
¿Qué pasa cuando un sicario se entera de que su patrón ha muerto? ¿Tiene que seguir adelante con el crimen por el que ya ha cobrado o no? ¿Qué es lo realmente profesional?
¿Realmente el patrón, querría que de todos modos se cometiera el crimen tras su falleciemiento?
Quieres matar a tu exmujer porque no te deja ver a los niños. Vale. Pagas por ello. Ok. Pero coño, si te mueres... ¿De verdad querrías dejar huérfanos del todo a tus hijos?
¿Qué debería hacer un sicario honrado?
Muy corto. Decían que Gabriel era muy corto, tan corto que llegaba con lo justo para opinar de cualquier tema. Con él una charla se volvía un cuento infantil, donde todo tenía un final feliz. Gabriel tenía un optimismo natural, porque todo y siempre se podía solucionar. Recordaba muchos cuentos de esos que nos leían de niños. Todos sabían que Gabriel era así y que era feliz y hacía feliz a todo el que le rodeaba. A veces, no parecía tan corto y no gustaba a los demás, que preferían al otro Gabriel, al de los cuentos con final feliz. Él se reía cuando alguno le llamaba "Grabiel", una de esas personas que sólo contaban cuentos con final triste y terrible. Se reía.
(2001.)
Juan nació para morir. En el camino se encontró con una esposa, a la que no quería, unos hijos a los que odiaba y una vida miserable en la mina. Murió de silicosis a los cuarenta años. Antes de morir, mando poner en su lápida: Gracias.
Hoy es el día, por fin mi hija-B se presenta al examen de identificación. Y lo hace por el Partido Futuro Doznas, y aunque no me sé todo el ideario de ese partido, ya que yo tengo documento de identificación por el Grupo Consolidado Técnico y su madre-S es de Proyecto Universal Único. Supongo que debe tener que ver con que su madre-B sea del P.F.D. y hablan mucho por el visiaudio.
-¿A qué hora es el examen? –pregunté sabiendo de sobra la respuesta, pero por ver si estaba muy nerviosa o no.
-¿Hora lunar o terrestre?
-Esquivando la pregunta, eh, amiga... -dije por el privisi cambiando mi imagen a un pequeño diablillo de color rojo.
-Tranquilo, pa, que pasaré el examen... –respondió mientras cambiaba su cara a una de un oso panda con gafas redondas.
-¿Seguro que no quieres sacar tu identificación con el G.C.T.? Tenemos más ventajas en las máquinas de comida...
-Ya, pero menos en las dispensadoras de agua –repondió soltando una risita malvada, esta vez sin modificar su imagen.
-La Luna es así... debiste quedarte en Nueva Iberia...
-Ya, puestos a hacer locuras, no me saco el documento de identificación y punto... –dijo cambiando su imagen a la de un payaso aterrador.
-No digas bobadas, todo el mundo debe pertener a algún grupo político por ley, y lo sabes...
-No empieces, hay personas que tienen carnets de los tres partidos políticos...
-Rumores.
-Se dice que el director de Lanzaderas del Norte tiene pasaportes de los tres partidos –dijo cambiando su imagen a la de una pirámide de cristal, no tenía ni idea qué demonios quería decir con eso, la verdad, cosas de los jóvenes.
-Ya y que hay personas sin identificar que sobreviven en la selvas de Siberia... cuentos.
-Bueno, te dejo, pa, que tengo que terminar el turno revisión de válvulas en el sector amarillo...
-Adiós –dije lacónicamente cortando la comunicación.
Luego me quedé mirando la pantalla y pedí información sobre el programa básico de P.F.D. Al instante un amable joven vestido con los colores del partido, rojo, verde y amarillo comenzó a explicarme nociones de su programa. Le pedí que me explicara las ventajas y a los inconvenientes sociales de ese grupo.
“Muy resumidamente, ya que entrar en todos los detalles sería complejo y largo, las ventajas serían: Elección directa del animal del año por votación simple. Bono de transporte Tierra-Luna con un descuento del veinticinco por ciento. Mayor dotación de agua anual, pudiendo llegar incluso a una ducha completa cada semana. No hay obligación de usar el uniforme del partido en sus reuniones. Promociones anuales para compra y venta de días libres, pudiendo llegar a sumar anualmente un total de nueve días completos. Libre elección de pareja-S y pareja-B, siempre teniendo en cuenta que no haya una gran diferencia entre ingresos anuales.
