que ahora parecía estar fuera de control. Debía volver a recomponer su sistema, sus mecanismos, su perfecta relojería mental.
Miró la hora y se dispuso a cenar. Azar. No tenía nada preparado de la lista de comidas. Con lenta parsimonia cogió el cuadrante semanal, pegado con imanes a la nevera, y lo rompió en pedazos muy pequeños, tirándolos a la basura. Azar. Miró la nevera. Huevo cocido y un poco de atún en lata, con mayonesa de curry. Fruta. La que había en el frutero, manzanas.
Tras cenar, se acercó al jardín, encendió la luz del patio y comenzó a arrojar tierra en el hueco que había dejado, haciendo una cama que permitiera echar las semillas del césped nuevo. Eran las once de la noche cuando terminó de dejar listo el jardín. Oyó ladrar al mini perro de la señora colorida. Abrió el portón y allí estaba, en la otra acera, dejándole hacer sus cosas en la valla del solar de enfrente. Pantalón ajustado a sus anchas caderas de color naranja y amarillo, camisa suelta de color verde y dorado y pulseras varias de color arcoíris. Ella se giró, lo miró y siguió su camino tironeando del chucho.
Eran las doce cuando entró en la ducha. Durante años estuvo tentado de quitar los espejos del cuarto de baño, de toda la casa. Evitando mirar las cicatrices de los pechos, en el pecho izquierdo en la parte inferior del pezón y en el derecho en la zona superior. Tuvieron que operarle de adolescente para volver a colocar esa parte del cuerpo, tenía una deformidad al nacer que hacía que uno estuviera arrugado y fuera de simetría y el otro pezón mucho más alto de lo normal. No era estética, podría afectar a la columna vertebral, decían, y de ahí la operación. Con los años, aceptó verse en el espejo.
Se puso el pijama y sonó el teléfono fijo. Desde el dormitorio, descolgó el auricular. Sabiendo que sería su padre.
-Hola –dijo en tono neutro, casi gélido.
-Tu madre ha entrado en coma...
-Vale.
-Los médicos no saben qué puede pasar, ni si saldrá del coma o no y los daños... y... –con la voz temblorosa.
-Vale.
-Juan, es tu madre.
-Lo sé.
-Bueno, voy a ver si ceno algo, me quedo aquí de guardia...
-Vale.
Juan colgó y se dispuso a dormir. Esa noche durmió de un tirón y sin recordar pesadillas, las tuviera o no. Lo que no se recuerda, no existe.
La mañana clara y soleada se colaba por la ventana de su dormitorio. El lento cambio de estaciones le generaba desconcierto, aunque últimamente el orden que se había impuesto se estaba resquebrajando hacia un mundo desconocido para él. Sabía improvisar pero dentro de un orden, el suyo. Aceptaba el azar como una coordenada más, aunque improvisar sin organización previa le parecía demasiado primitivo.
Para el desayuno miró lo que tenía en los armarios de cocina y en el frigorífico. Pan tostado con mantequilla y un café. Era temprano, así que fue directamente a leer las noticias. Ansia y curiosidad mezcladas daban una combinación extraña en Juan, una sensación nueva para él.
Nada en portada que a él le sirviera para algo. “Marta Bejarano, concejal, encara el miércoles nueva cita con la jueza Rosa Peinadora tras su decisión de que el caso acabe en un tribunal con jurado.” Para Juan esto era como ver el fútbol, ni le interesaba, ni entendía cómo le podía interesar a nadie. Para su socialización debía conocer las rivalidades futbolísticas locales, nacionales e internacionales, y así poder contestar a las preguntas sobre el último partido o a las decisiones de los entrenadores. Aburrido. Siguió mirando la prensa, leyendo en diagonal. Nuevas noticias sobre el calentamiento global, un robo en una gasolinera a punta de pistola, un artículo sobre los microplásticos y el horóscopo, que últimamente parecía volver a estar de moda. “¿Desde cuándo?” Se preguntaba sin saber la respuesta. Hizo clic en su signo: “Hoy tendrás el corazón a flor de piel. Dedicarás esfuerzos a resolver problemas en diferentes áreas. El peligro es que te quedes atrapado en el aspecto mental de las cosas. El aspecto en juego de hoy te recuerda la importancia de tus emociones.” Basura aleatoria que tampoco entendía cómo podía motivar a nadie, lo mismo que el deporte televisado o visto en el campo. Absurdo. Emociones ajenas.
El día de trabajo pasó a toda velocidad, y cuando se quiso dar cuenta ya estaba en el coche de vuelta a casa, uno de esos días donde el tiempo no significa nada y sólo había un instante de conciencia a la entrada del banco y otro a la salida. Ese día no puso la radio y se pasó el camino tarareando una canción infantil: “¿Quién le tiene miedo al lobo, miedo al lobo, miedo al lobo. ¿Quién le tiene miedo al lobo? Que lobo será... Que looobooo seeeraaaá... Nana-na-na, na, na, na, naaa, na...” Tarareaba pensando en lobos temerosos y humanos mata lobos. Al llegar a casa, vio que no tenía aparcamiento cerca, así que dió una vuelta y terminó aparcando al final de su calle. Una reportera con un micrófono entrevistaba a un hombre en la treintena en la puerta de una casa, suponía que su casa. ¿Podría ser el amigo de la mujer? Podría. ¿Podrían estar los periodistas buscando carne fresca en otros vecinos? Carne fresca, qué gracioso, pensó. Suspiró y se bajó del coche, sin mirar la escena.
Ya en casa, fue directamente al portátil. Se había dejado el cable conectado al router. Imposible. ¿Habría muerto ya su madre? ¿Seguiría en coma? Sólo le quedaban dos manzanas en el frutero y ya no tenía lista semanal de comidas. Debía comprar zapatillas nuevas. Por puro enfado consigo mismo, desconectó el cable y no miró las noticias.
En la cocina preparó huevos fritos, arroz hervido y una ensalada con remolacha y cebolla. De postre, manzana. Debía ir a la verdulería, pero al mercado sólo se iba los sábados. Quizás podría ir al supermercado que había a diez minutos andando desde casa. Un lugar pestilente de una cadena provincial a precios imbatibles y calidades insoportables. El “nuevo” Juan podría intentar ir a comprar allí.
