LITERATOS. Compartimos fragmentos.
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Pequeño homenaje a la librería Proteo de Málaga

Nunca estuve, pero leer la siguiente Portada www.meneame.net/m/actualidad/fuego-calcina-historica-libreria-proteo-m de algún modo me ha afectado. Y es que los libros da igual de dónde provengan o dónde se lean, su valor no disminuye.

Me acordé de un texto de Charles Bukowski que viene al caso, y quería compartirlo:

El incendio de un sueño

Charles Bukowski

la vieja Biblioteca Pública de L.A se quemó

entera

aquella biblioteca del centro

y con ella desapareció

buena parte de mi

juventud.

estaba allí sentado en uno de los bancos

de piedra con mi amigo

Baldy cuando me

preguntó,

"¿vas a unirte a la 

Brigada

Abraham Lincoln?"

"claro", le

dije.

pero consciente de que no era

un intelectual ni un idealista

político

me eché atrás

poco

después.

yo era un lector

entonces

que iba de sala en 

sala: literatura, filosofía,

religión, hasta medicina

y geología.

desde muy pronto

había decidido ser escritor, 

pensaba que podía ser la mejor

vía

de escape

y los chicarrones novelistas no me parecían

tipos demasiado

duros.

tenía más dificultades con 

Hegel y Kant.

lo que me molestaba

a mí

de la gente

era que tardase tanto

en decir al fin

algo ameno y/

o

interesante.

creía que estaba por

encima de todo el mundo

entonces.

me quedaban por descubrir dos

cosas:

a) la mayoría de los editores pensaba que todo

lo aburrido tenía algo que ver con cosas

profundas.

b) que me llevaría décadas de

vida y literatura

ser capaz de

escribir

una frase que fuera

ni de cerca

como yo quería que

fuese.

entretanto

mientras otros jóvenes perseguían

señoritas

yo perseguía viejos

libros.

era un bibliófilo, bien

que

desencantado

y eso

y el mundo

me moldearon.

vivía en una caseta de contrachapado

detrás de una pensión

por 3,50$ a la

semana

sintiéndome un

Chatterton

embutido en algo de 

Thomas

Wolfe.

mis mayores preocupaciones eran

los sellos, los sobres, el papel

y

el vino,

con el mundo al borde

de la Segunda Guerra Mundial.

aún no me había

turbado una

hembra, era virgen

y escribía de 3 a

5 relatos por semana

y todos me los

devolvían

desde The New Yorker, Harper's,

The Atlantic Monthly.

había leído que

Ford Madox Ford solía empapelar

su cuarto de baño con las

cartas de rechazo

pero yo no tenía ni

cuarto de baño así que las metía 

en un cajón

y cuando se llenó tanto que

apenas si podía

abrirlo

saqué todas las cartas

y las tiré

a la basura junto con los 

relatos.

con todo

la vieja Biblioteca Pública de L.A. seguía siendo

mi hogar

y el hogar de muchos otros

vagabundos.

usábamos con discreción los

baños

y los únicos a

los

que desalojaban era a

quienes se quedaban dormidos en las

mesas de

la biblioteca -nadie ronca como un

vagabundo

salvo la persona con quien te has

casado.

bueno, yo no era exactamente un 

vagabundo. yo tenía carné de la biblioteca

y sacaba libros y los

devolvía

enormes

pilas de libros

siempre hasta el 

límite

permitido:

Aldous Huxley, D.H.Lawrence,

e.e. cummings, Conrad Aiken, Fiodor

Dos, Dos Passos, Turgueniev, Gorki,

H.D., Freddie Nietzche, Art

Schopenhauer, Steinbeck,

Hemingway,

y

demás...

siempre esperaba que la bibliotecaria

me dijese, "tiene usted buen gusto,

joven..."

pero la vieja zorra quemada y

acabada no sabía ni quien era ella

misma

con que figúrate

yo.

pero aquellos estantes eran

una tremenda bendición: me llevaron 

a descubrir

a los poetas chinos antiguos

como Tu Fu y Li

Po

que conseguían decir más en un

verso de lo que la mayoría decía en

treinta o

en cien.