Las desventajas, siempre en comparación con los otros dos partidos, se podrían resumir en: Menor dotación alimentaria semanal, por lo que el uso de planificadores de calorias y vitaminas es obligatorio. Limitación del número de viajes semanales permitidos en la Tierra. Obligación de coincienciar a los menores de dieciseis años de que saquen su identificador con el partido. Los hijos-S no tienen cabida en su estructura familar y los hijos-B se integran en las comunas habilitadas a tal efecto. Prohibición de usar el color negro en cualquier actividad o vestuario”.
Corté la charla de la enciclopedia política. Pensando que los tres partidos tenían sus ventajas y sus inconvenientes, pero en el fondo de mi cerebro pensaba que mi identificación universal era mucho mejor que las otras. Miré la hora en la pared y me di cuenta que debía acercarme al Centro Religioso del C.G.T. donde hoy darían la charla sobre el “Nuevo Ente Cuántico, Melquíades 2.33”, era de obligado cumplimiento, claro.
-Sí, mi identificación es mucho mejor que las demás –pensé convencido, mientras me colocaba el cubo de color tornasolado en el implante del cuello y un chisporroteo de energía me recorrió el cuello y la espalda-. Ah, mi cubo del C.G.T., qué puede haber mejor.
FIN
El barbudo dijo:
—Quiero grabar ese mensaje para mi familia.
—Adelante.
—Si muero quiero deciros que sois lo que más he querido, y que demandéis a la compañía de aerotaxis. Contratad abogados que cobren un porcentaje de la indemnización.
—Señor, no...
El barbudo continuó mientras mostraba una tarjeta de identificación laboral y un tablet a la cámara del interior del habitáculo.
—Y a los jefes de mi empresa, Medical Industries Inc., recomendar que demanden por daños y perjuicios. Este tablet contiene el proceso de síntesis de una vacuna para la gripe, que administrada una sola vez protege de por vida. Esta vacuna hubiese salvado millones de vidas.
El habitáculo quedó en silencio unos segundos.
- Señor, no será necesario enviar el mensaje ni negociar indemnización alguna. A la vista de los nuevos datos disponibles, el dron de rescate interceptará su vehículo en 5 segundos y le pondrá a salvo. Recibirá atención médica en cuanto aterrice. Lamento todo este incidente y le pido disculpas en nombre de Aerotaxis Asociados.
—¿Pero tú estás loco, tío? —me espetó Malibú cuando le dije que me había llamado mi abuela para ir al entierro de un falangista famoso.
Malibú es mi mejor colega y el que siempre se apunta a lo que sea, sin preguntar con quién hay que jugársela. Desde que okupamos Malaya no me ha fallado nunca, y creo que yo tampoco a él. Nos lo contamos todo y nos tenemos más confianza que si fuésemos hermanos, pero esto le parecía una pasada: un falangista, nada menos... un tío de aquellos engominados, lleno de mala leche y prejuicios contra todo el que no pensara como él. Y a saber lo que había hecho, porque si era amigo de mi abuela, a lo mejor hasta había estado en la guerra y tena alguna cuenta pendiente aunque nunca hubiese salido a relucir...
De todas maneras, aunque no fue capaz de comprenderlo, se encogió de hombros y me dejó la chupa de cuero, porque la mía estaba ya muy rozada y quería tener un poco de buena pinta cuando me viese mi abuela. No por mí, ¿eh? A mí me la suda. Por ella. Porque no la mirasen mal todos el montón de carcas que seguramente habría en el puto entierro.
Se lo expliqué a Malibú y lo vuelvo a explicar. No podía dejar a mi abuela tirada. Tenía que hacerlo. Si era un falangista, pues mala suerte. Mi abuela era mi abuela, la única que alguna vez me pidió explicaciones de lo que hacía sólo para enterarse de cómo me iba la vida y no para lanzarme rerpoches.
Cuando sonó el móvil y vi que era el número de mi abuela, me preparé para una conversación larga sobre lo que saliera. Ella es así. Luego, cuando me habló del favor que quería pedirme, lo primero que me salió de dentro fue decir que me alegraba de que hubiera un fascista menos, pero el muerto no era un fascista cualquiera: era Fernando Salcillo, y yo sabía de sobra lo que había sido ese tío para mi abuela. Algunos incluso piensan que fueron amantes, y hasta se dijo que mi padre era hijo suyo, o sea que yo podía ser su nieto. Pero luego pasó el tiempo y se vio que mi padre se parecía demasiado a mi abuelo, al abuelo oficial, para seguir manteniendo esa patraña y los tocapelotas se callaron la boca.
