Los españoles hemos aprendido a votar, pero no a ser ciudadanos. Lo segundo no se sigue necesariamente de lo primero, como tienden a pensar aquellos para quienes los deberes de ciudadanía se agotan acudiendo de vez en cuando a las urnas y echándole la culpa de todo al gobierno de turno, a los oponentes políticos o al sursum corda; a todo el mundo menos a ellos mismos. Una reforma de la Constitución y de otras normas –el bálsamo de Fierabrás que algunas prescriben para casi todo– no remediaría, por sí sola, nuestros mayores problemas.
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