Esa tarde volvió a su taller de bricolaje, con la intención de seguir con la celosía para plantas del jardín, unas crucetas de madera fina que clavaría en los arriates a modo de separación. Al poco, perdió el interés, no sabía por qué. Salió al jardín a ver sus plantas y el hueco en el suelo ahora sin césped. Cogió las zapatillas empapadas del bidé, las metió en una bolsa y salió a tirarlas, buscando un nuevo contenedor diferente a los usados hasta ahora, le parecía que su nueva regla de usar contenedores diferentes para tirar las cosas le gustaba, le gustaba mucho, como un niño descubriendo un juego nuevo. Decidió acercarse a la zona de la zapatería que odiaba y buscar por allí algún lugar donde tirar las zapatillas que olían a lejía a kilómetros.
Al final las tiró en una papelera de la calle, bolsa incluida.
-Hola, Juan –dijo una voz femenina a su espalda.
Se giró y vió a una mujer que recordaba vagamente, como cuando crees haber visto su cara pero no la pones en el contexto de dónde o por qué.
-¿Hola? –dijo él con ese tono de no saber quién era la otra persona.
-En Xangri-A, estuvimos bailando y me invitaste a tu casa y yo te dije que mejor otro día...
La mujer tendría una edad aproximada a la de Juan, llevaba un vestido liso de color gris y zapatillas de deporte, pelo castaño rizado y muy poco maquillaje.
-Ah, sí, es verdad, no me acordaba.
-Ya veo –respondió con una sonrisa burlona-. No suelo ir a casa de nadie que no conozco, ya me entiendes.
-Hay mucho lobo suelto por el mundo –dijo Juan relamiéndose de hipocresía adornada de falsa charla casual.
-Pues nada, toma mi número y quedamos un día a tomar café. Como creo que no te acuerdas, soy Lucía –respondió con una sonrisa entregándole una tarjeta.
-Bueno, me tengo que ir, hasta luego –respondió él cogiendo la tarjeta y señalando a un lugar indefinido de la calle de tiendas.
-Vale, adiós.
Mientras se dirigía a la zapatería miró la tarjeta. “Lucía María Sandoval. TV-1999. Periodista.” Y un número de móvil debajo.
En una localidad así, encontrarse con alguien conocido no parecía fácil, pero a veces el azar movía sus fichas, aunque no sabía con qué intención. Tiró la tarjeta en otra papelera, dió dos paso y volvió, recogiendo la pequeña cartulina con los datos de la mujer. “Es una señal.” Se dijo pensando que quizás pudiera obtener información periodística indirectamente. Podría utilizarla. Aunque desconocía cómo de inteligente y sagaz podría ser ella. Podría ser un peligro. Aun así guardó la tarjeta en un bolsillo y entró en la zapatería.
Salió al poco con las zapatillas nuevas puestas y las viejas en una bolsa. Las nuevas eran de peor calidad que las antiguas, el doble de precio y con logotipos de la marca en los laterales. Había habido un pequeño malentendido cuando él le dijo al vendedor que cobraba veinte euros por llevar publicidad no pedida en el calzado. Malentendido. Claro.
Llegó a casa a la caída de la tarde y esta vez sí que tenía que ver las noticias y además visitar la página web de “TV-1999”. En las noticias locales nada de interés. Nada en las provinciales y en la web de esa cadena local, muy local, comprobó que se dedicaban a casos tremendos de juzgados, asesinatos, y crímenes sin resolver. Con vídeos grabados con pocos medios y una cadena de esas que no están incluidas en las de las compañías por cable. Tendría que sintonizar a mano ese dial, si es que su vieja antena todavía funcionaba. Entre los redactores encontró la foto y el nombre de ella. El diseño de la página tenía muchos titulares en rojo y fondos ligeramente azulados. En los artículos las palabras, “muerte”, violación”, “asesinato”, “batalla campal”, y un largo etcétera de escabrosas situaciones humanas que parecían ser “marca de la casa”. Por un lado, le gustaba la casualidad y por otro odiaba esa casualidad. ¿Divorciada? ¿Separada? ¿Soltera? A sus años, sería algo raro. ¿Viuda? Esto le parecía mucho mejor, imaginando crímenes con veneno y maldades de libro. “¿Las casualidades existen realmente?” Reflexionaba sin llegar a ninguna conclusión.
Juan miró después noticias sobre la limpieza del cauce. Nada. Todavía nada.
Hora de cenar. De nuevo, tocar de oído. Poca cosa. Tostada con mantequilla y mermelada de higos. Vaso de leche. De alguna manera Juan notaba, sentía que el mundo se estaba descomponiendo en fragmentos sin control, en trozos azarosos desordenados, sin su control. Y las comidas eran un claro indicador, el descontrol. Mientras masticaba la tostada pensaba, analizaba que un crimen así debería haber sido fácil cumpliendo una serie de reglas. Ni pistas, ni móvil de asesinato, ni pruebas... pero todo parecía estar devolviéndole algo más complejo. Maldijo a un mundo sin reglas. Sin sus reglas. Aunque seguía pensando que era un crimen perfecto.
Volvió a mirar noticias relacionadas con la limpieza del cauce, imposible que no hubieran encontrado el paquete. O eran unos ineptos, o no tenían órdenes de cortar maleza y arbustos, o... y aquí venía la duda, no se había informado a la prensa. Cosa que le ponía nervioso y excitado a la vez, como si de un juego se tratara. Hoy en día ocultar algo así con tanta prensa, móviles con cámaras y redes sociales deseosas de esos “me gusta” que parecían aumentar el ego de cualquier pelagatos, parecía imposible.
Esa noche, se calzó la ropa de aparentar hacer deporte, pantalón corto, camiseta de “Pinturas Martínez” y las zapatillas nuevas.
Se acercó al puente a la zona de las cañas y allí paró fingiendo hacer estiramientos apoyado en el pretil. Al parecer habían retirado gran parte del pequeño dique de barro y de objetos. Se lo tomaban con calma. Allí seguían la maleza y los arbolitos. Curioso que ningún trabajador se hubiera acercado a esa zona. Igual el paquete había caído realmente en una zona perfecta para su escondite. Por narices tendrían que haber visto el paquete. Se fijó en la placa que había un poco más allá: “Puente de los Descubrimientos”. Una risita infantil, como el ronroneo de un gato, se le escapó mientras se ponía en marcha para continuar con su falsa actividad deportiva.
En la oficina bancaria hoy el día languidecía con pocos clientes, o acudían al cajero automático o hacían sus transacciones en línea. Mejor, menos líos. A media mañana, el cajero de al lado, que estaba más pendiente del móvil que de cuadrar los números mensuales, soltó un: “Hostia”.
-¿Qué pasa? –preguntó Juan pensando que estaba mirando la clasificación futbolística o algo de ese nivel.
-Han encontrado un cadáver con signos de violencia en el cauce del río. Hay un vídeo, pero no se ve una mierda.