No sé si la abuela se metía con ese tal Salcillo en la cama. Ni lo sé, ni me importa. Me la sopla.
Lo que sí sé es que a mi abuelo lo sacó de la cárcel. Y que a mi padre le pagó los estudios de maestría, y que a la abuela la trató siempre como una reina. O eso dice ella, porque mi padre responde sólo con un gruñido cuanto tratas de sacarle a relucir el asunto. Mi padre sólo habla de lo que quiere. De hecho, mi padre no sabe decir las cosas y mi madre no sabe callar, y por eso me largué de casa a los diecisiete. Pero a lo que estaba: que el Salcillo era un fascista hijoputa, pero mi abuela lo quería. Por la razón que fuera. Porque le debía unos cuantos favores. Porque le caía simpático. Porque le daba la gana.
Y mi abuela, con sus ochenta y pico tacos me había llamado por teléfono para decirme que la acompañase en tren a Guadalajara para ir al entierro.
¿Cómo coño podía decirle que no a mi abuela, después de lo que me ha apoyado siempre? Y me había llamado a mí, y no a mi padre. Me lo dijo claramente:
—Enrique, ven tú, que no quiero llamar a tu padre. Quiero que vengas tú conmigo... que tú me entenderás y a tu padre no quiero aguantarle el mal humor. Ya sabes cómo es... Ven tú...
—Pero abuela, joder... —traté de quejarme.
—Ya estoy algo torpe y preferiría no ir sola. El único que puede venir eres tú. Seguro que tú me entiendes —me respondió tajante.
Y no tuve huevos para negarme. Por mucho que fuera el entierro de un falangista. Por mucho que hubiese que ir en tren a Guadalajara.
Así que allí me encontré aquella tarde, con la cresta remojada y peinada para un lado, unos vaqueros negros medio limpios y la chupa de cuero de Malibú quitándome el frío. Mi abuela era la primera vez que veía la estación de Atocha y le encantó. Se quedó medio pasmada mirando las palmeras y las plantas tropicales del vestíbulo mientras yo trataba de meterle prisa para que no perdiésemos el tren. Eso es lo que más me alucina de ella: que tiene ochenta y pico años y se sigue embobando con las cosas como una cría. Me alucina o me da envidia. No sé.
El viaje duró media hora larga. Lo justo para que charlásemos un rato, pero no tanto como para que yo tuviera tiempo de preguntarle por qué se empeñaba tanto en ir a ese entierro. No suelo cortarme para hablar de las cosas, pero no encontré el modo de preguntarle a mi abuela por el tema sin meterme demasiado en su vida. Al final me convencí de que no era asunto mío y pase de todo. Me había llamado para que la acompañase, pues la acompañaba, y punto.
Cuando llegamos, la abuela quiso que nos mantuviésemos atrás, sin que nadie nos viera, y ni siquiera firmó en el libro ese que ponen para que la gente fiche, porque digan lo que digan es para eso. De todos modos, una mujer vieja y enlutada pasó a nuestro lado y se detuvo un momento a mirar a la abuela. Las dos se miraron un buen rato, mientras el hombre que iba con él me miraba a mí, con cara de circunstancias. A mí no se me ocurrió nada mejor para quedar bien que tenderle la mano y darle el pésame. El hombre aquel, de traje negro, me estrechó la mano y me dio las gracias. Pero la abuela y la mujer no se saludaron ni se dijeron una palabra. No me hizo falta ninguna explicación para saber quién era.
Luego, en el entierro, había un montón de viejos y unos cuantos niñatos, todos muy trajeados, muy repeinados y con el gesto muy serio. La verdad es que daban ganas de partirles la cara a todos, por gilipollas. La misa duró una eternidad y el entierro otros dos o tres siglos, por lo menos, pero al final metieron cantaron el Cara el Sol, y otras cuantas canciones asquerosas de ese tipo, enterraron a su muerto, y se fueron a tocar los cojones a otra parte.
Entonces mi abuela también se acercó para estar allí, junto a la tumba, brazo en alto. Nunca pensé que mi abuela fuese fascista y me dejó de piedra. Me quedé tan hecho polvo que se lo pregunté, pero ella me miró como si estuviese tonto por hacerle aquella pregunta.
