Consuela comprobar que en todas partes cuecen habas, y que otros, a veces, incluso las cuecen más gordas. El daño colateral, sin embargo, es que, como toda estupidez suele ser contagiosa, y España -lugar donde una ardilla podría recorrer la península saltando de idiota en idiota- es lugar bastante propenso a tales contagios, al final las habas gordas de los demás también acabamos, indefectiblemente, cociéndolas nosotros. Con lo que no hay disparate guiri digno de telediario que, tarde o temprano, no acabe siendo adoptado, con militante entusias