-Un cadáver... –contestó en voz baja, una frase a medio camino entre la pregunta y la afirmación.
-Coño, está en todas las noticias. Esta mañana, a primera hora. Un perro estaba tirando de algo y los del Ayuntamiento, los curritos de limpieza, se encontraron con la cosa.
-Vaya –Juan no sabía si alegrarse o pensar ahora en los siguientes pasos de su plan.
-Joder, cómo está el patio, si aquí nunca ha pasado nada, esto siempre ha sido un sitio tranquilo.
-Bueno, recuerda cuando se liaron a escopetazos por aquel lío de tierras...
-Sí, bueno pero eso era en el término municipal...
-O cuando robaron por el método del butrón en aquella nave industrial...
-Ya. Pero un crimen así...
-A ver qué cuentan los medios, si es que no se olvidan del caso a los quince días, claro –Juan debía tener cuidado de seguir siendo socialmente estándar, no debía dejar escapar nada de su verdadera personalidad.
Cuando terminó la jornada, Juan volvió a romper una de sus reglas sagradas y fue con algunos compañeros a la “otra oficina”: "Bar Barroja". Menuda gracia.
Una agua tónica, para variar. Los comentarios de los compañeros oscilaban entre quién había obtenido más información, más vídeos borrosos o movidos, quién especulaba más imaginativamente.
Juan rememoraba el olor a perfume elegante que llevaba la mujer, su cara redonda, hinchada además por el trapo en la boca. Su inmovilidad. Su pintalabios suave.
-Mira, aquí tienes el vídeo... –le dijo la subdirectora-. No entiendo cómo no tienes móvil, Juan, eres raro de cojones...
-Tengo, pero no me gusta someterme a su esclavitud...
-Ya, raro. Eres raro. ¿Y si te surge una emergencia... o te llama alguien?
-¿Te ha pasado muchas veces eso de la emergencia?
-Bueno, avería en el coche, llamada de mi hija, no sé...
-En casa ya miraré los vídeos y las noticias del suceso... ¿Vosotros qué pensáis?
-Igual es el tipo de la pasarela –dijo el compañero de la barbita incipiente, Manuel, el medio hippy y medio pijo.
-Vamos, que la corriente lo ha llevado marcha atrás hasta mitad del cauce, claro, Sherlock, claro –respondió su compañero cajero, Manolo, había que usar nombres diferentes para los mismos nombres y diferenciar personas. Curiosidades humanas.
-¿La mujer desaparecida, quizás? –dijo otro compañero, Pepe, un cantamañanas de mucho cuidado.
-Bueno, me voy que ya tengo hambre... –dijo Juan conteniendo sus deseos de ir directamente a casa y leer todo lo posible sobre el caso actual.
-Pedimos unas tapas, hombre...
-No, prefiero comer en casa. Adiós, hasta mañana.
Juan se dirigió al coche, conteniendo sus enormes deseos de saber más. Era su caso. Suyo y sólo suyo.
Anochecía cuando Amir llegó a casa. Con apenas 13 años ya ayudaba en casa por las tardes. acarreando agua, haciendo recados para vecinos, ayudando a Hassan con la recua de mulas. Cierto es que, en las estrechas calles de Córdoba, la fila de mulas era fácil de conducir, pero, aún y así, 13 años son pocos… Sin padre, su madre se afanaba lavando ropa, remendando, pero el dinero siempre era escaso y cualquier ayuda era buena.
Pero lo que deseaba con toda su alma es que llegara el día siguiente: se levantaba antes que nadie para prepararse para ir a su kuttab, a su escuela, un pequeño edificio rectangular anexo a la Mezquita de los Jueces, no muy lejos de la Gran Mezquita, y su madre estaba encantada con que al niño le gustara tanto aprender, pero lo que no sabía es que el responsable del madrugón no era tanto la escuela, que sí, que le gustaba, como el maestro Zahid.
Pero no, el maestro Zahid, no era un profesor en su escuela: Amir pasaba todos los días por una de las calles del zoco de camino a su escuela y, aunque siempre había algo que le llamaba la atención, nunca se detenía mucho, apenas curioseaba un momento y seguía su camino: el director del kuttab, el Sr. Ziryab, era muy estricto con la puntualidad (y con todo, en general), y no se quería exponer a un castigo.
Pero un día vio al maestro Zahid encorvado sobre una mesa a la puerta de su taller, una mesa de madera oscura y gruesa, muy concentrado, y fue esa intensidad lo que le atrajo. Se acercó a mirar, sin molestar al artesano: ¿cómo alguien era capaz de hacer algo tan intrincado y tan hermoso?
Era casi hipnótico ver cómo cambiaba de una herramienta a otra casi sin mirar, con la facilidad que sólo puede dar la experiencia, y con cada una, con cada movimiento, el maestro aumentaba la belleza de la pieza de cuero que trabajaba.
Estuvo un buen rato observando, hasta que el maestro, que, por supuesto, se había percatado de su presencia, le interpeló:
-¿No llegas tarde al kuttab?
-¡Oh!-, y Amir salió corriendo como alma que lleva un shaytán.
El maestro Zahid se sonrió: sabía que volvería a verlo…
Efectivamente, al día siguiente Amir llegó mucho antes de la hora del kuttab.
-Buenos días, maestro- su madre le había educado bien. -¿Le importa que mire mientras trabaja?
-No, no, al contrario. Primero: ¿cómo te llamas? Yo soy Zahid.
-Mi nombre es Amir -, le contestó.
-¿Te gusta, Amir? - le dijo, señalando a la pieza de cuero que estaba trabajando.
-Sí, pero no entiendo cómo se puede hacer algo así. No sé ni cómo se llama.
-¿Esto? Es un ataurique.
-Entonces, ¿es usted un maestro auta… auto… atruricador?
-¡Jajaja! No, Amir, ataurique es el motivo que uso para decorar y que le da nombre a la pieza, yo soy guadamacilero.
-¿Un guada-qué?
-Sí, es la técnica que uso para hacer este ataurique, la técnica de guadamecí, pero hay otras. Ahora, si no te importa…
El maestro volvió a su tarea, con Amir absorto en sus movimientos, intentando descifrar los secretos del guadamecí:
-Maestro, ¿cómo se llama la herramienta que está usando ahora?
-¿Ésta? -dijo, alzándola. -Es un matulejo, sirve para marcar el cuero y saber por dónde cortar, o trabajarlo, o coserlo. Por cierto, Amir, el kuttab…… - sonrió…
-¡Oh! - dijo Amir mientras echaba a correr -¡Hasta mañana, maestro!