Sherwood Anderson debe de

haberlos 

leído

también.

también sacaba los Cantos

una y otra vez 

y Ezra me ayudó a 

hacerme fuerte de brazos si no

de mente.

ese lugar maravilloso

la Biblioteca Pública de L.A.

fue un hogar para alguien que había tenido

un

hogar

infernal

ARROYOS DEMASIADO ANCHOS PARA SALTARLOS

LEJOS DEL MUNDANAL RUIDO

CONTRAPUNTO

EL CORAZÓN ES UN CAZADOR SOLITARIO

James Thurber

John Fante

Rabelais

de Maupassant

algunos no me decían

nada: Shakespeare, G.B. Shaw,

Tolstoi, Robert Frost, F. Scott

Fitzgerald

Upton Sinclair me decía

más

que Sinclair Lewis

y consideraba a Gogol y

Dreiser dos completos

imbéciles

pero tales juicios se debía más

a mi manera

forzada de vivir que a 

mi razón.

la vieja Biblioteca Pública de L.A

evitó a buen seguro que me

convirtiera en un

suicida

un atracador

de bancos

un

maltratador

de mujeres

un carnicero o un

policía motorizado

y aunque algunos de éstos

puedan ser estupendos

le

debo

a mi suerte

y mi carácter

el que esa biblioteca estuviese

ahí cuando era

joven y buscaba

algo

a lo que agarrarme

y parecía haber muy

poco

a mano.

y cuando abrí el

periódico

y leí lo del fuego

que

había destruido la

biblioteca y casi todo

su contenido

le dije a mi

mujer: "yo me pasaba el

tiempo

allí..."

EL OFICIAL PRUSIANO

EL JOVEN AUDAZ SOBRE EL TRAPECIO VOLANTE

TENER Y NO TENER

YA NO PUEDES VOLVER A CASA.

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Cosas que hacen Bum - Kiko Amat

El primer detalle que aprendí de Johnny Cactus era que hablaba raro.

- El mundo es un zapato –decía.

- Estás elegante como un tiralíneas –decía.

- Tenía el corazón en un cajón – decía.

- Tengo la cabeza como un biombo –decía.

- No voy a ir, por si las muescas –decía.

La tradición de las frases hechas le traía sin cuidado. La teoría que desarrollé, con el tiempo, era que lo hacía por miedo a lo ordinario, a cualquier tipo de rutina. Era escritura automática. Refranero surrealista. El resto del mundo repetimos las frases hechas y los juegos de palabras sin firmarlos. Los manoseamos y guardamos bien envueltos, por eso cuando llega el momento de prestárselos a alguien tienen la misma forma aburrida de siempre.

Johnny Cactus quería que incluso sus frases hechas fuesen exclusivas. Únicas. Nuevas, estrenadas en aquel momento, como un juguete acabado de comprar.

- Es más pesado que una casa en brazos –decía.

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Contra el infinito

Manuel miró por encima del ovalado jardín con sus grupos de esbeltos árboles y su arenoso suelo compactado. Había acudido allí para contemplar la luz, había pensado en ello todo el día. Era algo que tenías que mirar atentamente. El eclipse del sol por Júpiter había llegado, trayendo consigo resplandores ambarinos, y se había perdido el cambio. Gutiérrez siguió hablando:

—Cada civilización, hasta ahora, ha evolucionado debido a sus contradicciones internas…, conflictos interiores que han forzado el cambio. El capitalismo actuó por contradicción para producir el socialismo…, era inevitable.

—Hummm. —Estaba contemplando la luz.

—Los marxistas creyeron que, bajo el socialismo, terminarían la alienación y la lucha de clases. Ignoraban el hecho de que el modelo dialéctico del cambio nunca predijo un fin de las contradicciones, o de la evolución. El socialismo requiere una burocracia, y eso significa una clase administrativa. Los administradores se enfrentaron a un problema que el marxismo nunca discutió: lo bien que trabaja el socialismo frente al capitalismo. ¿Cuál es el bien de ser exactamente igual a todos los demás, si eso significa que tienes que ser pobre? El último siglo nos enseñó, o mejor dicho, le enseñó a la Tierra, que el socialismo es menos eficiente que el capitalismo en la producción de bienes.

—Hummm.

—Así que para impedir que el socialismo se hundiera en el lodo, los burócratas tenían que promover la expansión…, fuera del planeta, al sistema. Pero el socialismo es una necesidad histórica que surge cuando alcanzas una cierta densidad de población. Una vez la gente se dispersa… —Abrió las manos—. La densidad de población en los nuevos mundos es baja, por supuesto. La dinámica de la economía los empuja a adoptar medidas individualistas, capitalistas. Deben hacerlo, para sobrevivir y prosperar en lugares duros. Así que la contradicción interna del socialismo es que debe expandirse para hacer frente a sus propias ineficiencias. La expansión, sin embargo, produce capitalismo en las fronteras. Tu Asentamiento es en realidad una pequeña unidad capitalista comunal. Interactúa con la Tierra a través de un mercado, no mediante edictos.

Llegó el camarero, y Manuel tomó ansiosamente su copa. Aquello era peor de lo que había pensado que sería. El camarero depositó el ron, y Gutiérrez le corrigió.

