Siempre me ha gustado la escalada. Aprendí a practicarla en una escuela cerca de mi pueblo. Me enseñó un vecino al que también le apasionaba. Con él aprendí a trepar chimeneas, a defenderme por diedros, subir usando mis dedos por grietas. Todos los fines de semana iba a ascender monolitos, paredes, agujas. La sensación de dominar la verticalidad me hacía sentir libre.
La escuela de escalada se me quedó pequeña y enseguida empecé a volar hacia otras zonas. Picos de Europa, Pirineos... paredes cada vez más complicadas, más largas, sólo o con algún compañero, nada se me resistía. Escalada en caliza, en granito o incluso en el complejo conglomerado de Riglos. Fui capaz de abrir alguna vía complicada como la de Las Algas en la cara este de los Picos de Infierno o Guatepeor en el Pico Valdecoro.
Comentarios
#0 Yo que todavía me siento escalador y conozco la zona, se me ponen los pelos de punta solo de pensar el precio que hay que pagar a veces por sentirse libre. Como dice un dicho "ten cuidado con lo que deseas no vaya a ser que se haga realidad".
Bonito relato y bonito final.