Como no podía ser de otra manera, Amir estuvo allí, puntual, por la mañana, mientras el maestro Zahid abría su taller, colgaba sus trabajos a la vista de todos y sacaba a la puerta su mesa de trabajo.
Al día siguiente, Amir le ayudó a sacar su artesanía a la puerta, y la mesa de trabajo, y el maestro le puso una silla a un lado para que no estuviera de pie mientras le observaba. Incluso, le puso un resto de cuero y algunas herramientas viejas para que le imitara mientras le observaba. Día tras día, Amir aprendió lo que era un buril, una gubia o una lezna, de qué estaban hechos los tintes…
Lo que no sabía Amir es que el maestro conocía a su madre. Un día, al cerrar el taller, y mientras Amir estaba con las mulas, se acercó a su casa:
-Buenas tardes, señora Faiza.
-¡Maestro Zahid! ¿Qué se le ofrece? ¡Pase, pase! ¿Un té?
-Si, gracias. Le quería hablar de Amir…
-¿Amir? ¿Qué ha hecho ahora? - No sería la primera vez que Amir se metía en algún lío.
-¡Jajaja! Nada, nada, no se preocupe, es muy buen chico. El caso es que lleva varias semanas viniendo a ver cómo trabajo cuando abro el taller, mucho antes de ir al kuttab, y se le ve muy interesado, y se le nota que tiene habilidad y es muy despierto, coge lo que le enseño al vuelo.
-Anda, por eso madruga tanto… Pues no me ha dicho nada.
-Ocurre que mi hijo no quiere seguir mis pasos como artesano, y necesito un ayudante, un aprendiz. Me gustaría que Amir fuera mi aprendiz.
-¡Oh! - Que un maestro artesano se hubiera fijado en su hijo era una bendición, le enseñaría un oficio de prestigio y bien remunerado, pero los primeros meses los aprendices no cobraban, y necesitaban el dinero de los pequeños trabajos de Amir… -Maestro, no crea que no agradezco que haya pensado en Amir como aprendiz, pero trabaja por las tardes y no podemos prescindir de ese dinero… -dijo, apesadumbrada.
-Hmmm… Haremos una cosa: que venga por las tardes, después del kuttab, y, si veo que vale para el trabajo, yo le pagaré lo que cobra ahora a partir del tercer mes. ¿Podrá aguantar?
-Si, creo que sí…
En ese momento, entra Amir por la puerta, saludando a su madre, y quedándose sorprendido por ver allí al maestro:
-¡Maestro! ¿Pero qué…?
-Hola, Amir -, contesta, mientras mira con complicidad a su madre. Muy serio, le suelta: -Amir, no puedes venir más a verme al taller antes de la escuela.
A Amir le cambió el semblante, entre confundido y horrorizado.
-¡Pero, maestro, ¿por qué?! ¿He hecho algo malo? - dijo, mientras unas lágrimas brotaban de sus ojos, sin entender nada.
El maestro Zahid, viendo el sufrimiento del niño, no quiso seguir con la chanza:
-¡Jajaja! No te preocupes, Amir, no has hecho nada: desde mañana serás mi aprendiz, ahora vendrás por la tarde, después de la escuela, a aprender mi oficio y a ayudarme.
Nunca el sol iluminó esa estancia con tanta intensidad como la cara de Amir en ese momento.
Ataurique (ornamentación floral/vegetal) realizado con la técnica del guadamecí (cuero repujado y pintado).
Esta parte del "relato largo" (ya no puede ser corto) viene de aquí y en este orden, primero aquí:
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Después aquí:
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Luego:
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*****
Al llegar a casa, ni siquiera pensó en comer, su mente estaba enfocada, concentrada en leer toda la prensa posible sobre el caso. Antes de hacer nada en el ordenador, inspiró lentamente y expiró con actitud relajante. Con gran esfuerzo hizo clic en un anuncio de un libro de recetas asiáticas, en un curso de Economía y en una web de viajes al Polo Norte. La noticia, su noticia, estaba en la mayoría de la prensa local y regional. Sospechaba que pronto engrosaría la lista de sucesos nacionales. ¿Reportajes en televisión? Quizás.
Uno de los textos decía: “La ausencia de robo parece un dato clave, ya que la víctima conservaba su reloj y su móvil, alejando la opción delictiva común. El móvil de la mujer ya se encuentra en manos de la Policía Judicial para su análisis. Las actuaciones se mantienen bajo secreto de sumario por orden del juzgado, lo que implica que los detalles específicos de las pruebas y la investigación no se harán públicos por el momento. Todo apunta a que se trata del cadáver de la mujer desaparecida, Ana Ferrer.”
Un robo. No es robo porque llevaba el reloj y el móvil consigo, lo de estar envuelta en plástico le parecía a Juan de poca importancia informativa. Aunque bien mirado en esta noticia no dicen nada de cómo apareció el cadáver. Aun así, el texto le parecía escrito con desgana, prisas y sin mucho interés.
En otro periódico regional había un artículo cubriendo la noticia con más detalles: “La Policía está centrando sus esfuerzos en reconstruir las últimas horas de la víctima, que casi con toda seguridad se trata de Ana Ferrer, desaparecida hace varias semanas, la funcionaria del Ayuntamiento de 38 años ha sido hallada muerta entre cañas y maleza en el cauce de la rambla, en el curso de las labores de limpieza. Cada elemento de la zona está siendo analizado en busca de pruebas que permitan identificar al responsable o responsables. A los medios locales se unirá la Policía Forense de la capital, y expertos en estas tareas. Mientras tanto la zona sigue acordonada y asegurada."
"Según nos indican fuentes policiales, los investigadores rastrearán grabaciones de seguridad de la zona y las comunicaciones de la mujer para reconstruir sus movimientos previos al crimen, recabarán testimonios de posibles testigos, con la clara intención de disponer de una cronología de los hechos. La autopsia se espera como un elemento clave para precisar la causa y el momento de la muerte."
"Todas las hipótesis permanecen abiertas. La Policía mantiene la máxima reserva para no comprometer el avance de la investigación."
"La denuncia inicial de su familia y del amigo con el que había quedado (Juan José González), tras no recibir noticias de Ana desde la fatídica noche del jueves al viernes, permitió activar el dispositivo de búsqueda que ha concluido sin éxito hasta el terrible hallazgo del cuerpo."
"Más allá de la investigación, la muerte de Ana Ferrer Rey ha generado un profundo impacto en toda la comarca. Funcionaria del área de Cultura del Ayuntamiento, licenciada en Geografía e Historia y en Historia del Arte, Ana dedicó mucho esfuerzo a la preservación del patrimonio local. El Ayuntamiento ha decretado dos días de luto oficial mientras la investigación policial busca esclarecer este terrible crimen.”