—¿Qué tendrá que ver ser fascista con cantarle el Cara al Sol a un muerto? —me respondió con el ceño fruncido— ¡Menudas cosas tienes!
—Pero abuela... —traté de discutirle.
—Tú, ¿qué pasa?, ¿no has querido nunca a nadie? —me soltó.
Y ante eso, pues claro, yo no dije ni pío. ¿Qué iba a decir? Ella iba por el muerto, y si el muerto hubiese sido cantaor flamenco, le hubiese cantado unos soleares. Pero como era facha, le cantaba el Cara al Sol. Manda cojones, vale, de acuerdo, pero se podía entender.
Luego, en el tren de vuelta, ya casi de noche, estuve un rato dándole vueltas al coco mientras miraba a la abuela y veía como se le llenaban los ojos de lágrimas de vez en cuando. Y no sé de dónde me vino la idea, pero entonces pensé que aquel entierro me había unido a ella más que todas las tardes que pasamos juntos cuando era niño y todas las veces que tapó mis desobediencias y mis putadas para que no me currase mi padre.
Cuando se lo conté a Malibú me dijo que se me había ablandado la sesera, pero es que él no lo entiende. Nadie lo entiende. Ni yo mismo.
La única que lo entiende es la abuela, y por eso me llamó a mí, y no a mi padre, que podía haberla llevado en coche en un momento, sin tanto taxi, ni tanta espera en la estación ni tanta historia, porque ella ya está cascada y vi que aquella jarana la había dejado hecha polvo.
Pero la abuela me llamó a mí, ¡coño! Y yo tenía que ir.
—¿Qué tal estás, abuela? —le pregunté cuando sólo faltaban diez minutos para llegar.
—Bien, hijo, y gracias por acompañarme.
—De nada. Ya sabes que tú, lo que quieras. Cualquier cosa.
—Ya lo sé, Enriquito, majo. Ya lo sé. ¿Y qué tal te va en ese sitio que ocupas con tus amigos?
—Bien, abuela, vamos tirando.
—Bueno, pues cuidado con la policía. No os dejéis pisar, pero tampoco os paséis de cabezones. Una término medio, ¿eh?
—Sí, abuela, no te preocupes —respondí.
Luego, en la estación la dejé en un taxi y la despedí con dos besos.
Antes de marchase, echó mano al bolso y sacó unos billetes.
—¿Os vendrían bien cien euros en ese sitio en el que estás?
—Joder, abuela, pues... —traté de negarme sabiendo que estábamos todos más pelados que la luna. Ella no es rica tampoco, pero para lo que gasta... —Nos vendrían como Dios —acabé reconociendo.
—Pues cógelos. Y saluda de mi parte a esos amigos tuyos, ¿eh? Y tened cuidado. No hagáis el tonto.
Los cien euros apaciguaron un poco a Malibú y a los otros. Pero siguen sin entenderlo.
Yo lo he estado pensando y creo que ya le he cogido el punto a la cosa. Ya sé por qué me llamó. ¡Hizo bien! ¡Y me alegro de haber ido!
La abuela se metía en la cama con ese Salcillo, ahora estoy seguro. Y lo quería. Y olvidaba con él los malos ratos y los disgustos que le daba mi abuelo, borrachín y malhumorado. Y casi creo que el cabrón fascista también quería a la abuela. La abuela hizo siempre lo que le salió de la punta de las narices: pasó de todo el mundo, de lo que dijeran, de lo que se suponía que tenía que ser una mujer casada, una madre de familia y la leche en verso. Le importaban un pijo las leyes, las normas sociales y lo que dijeran los demás. Le importaba un huevo todo.
La abuela hizo siempre lo que le dio la gana. ¿A quién coño iba a llamar para que la acompañara al entierro?
¿Quién más iba a entenderla?
Hizo bien.
Feindesland. 2003.
El avión temblaba. Las luces parpadeaban con un zumbido intermitente, y los gritos se entremezclaban con el estruendo de los motores forzados al límite. Julia miró por la ventanilla; la tierra se precipitaba hacia ellos como una verdad ineludible.
A su lado, un hombre de unos cincuenta años se ajustaba con calma el cinturón de seguridad. Tenía las manos firmes y los ojos serenos, como si hubiera esperado este momento toda su vida.
—Cuando se viaja en un avión que se va a estrellar, el cinturón no sirve de nada —murmuró Julia, con una sonrisa amarga.
