El fontanero y la anciana

La fuga se presentaba fácil de solucionar, pero el líquido viscoso y brillante desconcertó al fontanero. Parecía uno de esos potingues con los que jugaba su hija cuando tenía 6 años. Le encantaba la purpurina y el «color unicornio».

Usó el cortatubos con precisión y encontró el atasco precursor de la rotura. Había mucho pelo acumulado. No pertenecían a la anciana que le había requerido. Eran negros, largos y brillantes, como los de su exmujer.

Durante la faena, una llave de paso defectuosa le lanzó un chorro a la cara. No tenía sentido, pero parecía agua salada. Recordó la playa de su pueblo natal, que llevaba tantos años sin visitar.

Ya todo perfectamente ejecutado. Era hora de cobrar. Pero, ¡oh!, ¡seguía saliendo líquido!

—No se preocupe —se adelantó la anciana—. En esta casa no fluye agua, sino vida. Constantemente se va perdiendo. Y muta en recuerdos.