—No era ron adopolc para mí —dijo amable pero severamente—. Yo quería ponche de vino.

—Está bien —dijo Manuel—. Yo tomaré ese ron. Yo lo pagaré. Tráigale lo que pida, por favor.

—Lo que había pedido —corrigió Gutiérrez.

El camarero regresó rápidamente con el ponche de vino. Permanecieron sentados en silencio, uno bebiendo la fría, broncínea, finamente texturada infusión, con su aroma a malta y su regusto dulzón y fermentado; el otro alzó la copa caliente y bebió la mitad de un largo trago, haciendo oscilar su nuez de Adán. Manuel esperó que no hubiera mucho más de teoría social…, todo aquello sonaba como mera charla terrestre. Sabía que Gutiérrez era influyente, y resultaba desconcertante que el hombre prestara atención a un petro-trabajador de un oscuro Asentamiento. Estaba el asunto del Alef, pero Manuel se negaba a hablar de eso, y esperaba que todo el mundo lo hubiera olvidado ya.

—Y ahí reside la auténtica comedia —prosiguió Gutiérrez, recogiendo el hilo como si no se hubiera producido ninguna interrupción—. ¿Entiendes? Los marxistas siempre supusieron que el siguiente paso completaría el ciclo de contradicción y cambio. ¡Es tan divertido! Puesto que no podían imaginar ningún otro cambio más allá del socialismo, supusieron, sin pensar, que no habría ninguno. No se dieron cuenta de que el modelo dialéctico no predice una Revolución Final. Desde una perspectiva materialista, nunca hay necesidad de una Revolución Final. Hay en cambio un equilibrio entre las dos formas. Así que ahí tenemos a la humanidad, con un refinado y humanitario socialismo, en el viejo y atestado núcleo. Y el capitalismo brotando como mala hierba en los bordes.

Gregory Benford, "Contra el infinito."

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Los bárbaros

-¿Qué esperamos congregados en el foro?

Es a los bárbaros que hoy llegan.

-¿Por qué esta inacción en el Senado?

¿Por qué están ahí sentados sin legislar los Senadores?

Porque hoy llegarán los bárbaros.

¿Qué leyes van a hacer los senadores?

Ya legislarán los bárbaros, cuando lleguen.

-¿Por qué nuestro emperador madrugó tanto

y en su trono, a la puerta mayor de la ciudad,

está sentado, solemne y ciñendo su corona?

Porque hoy llegarán los bárbaros.

Y el emperador espera para dar

a su jefe la acogida. Incluso preparó,

para entregárselo, un pergamino. En él

muchos títulos y dignidades hay escritos.

-¿Por qué nuestros dos cónsules y pretores salieron

hoy con rojas togas bordadas;

por qué llevan brazaletes con tantas amatistas

y anillos engastados y esmeraldas rutilantes;

por qué empuñan hoy preciosos báculos

en plata y oro magníficamente cincelados?

Porque hoy llegarán los bárbaros;

y espectáculos así deslumbran a los bárbaros.

-¿Por qué no acuden, como siempre, los ilustres oradores

a echar sus discursos y decir sus cosas?

Porque hoy llegarán los bárbaros y

les fastidian la elocuencia y los discursos.

-¿Por qué empieza de pronto este desconcierto

y confusión? (¡Qué graves se han vuelto los rostros!)

¿Por qué calles y plazas aprisa se vacían

y todos vuelven a casa compungidos?

Porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron.

Algunos han venido de las fronteras

y contado que los bárbaros no existen.

¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros?

Esta gente, al fin y al cabo, era una solución.

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Constantino Cavafis.

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"La danza de la vida", Charles Bukowski

"La danza de la vida", Charles Bukowski

"Hay quienes pierden la mente por completo para ser alma: locos.

Hay quienes pierden el alma por completo para ser mente: intelectuales.

Hay quienes pierden ambos para ser: aceptados".



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Las generaciones de los hombres, Iliada, VI 146-149

"Como las hojas de los árboles nacen y padecen, así pasan del hombre las edades: que unas hojas derriban por el suelo los vientos del otoño y otras crían la selva al florecer y ufanas crecen al aliento vital de primavera; las generaciones de los hombres"

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Nombres y Apodos

Cuando alguien recibe un apodo, suele ser porque es un personaje, y puede acabar creyéndose más al personaje que a la persona. Con alguien que usan su propio nombre en calidad de apodo, demuestra ser alguien singular, una persona-personaje irrepetible, tanto para bien como para mal.

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Y la Muerte Perderá su Dominio, de Dylan Thomas

Y la muerte perderá su dominio.