El hombre giró la cabeza y la miró con una media sonrisa.
—Pero consuela —respondió, tirando un poco más de la correa hasta sentirla bien ajustada.
Julia dudó un instante, pero luego hizo lo mismo. Sintió la presión del cinturón contra su pecho y, de algún modo, la desesperación se disipó un poco. Afuera, el suelo se acercaba cada vez más.
Cerró los ojos y exhaló despacio. No podía cambiar el destino, pero sí cómo lo enfrentaba.
Y en ese instante, el silencio lo envolvió todo.
Parte 1. Parte 2. Parte 3. Parte 4.
El Director de Tecnología de la compañía de aerotaxis, al que por abreviar llamaremos por las siglas de su cargo en inglés, CTO, rendía cuentas ante el capo di tutti capi, el CEO (Chief Executive Officer). Que a su vez, debería aguantar el chaparrón en la junta de accionistas.
- Explícame otra vez eso del 50 por ciento. Y no me saques ninguna formulita, o te juro por mi madre que te echo a la puta calle.
El CTO tragó saliva ruidosamente y dijo:
- En terminos de programación el asunto para SACTA se trataba de calcular una variable booleana y....
CTO noto un respingo en CEO al oír la palabra "booleana". CEO hizo una mueca y preguntó:
- ¿Qué has dicho, que has dicho, no te he oído bien, qué quieres el finiquito?
CTO intentaba tragar saliva, pero pareciera que tuviese una alpargata atravesada en la garganta porque no era capaz. Tenía el aspecto de un pollo ahogandose al tratar de comer un gusano demasiado grande y efectuaba ya sin disimulo grandes movimientos de cabeza arriba y abajo, a la vez que sus ojos se ponian más y más saltones, y su rostro enrrojecía.
- O sea, vamos a ver, quiero decir que se trató de que SACTA se vio forzado por las circunstancias a elegir entre dos opciones. O salvo a uno o salvo a otro. En términos informáticos eso es un 0 o un 1. Y se trata de calcularlo. Esa terrible decisión, cuando la hace un médico se llama triaje. Tenía que salvar a uno y dejar morir a otro. En general se suele priorizar al que mayor probalidad tenga de sobrevivir, como por ejemplo sucede en las listas de candidatos a recibir un trasplante de un organo.
CEO no mostraba signos de ira. Eso tranquilizó un poco a CTO, que prosiguió con la explicación.
- Así que antes de empezar a calcular ese 0 o ese 1, se puede decir que los dos ocupantes de los dos vehículos tenían un 50 por ciento de posibilidades de recibir la ayuda del dron de rescate. Y cuando terminó el cálculo, uno de los dos ocupantes, tenía el 100% de posibilidades y otro el 0%. Pero SACTA no contaba con que ese tipo nos lanzase un órdago...y tuvo que recalcular cuando quedaban pocos segundos para el impacto. SACTA no tenía claro si lo de la vacuna era cierto o no. El resto de cosas que dijo el sujeto sabía que eran ciertas. El caso es que consideró toda la nueva información y decidió salvar al tío de la barba.
El CEO procesó todo aquello y chasqueó la lengua mientras se despedía mentalmente de su carrera. Aquel mamonazo hijo de puta había conseguido salvar el pellejo mintiendo. Les había pasado una patata tan caliente como que se encontraban con la prensa de todo el mundo encima, y dos juicios pendientes. Uno con la familia de la mujer embarazada fallecida y otro con el barbas de los cojones. La rata inmunda, encima les había demandado por daños morales y psicológicos, y para más INRI y quedabienismo, había jurado ante notario entregar integra su indemnización a la familia de la fallecida.
No lo podréis entender. No es el miedo al desastre lo que ofusca nuestra mente, sino el temor a los propios sentimientos, a los despojos mal enterrados de una derrota sin lucha.
Conócete a ti mismo, dijo el griego. Témete a ti mismo, se le olvidó añadir.
¿Qué haremos cuando el verdugo acaricie a nuestra novia y un ascua de memoria nos susurre que hace bien, porque él se lo ganó?, ¿qué le diremos a ella cuando nos mire condescendiente?, ¿a qué dios le rogaremos, mano sobre mano en casa, después de aceptar nuestro destino? El que lucha y pierda, ha cumplido. El que sólo pierde, sin luchar, ¿qué se dirá a sí mismo?
