Hubo un tiempo en el que yo me creía capaz de leer las calles de mi ciudad. Me creía capaz de escudriñar sus rampas y pasajes, sus depósitos humeantes, y hallar algún sentido a las cosas. Pero ahora ya no me creo capaz. O bien he perdido la capacidad, o tal vez las calles se estén volviendo más difíciles de leer. O ambas cosas. No puedo leer libros, que se supone son fáciles, fáciles de leer. Nada de extraño, entonces, que no pueda leer las calles, que, como todos sabemos, son difíciles y duras —revestidas de metal, reforzadas con macizo hormigón armado—. Y cada vez más difíciles, más duras. Analfabetas ellas mismas, las calles son ilegibles. Sencillamente, ya no se dejan leer.
Campos de Londres. Martin Amis
Comentarios
Lo bueno es llegar a la gran ciudad y decirle al moto Concho, llévame donde la. Peluquería merys en el barrio de las enfermeras. Y el tío te lleva. Las calles no se leen se huelen.
Me paso con Buenos Aires, no la leía. Era como si se estuviese re-escribiendo a cada momento.
Y ahora en muchas, sólo leo el mismo párrafo.
La popularizacion de la suela de goma, el acolchado de espuma y la amortiguacion del calzado premium nos agreden carentes de personalidad junto al asfaltado y el raseado industrializado, generico, neutro y muerto. Reivindiquemos la alpargata con suela de cuero, el empedrado, la baldosa con relieve, el jardincito. Deja que tu pie te diga donde estas, que no sea el gps el que trace tu ruta por una calle muerta.