Los muertos desnudos serán un solo muerto.

Con el hombre en el viento y la Luna de occidente;

cuando se descarnen los huesos y desaparezcan los huesos.

Donde hubo codos y pies aparecerán estrellas.

Y aunque se sumerjan en profundas aguas tendrán que resurgir.

Y aunque los amantes se extravíen perdurará el amor.

Y la muerte perderá su dominio.

Y la muerte perderá su dominio.

Bajo los remolinos del mar

aquellos que yazgan largamente no morirán en la tempestad

retorciéndose en el tormento, cuando cedan los tendones

atados a una rueda no podrán destrozarse;

entre sus manos la fe se romperá en dos

y el Unicornio del mal los atravesará.

Y hendidos por todas partes no se desmembrarán.

Y la muerte perderá su dominio.

Y la muerte perderá su dominio.

Nunca más las gaviotas gritarán en sus oídos

o se romperán las olas tumultuosamente en la ribera;

allí donde se abrió una flor nunca más otra flor

ofrecerá su cabeza a los golpes de la lluvia.

Y aún locas o muertas como clavos

atravesarán la margaritas con sus cabezas de señoras;

irrumpiendo sobre el Sol hasta que el Sol se desprenda.

Y la muerte perderá su dominio.

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Atribuido a Hermann Hesse

Atribuido a Hermann Hesse

"La paciencia es la cosa más dura para el espíritu. Pero es lo más duro y lo único que merece la pena aprender. Todo lo que es naturaleza, desarrollo, paz, prosperidad y belleza en el mundo descansa en la paciencia; requiere tiempo, silencio, confianza". 

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Fragmento de "La Resistencia" - Ernesto Sabato

Fragmento de "La Resistencia" - Ernesto Sabato

Les pido que nos detengamos a pensar en la grandeza a la que todavía podemos aspirar si nos atrevemos a valorar la vida de otra manera. Nos pido ese coraje que nos sitúa en la verdadera dimensión del hombre"



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Monarquía Constitucional Gatuna, según Mark Twain

Alegué que los reyes son peligrosos. Entonces los reemplazaremos por gatos, propuso Clarence.

Estaba convencido de que una real familia gatuna podía cumplir las funciones pertinentes: serían tan útiles como cualquier otra familia real, no tendrían menos conocimientos, poseerían las mismas virtudes y serían capaces de las mismas traiciones, tendrían la misma propensión a armar embrollos y tremolinas con otros gatos, resultarían risiblemente vanidosos y absurdos sin jamás darse cuenta de ello, saldrían baratísimos y, por último, ostentarían un derecho divino tan solvente como cualquier otra casa real, de modo que «Misifú VII, o Misifú XI, o Misifú XIV, soberano por la gracia de Dios», les quedaría igual de bien que a cualquiera de esos mininos de dos piernas que moraban en palacio.

-Y por regla general -explicó en su inglés moderno y esmerado-, el carácter de los gatos estaría muy por encima del carácter de un rey-promedio, lo cual sería una enorme ventaja moral para la nación, dado que la nación siempre toma como modelo el comportamiento moral de sus monarcas.

>>Como la veneración de la realeza está fundada en la irracionalidad, estos graciosos e inofensivos gatos podrían fácilmente llegar a ser tan sagrados como cualquier otra realeza, e incluso más, porque se empezaría a observar que no mandaban colgar a nadie, que no ordenaban decapitar a nadie, y que tampoco encarcelaban a sus súbditos ni les hacían sufrir crueldades o injusticias del tipo que fuere, de modo que debían ser merecedores de amor y reverencia más profundos que los reyes humanos habituales, y de hecho así ocurría. Los ojos de toda la doliente humanidad pronto se volcarían sobre un sistema tan humanitario y benigno, y pasado un tiempo comenzarían a desaparecer los carniceros que componen las familias reales, y los súbditos de dichos reinos llenarían los puestos vacantes con gatitos de nuestra propia casa real.

>>Nos convertiríamos así en la fábrica que aprovisionaría los tronos del mundo. Antes de que pasaran cuarenta años, Europa entera sería gobernada por gatos, gatos de nuestra producción. Se iniciaría entonces el reinado de la paz universal, que continuaría por toda la eternidad... ¡Miaaaaauuuuu!. Fffuuusss. Fizfizfiz.

¡Que lo cuelguen! Pensé que estaba hablando en serio, y sus palabras comenzaban a persuadirme, cuando de repente soltó aquel agudo maullido que por poco me hace pegar un salto de la sorpresa.