Juan pasó rápidamente a otro periódico donde se podía leer:
“Un perro fue el que encontró el cuerpo sin vida de la mujer, según testigos tironeaba de un saco de plástico entre la maleza, hasta que consiguió sacarlo y fue entonces cuando los trabajadores de la limpieza del cauce vieron el cadáver. La familia, que no ha hecho declaraciones, está sobrecogida por los hechos. Algunos vecinos de la fallecida, apuntan a que en fechas recientes tuvo un acalorado encontronazo con los actuales dueños del Palacete de Rivababia, patrimonio local, a cuenta de unas reformas en la fachada a las que se oponía Ana Ferrer y el equipo de arquitectos del Consistorio, llevando ante la Justicia al fondo de inversión, WorldMundo Hainsbach, que lo había comprado.”
Le parecía gracioso que los medios más carroñeros dejaran caer un posible ajuste de cuentas que no tenía sentido, sólo para ganar notoriedad y que la maquinaria del rumor se pusiera en marcha. Se detuvo un instante en la parte del plástico, releyendo las frases. No se indicaba que el cadáver estuviera envuelto en plástico, parecía que estuviera encima, o a un lado de la mujer. Curioso. Pensaba que llamarlo “saco de plástico” o era un error de información de los periodistas o significaba algo más. Algo que bien pudiera estar relacionado con la investigación. Tendría que seguir la pista de todos esos datos para hacerse una idea clara de por dónde podrían ir los pasos policiales.
En TV-1999 cubrían también la noticia. “El cuerpo sin vida de Ana Ferrer aparece en el cauce de la rambla, bajo el Puente de los Descubrimientos. Esta cadena se ha puesto en contacto con fuentes policiales y en breve se ampliará la noticia con un artículo detallado con toda la información disponible.”
Escueto y poco motivado. Pensó Juan mientras analizaba cómo otros medios daban más detalles y en la cadena local donde trabajaba esa periodista fueran tan parcos. Abajo había un enlace a un vídeo. En él se podía ver a varios reporteros con diferentes y coloridos micrófonos, dirigiéndose a una policía en la entrada de la Comisaría de la localidad. Juan suponía que la mujer haría las tareas de Prensa e Información.
-...Ya les he dicho lo que puedo contarles, señores.
-¿Se baraja un posible ajuste de cuentas en relación con el fondo de inversión? –preguntaba apresuradamente una reportera con una alcachofa de color verde intenso.
-No se descarta nada ahora mismo. Todas las hipótesis están abiertas.
-¿Qué se sabe de los trabajadores que encontraron el cuerpo? -preguntaba un reportero con melena apuntando el micrófono de color rojo hacia la policía.
-Mantenemos la máxima reserva para no comprometer el avance de la investigación. Señores, por favor, en cuanto tengamos más información daremos una rueda de Prensa.
-¿Quién se encarga de la investigación? ¿Cuándo estarán los resultados de la autopsia? ¿Cuándo se dará más información? –preguntaban sin orden sabiendo que la policía daba por concluida la atención a la Prensa.
-Muchas gracias –dijo ella dándose la vuelta y entrando en la Comisaría.
Juan ya estaba en la siguiente fase mental de su plan. Ya habían encontrado su paquete y el juego se ponía interesante para él, en su mundo, en su juego de crimen perfecto. Volvía a sentir que tenía el control de la situación. Lo primero, volver a hacer una lista de comidas semanales. Como ya no había comido al mediodía, tras el trabajo, cenaría improvisando. Mañana compraría comida para seguir su plan alimenticio. Compraría un lienzo pequeño y pintaría otro vórtice, para completar el hueco que quedaba en la pared. ¿Debía incluir en la ecuación a la tal Lucía? Esta noche reflexionaría al respecto.
Fue a la cocina y se sentó en la pequeña mesa de allí para preparar su lista de comidas. A mano, con la cuadrícula que hacía con regla, creando celdas para los días que le quedaban hasta el fin de semana. Incluyendo compra en el Mercado el sábado. Desayuno, comida y cena.
Cuando terminó, miró su obra culinaria, imperfecta porque no cubría una semana. El domingo completaría la semana entrante. Miró la hora y se decidió por una cena antes de hora, con lo que encontrara en la nevera y en los estantes. No había nada que le inspirara a preparar nada. Se le ocurrió que podría ir a un bar a comer un bocadillo, última vez que se saltaba una de sus reglas. Nunca comer fuera. Nunca. Miró el móvil y tenía dos llamadas de números desconocidos, lo dejó en la mesa del salón, como siempre. Comprobó que llevaba veinte euros y algunas monedas sueltas de euro en su cartera. Salió al jardín y ahora la zona sin césped le parecía hasta bonita. Sonrió.
Salió y comenzó a caminar hacia la calle peatonal que estaba a unos veinte minutos andando y donde sabía que había bares de todo tipo, clase, precios y ruido.
- ¿Cuantos tienes ya?
- Ocho varones y dos hembras.
- No estarás contando al tabernero…
- ¿Por qué no? Yo lo maté…
- Pero no lo mataste con tus manos, le prendiste fuego a la casa y él estaba dentro. No podrá servirte…
- Siete hombres entonces.
- Y la morena estaba embarazada. Tampoco estará en el valle.
- Por el maldito Ahba ¡¿Por qué quieres encender mi ira?!. ¡Déjame en paz!
Garth calló, pero siguió zahiriendo con la sonrisa al joven Creec.
Cuando marcharan al valle infinito tras entregar la vida en combate, ya lentos y débiles por la edad, aquellos a quien dieron muerte estarían esperándoles en una gran casa de piedra para servirles durante toda la eternidad.
Y Garth sería mucho más importante que Creec ya que, aunque decía contar con ocho, no le había quitado la vista durante el combate y apenas había logrado la mitad, mientras que él ya guardaba las vidas de al menos cuarenta esclavos. Su casa sería más grande, los pastos para sus rebaños más extensos y Ahba, el buen dios del fuego y la venganza, lo visitaría a menudo.
Así estaba escrito en las viejas Piedras del Mandamiento y así lo leían los sacerdotes del ritual previo a la batalla.
Era la quinta vez que participaba en un viaje de saqueo y habían llegado más lejos que nunca, navegando durante una luna entera para llegar a la aldea que señaló Jahn el pestoso. No había mentido: Además de mucho oro, el preciado hierro y el vino, lo habitaban muchas vírgenes y campesinos jóvenes fáciles de matar.