Cualquiera puede perder, pero se rinde sólo el que quiere. ¿Qué nos librará de esta mancha de ceniza sin haber probado el fuego?
Sólo son rumores, sólo palabras transmitidas de boca en boca, de beso en beso, entre transgresión y abandono. Rumor entregado por los labios carnosos de la niñera al mentón bien rasurado del sacerdote; palabra apenas esbozadas que pronunciaban los labios de la esposa fidelísima sobre el pecho del mozo de almacén; secreto confesado por la dependienta al gran doctor. Palabras de olvido, de indigencia moral, de pasión mal reprimida encarnada en liviandad para escapar de su asfixia y extrañar otros temblores.
Esta noche nada puede ser real, ni los abrazos que se prestan ni los ojos que se huyen en la oscuridad mal conseguida de una ciudad en guerra que reluce en exceso.
Demasiadas luces. Demasiado brillo. Ya no hay miedo a la aviación, ni se asustan las matronas con los estruendos lejanos de los obuses teutones: vuelve la claridad cuando menos se necesita, cuando todos quisiéramos ser sólo manos para abrazar y cuerpos estremecidos en ese hiriente placer, en la caricia resentida y voluptuosa de los que se odian a sí mismos.
Es la noche en que nadie puede avergonzarse de sus actos, la noche en que nada importa, porque alguien entro en Sevres y se llevó en un gran saco las medidas y los pesos, las barras de platino e iridio con que antes se cuantificaba el mundo, los termómetros, las escalas y las conciencias. Han saqueado el museo de pesos y medidas. Han arrasado las fuentes, y las almas, y el registro donde guardaban las hipotecas de la decencia No queda nada.
La conmoción es demasiado grande para que alguien se preocupe aún por el decoro: cuando se pierde el orgullo se abandona también toda contención, todo recato. Cuando se pierde el orgullo, sólo queda por defender el animal, y el animal humano se debate en el fango, entre espasmos de rabia, semen, saliva y bilis.
Esta noche se perdió la autoridad. Nadie se atreve a mandar, ni sirven las cerraduras, ni existen lugares santos. Esta noche todo vale porque todo perdió valor: los cálices son copas y las banderas son trapos, las leyes se han convertido en cantares de ciego y cada vecino anciano es sólo una oportunidad de obtener un buen botín sin riesgo y sin esfuerzo. Hoy los lobos son más lobos para el otro. Hoy los otros son infierno, purgatorio y paraíso, sin lindes que los separen. Sartre, Proust y Lautremont, reunificados.
Esta noche corre el fuego, entre los ladrillos de las esquinas, desgastados por el roce de los carros, entre los adoquines demasiado pulidos y los látigos de los cocheros. Esta noche corre el fuego, entre las prostitutas que no lo son, porque el naufragio todo lo iguala, y los clientes que no pagan, y los chulos que se miran los nudillos entre copa y copa, entre cerveza y cerveza, entre la espuma derrotada de su arrogancia de ayer.
Esta noche la ciudad aguarda, como un muchacho en posición de firmes al que se la ha prometido una bofetada. Y sabe que el golpe llegará, pero el profesor camina en torno suyo, apostrofando su falta; a veces se detiene y mira cara a cara al alumno, pero espera. Prefiere esperar. Sigue con su clase y entre explicación y explicación vuelve a pasar al lado del muchacho, y lo hará hasta que la bofetada sea recibida con alivio.
Esta noche el enemigo espera fuera, celebrando su victoria y preparando el desfile del día siguiente. Hace días que aguarda en los arrabales, en los castillos y en los palacios, en las fértiles landas donde cazaban los reyes y se reunían los jacobinos. Espera porque sabe que ha vencido sin luchar y que no hay ninguna prisa para tomar posesión de lo que se entrega con mansedumbre. Espera porque se siente amo y no sólo vencedor. No habrá fusiles en las ventanas, ni trampas en los recodos. No habrá más granadas que las que vendan los fruteros ni más luchas cuerpo a cuerpo que las libradas entre las sábanas de los vencedores. Habrá fotografías y desfiles, y paseos junto al Sena, y un gobierno de agua mineral, agua con gas, para reírles las gracias y ejecutarles los muertos. Y treinta o cuarenta judas por cada triste partisano que quiera sacudirse el yugo.
¿Para qué darse prisa?