Un yanki en la corte del Rey Arturo, Mark Twain

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El ermitaño y los diablos

Un ermitaño, que había estado rezando durante treinta y tres años seguidos, vio que a la casa del zar acudían los diablos. Un día, el diablo cojo, Potanka, se quedó rezagado. El ermitaño salió y le preguntó a dónde se dirigían todos los días.

—Vamos a casa del zar a comer. Sus cocineros lo preparan todo sin santiguarse, ¡lo cual nos gusta mucho!

Como de la casa del zar le traían comida todos los días, escribió en los platos vacíos que los diablos iban a comer a la mesa del zar. Cuando este vio lo que le había escrito el ermitaño, reemplazó a todos los criados que tenía en la cocina por gente devota que, al dar inicio a cualquier tarea, decía:

—¡Que Dios nos bendiga!

Pronto vio el ermitaño de nuevo a los diablos: habían marchado al palacio alegres y felices, pero venían de regreso tristes y decepcionados.

Volvió a preguntar a Potanka por qué regresaban tan apenados.

—¡Ten la boca cerrada! ¡Ya te lo haremos pagar!

Después de aquel encuentro, dejó el ermitaño de ver a los diablos. Un día, llegó a su casa una mujer piadosa, y él le preguntó quién era y de dónde venía. Entablaron conversación, tomaron vino, se emborracharon y acordaron casarse.

Fueron a la iglesia, ya lo tenían todo arreglado. Dio inicio la ceremonia. Cuando estaban a punto de ponerles las coronas, se santiguó el ermitaño. Los diablos se echaron atrás, y él vio delante de sí una soga que estaba dispuesta para ahorcarlo.

Después de aquel suceso, se pasó rezando otros treinta y tres años.

FIN

Autor: Aleksandr Nikolaievich Afanasiev.

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El soborno moderno

Actualmente, los sobornos siguen siendo obligatorios, pero ya no te dan casi nada ni te hacen favores a cambio de ellos.

El profesor A. Donda. Stanislaw Lem

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El orden de las cosas

La termodinámica debe más a las máquinas de vapor que las máquinas de vapor a la termodinámica.

(Schrödinger)

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Fragmento de Temblor, de Rosa Montero

Antes de nuestro tiempo hubo un tiempo más antiguo. Otra civilización, un mundo diferente, muy técnico, rico en ingenios mecánicos. Tú has estudiado algunos de sus saberes en los Libros Secretos.

—Sí...

—Pues bien, ese mundo desapareció un día abruptamente, no me preguntes cómo. Poseían el secreto de una energía muy poderosa, mil veces más fuerte que el fuego, y quizá fuera eso lo que arrasó el planeta.

Puede que se tratara de un accidente, un fallo técnico. O un sabotaje, o la consecuencia de una guerra. O incluso la caída de un meteorito, no lo sé.

En sus anales, los supervivientes sólo se refieren a la Gran Catástrofe, sin especificar las causas concretas.

Los pobres infelices debieron de creer que un hecho de semejante magnitud estaría siempre presente en el recuerdo de las gentes y que no era necesario ser más explícitos. No sabían nada de la fragilidad de la memoria y de la capacidad humana para manipular la Historia.

Se detuvo, hurgó en el cestillo de los dulces con su rechoncho índice, escogió un par de ellos y se los metió en la boca.

—En el planeta no quedó nadie vivo —farfulló—. Pero en aquella era remota los humanos habían inventado la manera de navegar por los cielos, lo mismo que se navega en los océanos. En el espacio flotaban una especie de enormes barcos llamados satélites artificiales, verdaderos mundos en miniatura en los que vivían pequeñas comunidades de colonos.

Después de la Gran Catástrofe, los colonos esperaron a que la tierra se enfriara y regresaron, con todos sus animales y pertenencias, para construir un mundo nuevo.

Debían de ser criaturas nostálgicas. Aquí sólo encontraron una tierra abrasada, fulminada... y un montón de cristales.

El inmenso brasero que había consumido el planeta había dejado tras de sí un residuo sólido; los habitantes, las plantas, los animales, los soberbios edificios y las sofisticadas máquinas se habían fundido, condensado y reducido, y en su lugar sólo quedaba esa estéril cosecha de vidrios resplandecientes.

Los colonos recogieron los cristales, que no estaban repartidos uniformemente por la superficie del planeta, sino concentrados, quién sabe por qué caprichos físicos de la hecatombe, en tres o cuatro yacimientos, y los guardaron respetuosamente, como un memento de los muertos y del mundo perdido.

—Y así surgió la Ley y la adoración del Cristal... —musitó Agua Fría, fascinada.

—No tan de prisa, pequeña, no tan de prisa. Los mundos se hacen despacio, con cambios aparentemente imperceptibles...