A su vuelta, celebrarían la victoria con el vino, el oro compraría barcos más grandes y rápidos para llegar todavía más lejos y el hierro forjaría más y mejores armas para la próxima incursión.
De esto hablaban los guerreros eufóricos alrededor de la hoguera, riéndose de los lances del combate, confiados en que nadie había sobrevivido.
Nadie reparó en el muchacho que escapó de la masacre y consiguió llegar a la aldea cercana para dar la alarma. Por eso, al caer dormidos ebrios de victoria y vino, nadie quedó de guardia. Por eso sufrieron la tremenda humillación de ser muertos mientras dormían, indefensos, por una horda de campesinos armados con aperos de cultivo.
Despertó desnudo y dolorido sobre un catre, en la única sala, oscura y fría, de una pequeña cabaña de madera mal construida. Miró su cuerpo. No estaba la cicatriz que le hizo el viejo Gronak cuando era joven y le descubrió forzando a su hija. Tampoco estaba la quemadura del costado que se hizo cuando se peleó con Frehn y cayó sobre la hoguera. Ni los tatuajes que deberían haberle protegido de morir antes de conseguir diez veces diez esclavos.
Su cuerpo estaba limpio de cicatrices, el vello y la cabellera de color blanco, y la piel surcada por arrugas y manchas en lugar de símbolos y dibujos. No despertó de la muerte con el cuerpo joven y fuerte que fue atravesado por un palo afilado la noche anterior, sino con el de el anciano achacoso que nunca llegó a ser. No era así lo que había oído leer tantas veces a los druidas en las Piedras del Mandamiento.
Supo que había cruzado la montaña y estaba al otro lado de la vida, donde debería disfrutar de la gloria y honor ganado en batalla siendo servido por aquellos a quienes se llevó consigo arrebatandoles la vida.
Estaba desconcertado, había ganado el derecho de una gran casa de piedra, pero aquello era una pequeña choza de campesino. Debia tener el cuerpo fuerte y lleno de vigor de un joven, pero era el cuerpo gris de un viejo.
Al incorporarse le dolió la espalda. Al levantarse, las rodillas. Al ponerse los harapos que colgaban de una estaca en la pared, los brazos. Y salió al exterior.
Los sacerdotes hablaban de una eterna primavera, pero una fina capa de nieve cubría el valle hasta donde alcanzaba la vista. Allí, esperando frente a la puerta, estaban sus 40 esclavos, y su visión le turbó. Las piedras sagradas prometían que llegarían sanos y fuertes ellos para trabajar sus campos, hermosas y jóvenes ellas para disfrutarlas durante toda la eternidad. Sin embargo, tenían frescas las espantosas heridas por las que escaparon sus vidas. De ellas goteaba sangre sobre la nieve, un charco rojo bajo cada cuerpo.
Sus miradas recriminadoras distaban mucho de la actitud pasiva y respetuosa que se espera de un esclavo. Trató de que su voz tronara para disimular el estupor y gritó:
-“¿Que hacéis? ¡¡Al trabajo!!"
Pero su antes robusta voz era ahora como un débil mugido que no conmovió a nadie.
Un campesino se adelantó. Le recordaba perfectamente por ser la primera vida que robó, en su primera incursión con 16 años. Donde debía estar su brazo izquierdo chorreaba un muñón con tendones y jirones de carne prendidos, y tenia el rostro cruzado de tajos, pues el joven Garth había intentado superar su propio miedo desatando la cólera contra aquella cara que ahora sangraba frente a el.
Y el campesino dijo:
- Tenemos hambre. Sirvenos.
El hombre que fue Garth en vida, ante semejante atrevimiento, le habría arrancado la lengua, pero ya no era ese hombre, su cuerpo no era el mismo ni su espíritu tampoco. Ahora le sobraba miedo, le faltaba valor y le escaseaba la fuerza.
El campesino le señaló los campos que debía cultivar, las reses que debía cuidar, el río de donde debía acarrear agua, la leña que debía cortar, y ya conocía el duro camastro donde reposaría el tiempo que le fuera permitido.
Maldijo al dios Ahba y maldijo al joven Creec que debía atender las necesidades de solo cuatro cadáveres andantes.
Pero a quien más maldijo cada hora de cada día de la eternidad fue a los inútiles de los sacerdotes que tan mal leían las Piedras del Mandamiento
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Al llegar a casa, ni siquiera pensó en comer, su mente estaba enfocada, concentrada en leer toda la prensa posible sobre el caso. Antes de hacer nada en el ordenador, inspiró lentamente y expiró con actitud relajante. Con gran esfuerzo hizo clic en un anuncio de un libro de recetas asiáticas, en un curso de Economía y en una web de viajes al Polo Norte. La noticia, su noticia, estaba en la mayoría de la prensa local y regional. Sospechaba que pronto engrosaría la lista de sucesos nacionales. ¿Reportajes en televisión? Quizás.
Uno de los textos decía: “La ausencia de robo parece un dato clave, ya que la víctima conservaba su reloj y su móvil, alejando la opción delictiva común. El móvil de la mujer ya se encuentra en manos de la Policía Judicial para su análisis. Las actuaciones se mantienen bajo secreto de sumario por orden del juzgado, lo que implica que los detalles específicos de las pruebas y la investigación no se harán públicos por el momento. Todo apunta a que se trata del cadáver de la mujer desaparecida, Ana Ferrer.”
Un robo. No es robo porque llevaba el reloj y el móvil consigo, lo de estar envuelta en plástico le parecía a Juan de poca importancia informativa. Aunque bien mirado en esta noticia no dicen nada de cómo apareció el cadáver. Aun así, el texto le parecía escrito con desgana, prisas y sin mucho interés.
En otro periódico regional había un artículo cubriendo la noticia con más detalles: “La Policía está centrando sus esfuerzos en reconstruir las últimas horas de la víctima, que casi con toda seguridad se trata de Ana Ferrer, desaparecida hace varias semanas, la funcionaria del Ayuntamiento de 38 años ha sido hallada muerta entre cañas y maleza en el cauce de la rambla, en el curso de las labores de limpieza. Cada elemento de la zona está siendo analizado en busca de pruebas que permitan identificar al responsable o responsables. A los medios locales se unirá la Policía Forense de la capital, y expertos en estas tareas. Mientras tanto la zona sigue acordonada y asegurada."
"Según nos indican fuentes policiales, los investigadores rastrearán grabaciones de seguridad de la zona y las comunicaciones de la mujer para reconstruir sus movimientos previos al crimen, recabarán testimonios de posibles testigos, con la clara intención de disponer de una cronología de los hechos. La autopsia se espera como un elemento clave para precisar la causa y el momento de la muerte."