Paris es ciudad abierta. Una ciudad que los suyos entregamos sin defender. París no es siquiera una ciudad mártir, ni una ciudad derrotada, ni una víctima de la guerra. Es ciudad abierta, madre entregada, novia vendida, botín graciosamente ofrecido. Regalo y no conquista.
París es ciudad abierta porque prefirió ser ramera antes que matrona despeinada.
Sobre las tablas ennegrecidas del salón bailan abrazados el joyero y la modista, el locutor de ojos enrojecidos y la pálida maestra de latín. Bailan como bailaron siglos antes las víctimas de la peste y los feriantes hambrientos: danza macabra
Un aragonés republicano, empapado hasta las ceas de vino, baraja sus documentos sobre la mesa sin hule arrumbada en una esquina. Tuvo que marchar de España, y no sabe adónde irá. Al infierno si es que existe, y si no a fundarlo de una vez, que buena falta va haciendo. Con los párpados cargados por el sueño y el alcohol mira a su alrededor mientras recuerda su tierra, y piensa que en España no hay ciudades abiertas, como no sea en canal. Recuerda entonces en la voz de un maestro viejo y mal afeitado una frase de Galdós: Zaragoza no se rinde. La recuerda palabra por palabra, y peleando dignamente con la borrachera consigue ponerse en pie:
—Y entre los muertos habrá siempre una lengua viva para decir que París sí que se rinde, y sin disparar un tiro —grita antes de caer de bruces sobre la mesa.
Ya lo han dicho. Ya no es pensamiento oculto espesándose entre las vigas hasta apagar los candiles.
Ya lo han dicho, pero nadie escucha. Todos bailan.
El tabernero con la esposa del banquero. El abogado con la niñera.
Todos bailan a la espera de la bofetada.
Nadie dormirá esta noche. Despiertos, soñaremos todos con que no amanezca.
Feindesland, 1998
María había nacido en un pesebre, literalmente, entre el mulo de casa y una vaca rancia. Se ocupó de su padre hasta que murió con setenta años, con siete años daba de comer a las ovejas, con diez las ordeñaba, con veinte su novio se pegó un tiro en el pantano, con cuarenta le entraron unas fiebres de Malta y murió, antes regaló una cruz a la parroquia que el cura no quiso porque le parecía muy fea.
Nube Larga se colocó el penacho de plumas, contempló ante el espejo sus pinturas de guerra y se dirigió a su caballo. Sabía que el director y todo el equipo esperaba sólo por él para dar comienzo al rodaje de la batalla, de la pantomima de batalla contra el hombre blanco, pero no tenía prisa.
Que esperasen. Por una vez, que esperasen.
Con la que estaba apunto de rodar, Nube Larga había participado ya en casi una treintena de derrotas contra la caballería Michigan.
Echó un vistazo a sus hombres y se encontró con un montón de sudamericanos, mulatos, varios indonesios y hasta algún hombre blanco. Él al menos era un verdadero piel roja, un residuo del extinto pueblo cherokee.
Pasó ante el director y las cámaras sin mirarlos, como si fueran arbustos, y se colocó en su puesto sin hacer caso a los gruñidos que afeaban su retraso.
Allí estaba, con el penacho de sus antepasados y las pinturas de sus mayores, listo para una farsa. Miró la llanura, suya por derecho propio, por ley de sangre, y en todas partes encontró cicatrices de su derrota.
Se había engañado a sí mismo diciendo que ese era el único amino para que los suyos no se hundiesen en el olvido, pero sabía en el fondo de su alma que estaba vendiendo también su memoria. Primero las tierras, luego el orgullo, por último la memoria. Si hubiera alguno, tal vez un hijo suyo vendería el cementerio.
Pero no había cementerios.
Sólo vergüenza y rabia, rencor e impotencia en los ojos de un hombre perteneciente a un pueblo que no supo defender lo suyo. Que no pudo.
Era una película de indios y Nube larga, un jefe indio, hacía de jefe indio.
Buen papel.
¿Pero hay mayor desgracia que convertir una persona en personaje?, ¿hay peor vergüenza que transformar en folclore las raíces?, ¿hay miseria más baja que convertir en espectáculo la historia de la propia destrucción?
Sí. La hay: hacerlo ante el mundo entero y cobrando.
Sólo el hombre blanco podía haber inventado el cine, capaz de empujar tan hondo a su pueblo en el pozo de la desgracia.
Pocos indios sonríen en las películas. Ya sabéis la causa.
menéame