No, al principio nadie habló de adoraciones ni de dogmas. Eran pocos, eran gentes preparadas y cultas y tenían la inapreciable oportunidad de poder empezar desde cero. Ambicionaban construir un mundo perfecto y casi lo consiguieron, porque la realidad, aunque rebelde, termina por parecerse a nuestros sueños, si éstos se sueñan con la suficiente perseverancia.

Durante muchos siglos el nuevo mundo creció y se desarrolló apaciblemente. Era una sociedad horizontal, sin jerarquías; las decisiones se tomaban de modo asambleario y los cargos ejecutivos eran desempeñados por riguroso turno rotatorio. Todos eran iguales entre sí, hasta el punto de que ni siquiera las mujeres tenían preeminencia alguna sobre los hombres. Y habían aprendido a controlar la técnica, a servirse de ella sin resultar esclavizados.

Como ves, era un mundo feliz y aburridísimo.

Océano se detuvo y se enfrascó en la trabajosa tarea de despegarse con el dedo un residuo de dulce que se había quedado adherido a sus roídas muelas.

—¿Y qué sucedió? ¿Qué falló? —urgió Agua Fría con impaciencia.

—Sucedió que crecieron demasiado, y ahí empezaron los problemas.

Al principio no existía la Mirada Preservativa; los colonos, que eran sin duda gentes románticas, establecieron desde el primer momento una sencilla ceremonia de muerte que implicaba el uso del Cristal, como emblema de la civilización perdida y recordatorio del nuevo mundo que pretendían construir.

Con el tiempo, el ritual se fue complicando; desarrollaron la Mirada Preservativa y adjudicaron un adolescente a cada anciano, y unas cuantas generaciones más tarde descubrieron

que las cosas se borraban si alguien fallecía sin haber completado la rutina.

Ya te digo que la realidad acaba por adaptarse a nuestros sueños... y a veces también a nuestras pesadillas.

Durante siglos el sistema funcionó perfectamente: todas las mujeres, todos los hombres disponían de cristales y de aprendices a los que traspasar la responsabilidad de sus memorias. Pero crecieron tanto, el mundo se pobló de tal manera, que llegó un momento en el que ya no hubo cristales para todos. De modo que se vieron en la necesidad de crear un comité que decidiera quién iba a recibir un cristal y quién no; quién podría perdurar en el recuerdo de su aprendiz y quién se vería condenado a la desolación de la muerte verdadera.

Era la primera vez que se introducía un elemento de desigualdad en ese mundo igualitario, y resultó fatal.

El delicado equilibrio se rompió; el comité de selección comenzó a adquirir un poder inmenso, y todo poder lleva en sí mismo el ansia de perpetuarse, la tentación de lo absoluto.

En algún momento de los tiempos el comité se convirtió en una casta y se creó una religión para justificar los privilegios.

Así apareció una Ley, así nació el imperio. Así surgimos nosotros, los reverenciados y venerables sacerdotes.

Océano hizo una pausa, chascó la lengua y se palmeó con satisfacción la amplia barriga.

—Los sacerdotes hicimos un pasado a nuestra medida y reescribimos la Historia del mundo. Conscientes de que el saber es la llave del poder, nos apropiamos de los conocimientos existentes. Los adelantos técnicos, los logros de nuestros antepasados, pasaron a ser patrimonio secreto y privado.

Y el pueblo olvidó. El ser humano siempre olvida.

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Los habladores

Escena I

PROCURADOR, SARMIENTO, y detrás ROLDÁN, en hábito roto con su espada y calcillas.

 SARMIENTO.- Tome, señor Procurador; que ahí van los doscientos ducados, y doy palabra a usted que aunque me costara cuatrocientos, holgara que fuera la cuchillada de otros tantos puntos.

PROCURADOR.- Usted ha hecho como caballero en dársela, y como cristiano en pagársela; y yo llevo el dinero, contento de que me descanse y él se remedie.

ROLDÁN.- ¡Ah, caballero! ¿Es usted procurador?

PROCURADOR.- Sí soy; ¿qué es lo que manda usted?

ROLDÁN.- ¿Qué dinero es ese?

PROCURADOR.- Dámele este caballero para pagar la parte a quien dio una cuchillada de doce puntos.

ROLDÁN.- Y ¿cuánto es el dinero?

PROCURADOR.- Doscientos ducados.

ROLDÁN.- Vaya usted con Dios.

PROCURADOR.- Dios guarde a usted.  (Vase.) 

Escena II

ROLDÁN, SARMIENTO.

 ROLDÁN.- ¡Ah caballero!

SARMIENTO.- ¿A mí, gentil hombre?

ROLDÁN.- A usted digo.