"Todas las hipótesis permanecen abiertas. La Policía mantiene la máxima reserva para no comprometer el avance de la investigación."
"La denuncia inicial de su familia y del amigo con el que había quedado (Juan José González), tras no recibir noticias de Ana desde la fatídica noche del jueves al viernes, permitió activar el dispositivo de búsqueda que ha concluido sin éxito hasta el terrible hallazgo del cuerpo."
"Más allá de la investigación, la muerte de Ana Ferrer Rey ha generado un profundo impacto en toda la comarca. Funcionaria del área de Cultura del Ayuntamiento, licenciada en Geografía e Historia y en Historia del Arte, Ana dedicó mucho esfuerzo a la preservación del patrimonio local. El Ayuntamiento ha decretado dos días de luto oficial mientras la investigación policial busca esclarecer este terrible crimen.”
Juan pasó rápidamente a otro periódico donde se podía leer:
“Un perro fue el que encontró el cuerpo sin vida de la mujer, según testigos tironeaba de un saco de plástico entre la maleza, hasta que consiguió sacarlo y fue entonces cuando los trabajadores de la limpieza del cauce vieron el cadáver. La familia, que no ha hecho declaraciones, está sobrecogida por los hechos. Algunos vecinos de la fallecida, apuntan a que en fechas recientes tuvo un acalorado encontronazo con los actuales dueños del Palacete de Rivababia, patrimonio local, a cuenta de unas reformas en la fachada a las que se oponía Ana Ferrer y el equipo de arquitectos del Consistorio, llevando ante la Justicia al fondo de inversión, WorldMundo Hainsbach, que lo había comprado.”
Le parecía gracioso que los medios más carroñeros dejaran caer un posible ajuste de cuentas que no tenía sentido, sólo para ganar notoriedad y que la maquinaria del rumor se pusiera en marcha. Se detuvo un instante en la parte del plástico, releyendo las frases. No se indicaba que el cadáver estuviera envuelto en plástico, parecía que estuviera encima, o a un lado de la mujer. Curioso. Pensaba que llamarlo “saco de plástico” o era un error de información de los periodistas o significaba algo más. Algo que bien pudiera estar relacionado con la investigación. Tendría que seguir la pista de todos esos datos para hacerse una idea clara de por dónde podrían ir los pasos policiales.
En TV-1999 cubrían también la noticia. “El cuerpo sin vida de Ana Ferrer aparece en el cauce de la rambla, bajo el Puente de los Descubrimientos. Esta cadena se ha puesto en contacto con fuentes policiales y en breve se ampliará la noticia con un artículo detallado con toda la información disponible.”
Escueto y poco motivado. Pensó Juan mientras analizaba cómo otros medios daban más detalles y en la cadena local donde trabajaba esa periodista fueran tan parcos. Abajo había un enlace a un vídeo. En él se podía ver a varios reporteros con diferentes y coloridos micrófonos, dirigiéndose a una policía en la entrada de la Comisaría de la localidad. Juan suponía que la mujer haría las tareas de Prensa e Información.
-...Ya les he dicho lo que puedo contarles, señores.
-¿Se baraja un posible ajuste de cuentas en relación con el fondo de inversión? –preguntaba apresuradamente una reportera con una alcachofa de color verde intenso.
-No se descarta nada ahora mismo. Todas las hipótesis están abiertas.
-¿Qué se sabe de los trabajadores que encontraron el cuerpo? -preguntaba un reportero con melena apuntando el micrófono de color rojo hacia la policía.
-Mantenemos la máxima reserva para no comprometer el avance de la investigación. Señores, por favor, en cuanto tengamos más información daremos una rueda de Prensa.
-¿Quién se encarga de la investigación? ¿Cuándo estarán los resultados de la autopsia? ¿Cuándo se dará más información? –preguntaban sin orden sabiendo que la policía daba por concluida la atención a la Prensa.
-Muchas gracias –dijo ella dándose la vuelta y entrando en la Comisaría.
Juan ya estaba en la siguiente fase mental de su plan. Ya habían encontrado su paquete y el juego se ponía interesante para él, en su mundo, en su juego de crimen perfecto. Volvía a sentir que tenía el control de la situación. Lo primero, volver a hacer una lista de comidas semanales. Como ya no había comido al mediodía, tras el trabajo, cenaría improvisando. Mañana compraría comida para seguir su plan alimenticio. Compraría un lienzo pequeño y pintaría otro vórtice, para completar el hueco que quedaba en la pared. ¿Debía incluir en la ecuación a la tal Lucía? Esta noche reflexionaría al respecto.
Fue a la cocina y se sentó en la pequeña mesa de allí para preparar su lista de comidas. A mano, con la cuadrícula que hacía con regla, creando celdas para los días que le quedaban hasta el fin de semana. Incluyendo compra en el Mercado el sábado. Desayuno, comida y cena.
Cuando terminó, miró su obra culinaria, imperfecta porque no cubría una semana. El domingo completaría la semana entrante. Miró la hora y se decidió por una cena antes de hora, con lo que encontrara en la nevera y en los estantes. No había nada que le inspirara a preparar nada. Se le ocurrió que podría ir a un bar a comer un bocadillo, última vez que se saltaba una de sus reglas. Nunca comer fuera. Nunca. Miró el móvil y tenía dos llamadas de números desconocidos, lo dejó en la mesa del salón, como siempre. Comprobó que llevaba veinte euros y algunas monedas sueltas de euro en su cartera. Salió al jardín y ahora la zona sin césped le parecía hasta bonita. Sonrió.
Salió y comenzó a caminar hacia la calle peatonal que estaba a unos veinte minutos andando y donde sabía que había bares de todo tipo, clase, precios y ruido.
El bar que eligió tenía una pantalla de televisión donde se ponían vídeos de no sabía dónde, suponía que de youtube y “shorts” del mismo, donde se iban intercalando sincopadamente bailes de adolescentes y de niñas y niños con coreografía ensayada, pactada y empaquetada. La letra de la canción le llamó la atención. Pidió un bocadillo de carne con queso y panceta; beicon, le corrigieron. Asintió pensando que podría estrangular a tantos idiotas en el mundo real que no habría cárcel para él, pero no dijo nada.
MENTE MÁ – NAKAMA, ponía el subtítulo del vídeo con el tema machacón que se repetía en variantes con bailes y demás movimientos de caderas en pre púberes con kilos de maquillaje, para mayor honra y gloria de sus padres. Así que estaba de moda una canción que hablaba de armas, fusiles y ráfagas de disparos. De moda. Moda, el número que más se repite en una serie, pensaba. “Mira la boca del fusil.” ¿Qué querían decir? Se preguntaba.