SARMIENTO.- Y ¿qué es lo que usted manda?

ROLDÁN.- Cúbrase usted; que si no, no hablaré palabra.

SARMIENTO.- Ya estoy cubierto.

ROLDÁN.- Señor mío, yo soy un pobre hidalgo, aunque me he visto en honra; tengo necesidad, y he sabido que usted ha dado doscientos ducados a un hombre a quien había dado una cuchillada; y por si usted tiene deleite en darlas, vengo a que usted me dé una adonde fuera servido; que yo lo haré con cincuenta ducados menos que otro.

SARMIENTO.- Si no estuviera tan mohíno, me obligara a reír usted; ¿dícelo de veras? pues venga acá: ¿piensa que las cuchilladas se dan sino a quien las merece?

ROLDÁN.- Pues ¿quién las merece como la necesidad? ¿No dicen que tiene cara de hereje? pues ¿dónde estará mejor una cuchillada que en la cara de un hereje?

SARMIENTO.- Usted no debe de ser muy leído; que el proverbio latino no dice si no que necessitas caret leye, que quiere decir, que la necesidad carece de ley.

(...)

Miguel de Cervantes Saavedra, "Los habladores, entremés famoso."

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La gran tragedia de Occidente

La gran tragedia de Occidente es que no se consigue compatibilzar la razón con la compasión.

En cuanto alguien siente compasión, deja de pensar razonablemente.

En cuanto empieza a pensar con lógica, deja de sentir compasión.

Es realmente trágico.

Genealogía de la moral. Friedrich Nietzsche

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Por la nieve

¿Cómo se abre camino en la nieve virgen? Un hombre echa a andar, suda y blasfema, avanza sin apenas poder mover los pies, hundiéndose a cada instante en la esponjosa y profunda nieve. El hombre se marcha lejos, marcando su camino con irregulares hoyos negros. Se cansa, se acuesta en la nieve, enciende un pitillo, y el humo de la majorka[1] se extiende en una nube azulada sobre la nieve blanca y brillante. El hombre ya se ha marchado lejos, pero la nube sigue suspendida en el lugar en que se había detenido a descansar: el aire es casi inmóvil. Los caminos se abren siempre en los días de calma, para que los vientos no barran los trabajos de los hombres. El hombre se marca sus propios puntos de orientación en la infinitud nevada: una roca, un árbol alto. El hombre guía su propio cuerpo por la nieve del mismo modo que un timonel dirige la barca por el río de un saliente a otro.

Tras el angosto e inseguro rastro trazado se mueven cinco o seis hombres pegados el uno al otro, hombro con hombro. Pisan junto a la huella, pero no en ella. Al llegar a un lugar señalado de antemano regresan, y de nuevo caminan de manera que se aplaste la virgen superficie nevada, el espacio aún no hollado por pie humano alguno.

El camino está abierto. Por él puede ir gente, convoyes de trineos, tractores.

Si se sigue tras los pasos del primer hombre, huella a huella, se formará un sendero visible pero difícilmente transitable y estrecho: una trocha y no un camino, lleno de hoyos por los cuales es más difícil avanzar que por la nieve virgen.

El trabajo más duro es para el primero, y cuando a este se le agotan las fuerzas, lo reemplaza otro, de aquel mismo quinteto de cabeza. De entre los que siguen los pasos del primero, cada uno de ellos, incluso el más pequeño, el más débil, debe pisar un pedazo del manto nevado y no alguna otra huella.

Y sobre los tractores y a caballo no viajan los escritores, sino los lectores.

Relatos de Kolima. Varlam Shalamov

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La novedad...

Nuestro deseo de novedad es inagotable. Por eso el capitalismo es un éxito y la monogamia no.

Wellness. Nathan Hill

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Patriotismo (Yukio Mishima)

El teniente yacía, boca abajo, en un mar de sangre. La punta de la espada, que sobresalía de su nuca, parecía haberse hecho más prominente aun. Reiko anduvo negligentemente entre la sangre y se sentó al lado del cadáver de su marido. Lo observó atentamente. Tenía la mejilla apoyada en la alfombra, los ojos estaban muy abiertos, como si algo hubiera despertado su atención. Ella alzó la cabeza, la apoyó sobre su manga y, limpiándose la sangre de los labios, lo besó por ultima vez.

Luego tomó del armario una bata blanca y un cordón. Para evitar que su falda se desordenara, envolvió la manta alrededor de su cintura y la sujetó firmemente con el cordón.

Reiko se sentó muy cerca de Shinji. Extrajo la daga de su faja, examinó el brillo opaco de la hoja y la acercó a su lengua. El gusto del acero bruñido era ligeramente dulce.