El bocadillo resultó ser tan insulso como el camarero que le atendió. Pan seco, tostado pero seco, lomo correoso, el queso grasiento y la panceta, crujiente; un refresco de naranja y cena lista.
Debía pensar en sus siguientes pasos. Aunque ya estaba todo hecho, era imposible que encontraran ninguna pista. Su intención demostrando al mundo que se podía cometer un crimen que quedara impune cobraba fuerzas. Estaba seguro. Vendían un mundo seguro a precio de saldo. Tanto miedo. No podrían encontrar ninguna pista que lo involucrara a él. Un asesino. Tenía planeado, dentro de diez años, volver a cometer otro crimen, otro aviso a la sociedad. Debía ser cauteloso, en realidad, debía fingir ser un tipo normal.
De vuelta a casa, iba repasando, una vez más, todos los detalles que recordaba. Así como otras ideas de su vuelta a un mundo ordenado, sin improvisaciones. Mañana compraría comida en ese supermercado de medio pelo. Compraría un lienzo pequeño y pintaría otro vórtice, y recogería la pintura roja que había encargado. El punto de inflexión de la aparición de esa periodista, que además la conoció en la discoteca aquella noche. ¿Divorciada? ¿Separada? ¿Soltera? ¿Viuda? ¿Familia? ¿Las casualidades realmente existen? Suponía que sí, por qué no. Cuando andaba por la calle de su casa, notó que alguien venía andando tras él, desde el principio de la calle. Cuanto metió a la mujer en su jardín de un tirón, ¿podría haber habido alguien al principio o al final de la calle que fuera testigo de lo sucedido? No. Habría avisado a la Policía de algo así. No. ¿Era mejor llamar a esa periodista o no hacerlo? Si no la llamaba podría pensar que lo de invitarla a su casa en Xangri-A era algo extraño y que no tenía interés en ella realmente. Si la llamaba podría creer que estaba interesado en conocerla. Decisiones. Dudas. ¿La llamaba, desde el teléfono fijo o desde el móvil?
Entró en su casa pensando que quizás mejor desde el móvil, quedar a tomar un café en un lugar concurrido, mostrar cierto interés por ella pero no demasiado, sonsacarle algo de su trabajo, de su información del caso. Debía ser muy sutil. Recuerda cómo bailaba y cómo estaba disfrutando la mujer. Él sólo estaba haciéndose notar, llegó a descamisarse con un tema musical, ni recuerda cuál era. Estuvo allí y aunque hubiera, que las había, cámaras a la entrada del local, quería segurarse de que se supiera que él, esa noche, esa madrugada estaba en esa discoteca. Aunque la invitó a su casa, sabía que buscaría una excusa en caso de que ella hubiera aceptado. Nadie visita su casa. Cuando tuvo que dejar pasar al técnico de la red de fibra, cubrió con telas los muebles de todo del salón. Dijo que iban a venir los pintores. Nadie visita su casa.
Miró la hora y decidió llamarla.
-Hola, buenas noches, soy Juan, el descamisado –intentando parecer cordial, cercano, tontorrón.
-Ah, hola, Juan, ¿qué tal?
-Nada, para invitarte a un café donde tú me digas y así charlamos un rato...
-Tendría que ser por la tarde o tarde noche, ando liada con el trabajo...
-Yo trabajo hasta las tres todos los días, así que tú me dices.
-Vale, te llamo a este número cuando sepa cómo tengo el trabajo, ¿te parece?
-Me parece. Adiós.
-Adiós.
Le había parecido un poco raro el tono, muy diferente al del otro día cuando se encontraron por casualidad y le dió su tarjeta. Pensó que todos los días no teníamos el mismo ánimo, que a veces estamos preocupados por diferentes cosas o... simplemente que estaba de mal humor por cualquier cosa.
Esa noche volvió a tener un sueño vívido. Se encontraba tumbado en una cama de hospital, de nuevo inmóvil, desnudo. Una mujer vestida con pijama de cirujana, de ese color verde concreto, y manchada de sangre; esa médica lo envolvía en plásticos en la misma cama de hospital. Desde la ventana, nubarrones de lluvia dejaban caer tierra y arena en vez de agua. De pronto empezó a oírse música desde los aparatos de control médico. Una música de un viejo gramófono y repitiendo la misma frase: “Yes, it's a good day for singing a song, and it's a good day for moving alone; Yes, it's a good day, how could anything go wrong. A good day from morning' till night.”
No se despertó del todo. Se dió la vuelta en la cama y siguió durmiendo.
El día en la sucursal bancaria fue como siempre, menos mal, orden, repetición, rituales, todo previsible y mundano, como debía ser. Ese día no se quedó a tomar un refresco con sus compañeros, fue directamente al supermercado, ese que olía mal, olía a alcantarilla, a desagüe. Compró sólo productos enlatados o envasados al vacío. Pronto sería sábado y podría ir al mercado a comprar productos de verdad. Se pasó a recoger tres tubos de óleo “rojo escarlata 334”, los que había encargado.
En casa, miró la lista provisional y preparó ese día albóndigas que venían en un paquete del supermercado, con tomate, orégano y cúrcuma. Ensalada de una de esas bolsas variadas y malditas que aliñó con aceite de oliva, pimienta molida y muy poco vinagre. De postre un flan de marca local que sabía a colorantes y saborizantes.
Cuando terminó, fue a mirar el móvil y tenía dos mensajes de Lucía. Preguntando si podrían quedar esa misma noche a las 21:00 en un café llamado Hibris, en una calle peatonal y tranquila. No contestó y se dirigió a ver las noticias del día. Todas eran reciclajes de informaciones previas, nada nuevo.
Fue a su dormitorio buscando algo que ponerse en unas circunstancias nuevas para él, informal, pero no demasiado; formal, pero no demasiado. Debía jugar su papel, pero no tenía disfraces para ese nuevo rol. Usaría la camisa de la discoteca. No. La había tirado junto con el canasto entero de ropa. Así que optó por una vieja camisa azul y unos pantalones tejanos. Pronto llegaría esa nueva tormenta anunciada para el fin de semana. ¿Qué le diría para obtener información sin que ella sospechara nada? ¿Por qué iba a sospechar? Era periodista, curiosos por naturaleza. Y él debía ser más listo, más hábil. ¿Cómo? No se le daban bien las relaciones humanas. Volvía a recordar la letra de esa canción del bar: “Mira la boca del fusil. Vas a llevarte puro rafagón. Dale, toma, toma, toma...” Y una sonrisa iluminó su cara.
menéame