Reiko no perdió tiempo. Pensó que el dolor que la había separado de su marido moribundo iba a formar ahora parte de su propia experiencia. Sólo vislumbró ante sí el gozo de penetrar en un reino que el amado Shinji ya había hecho suyo.

Había percibido algo inexplicable en la fisonomía agonizante de su marido. Algo nuevo. Le sería dado, pues, resolver el enigma.

Reiko sintió que, por fin, también podría participar de la verdadera y amarga dulzura del gran principio moral en que había creído el teniente.

Empujó entonces la punta de la daga contra la base de su garganta. La empujó fuertemente. La herida resultó poco profunda. Le ardía la cabeza y sus manos temblaban de forma incontrolable. Forzó la hoja hacia un costado y una sustancia caliente le anudó la boca. Todo se tiñó de rojo frente a sus ojos como el fluir de un río de sangre. Reunió todas sus fuerzas y hundió aun más profundamente la daga en su garganta.

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No mires hacia arriba

No mires hacia arriba

Es lo que me ha venido a la cabeza al ver la siguiente imagen. ¿Y a ti?

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La dura vida del parapsicólogo

Ser parapsicólogo es ser un incomprendido, aunque los avances recientes en el conocimiento del cerebro ofrecen nuevas esperanzas. Dean Radin, que ha dedicado una gran cantidad de tiempo a la investigación de los fenómenos psíquicos (telepatía, telequinesia), nos da una idea de cómo es una típica semana para él:

El lunes me acusan de blasfemia unos fundamentalistas que piensan que los fenómenos psíquicos amenazan su fe en la doctrina religiosa revelada. El martes me acusan de culto religioso unos militantes del ateísmo que piensan que los fenómenos psíquicos amenazan su fe en la sabiduría científica revelada. El miércoles me acosan unos esquizofrénicos paranoicos que insisten en que consiga que el FBI deje de controlarles la mente. El jueves solicito unas becas de investigación que me van a denegar porque los comisarios del tribunal que las concede desconocen la existencia de ninguna prueba legítima de los fenómenos psíquicos. El viernes recibo una montaña de correspondencia de alumnos que me piden copia de todo cuanto he escrito en mi vida. El sábado recibo llamadas de científicos que quieren colaborar en la investigación siempre que les garantice que nadie tendrá noticia de su secreto interés. El domingo descanso e intento pensar en alguna manera de conseguir que los esquizofrénicos paranoicos empiecen a dirigirse a los fundamentalistas en vez de venir a hablar conmigo.

La historia de los fantasmas. Roger Clarke

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Lo poco que valemos

Al hablar de lo poco que valemos he hecho un severo examen de conciencia; me he preguntado si no me sumé de forma calculada a la inanidad de los tiempos presentes, para ganarme el derecho a condenar a los demás; seguro como estaba in petto de que mi nombre figuraría en medio de todos esos seres grises. No: estoy convencido de que nos desvaneceremos todos; en primer lugar, porque no hay en nosotros nada que nos haga perdurables; en segundo lugar, porque el siglo en el que comenzamos o terminamos nuestros días tampoco tiene él con qué hacernos perdurables. Generaciones castradas, agotadas, desdeñosas, sin fe, abocadas a la nada que aman, no podrían dar la inmortalidad; carecen de toda capacidad para crear un prestigio; aunque pegarais vuestros oídos a su boca no oiríais nada: no sale sonido alguno del corazón de los muertos.

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Ética del trabajo

Si no puedes, te ayudamos; si no sabes, te enseñamos; si no quieres, te obligamos. 

Movimiento Obrero Soviético

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¿Una nueva lucha de clases?

¿Una nueva lucha de clases? Esa es una tesitura en la que la izquierda ni está ni se la espera. ¿Qué hace, hoy por hoy, la izquierda culturalmente hegemónica? Embargada por la ideología arco iris y el multiculturalismo Benetton, la izquierda celebra la “diversidad”, reivindica las minorías sexuales, radicaliza el feminismo, aboga por las fronteras abiertas, reescribe el pasado (la “memoria histórica”) y persevera en su épico combate contra la “sociedad heteropatriarcal”, contra la Iglesia que nos oprime y el fascismo que nos amenaza .

Claro que siempre habrá alguien que diga que todos estos temas son el sonajero que el capitalismo ha vendido a la izquierda, para mantenerla entretenida y tranquila. Pero también cabe pensar lo contrario: que la izquierda no necesita ayudas para equivocarse y que todos estos temas proceden de la propia izquierda; más en concreto: de la izquierda posmoderna , la gran encargada de suministrar al capitalismo los liftings ideológicos de temporada.

Jean Claude Michea

menéame