Publicado hace 2 meses por Amonamantangorri a blogak.argia.eus

Entre todas las cosas que nos hemos inventado para lanzar tópicos a borbotones, la noche electoral es sin duda la que mejor cumple esa función. Sé testigo de una noche electoral y aprenderás lo que hay que decir en todo momento: sean cuales sean los datos de participación, primero hay que hacer hipótesis sobre los posibles resultados; después hay que sentir euforia o desesperación con las proyecciones de voto que salen al cierre de los colegios electorales; luego hay que gritar "¡prudencia!"...

Comentarios

Amonamantangorri

... recordando que hasta que no se cuenten todos las papeletas una a una, no se puede empezar a comer percebes. Y, por último, el éxtasis: los resultados definitivos. Viendo quién ha ganado, puedes anunciar solemnemente el comienzo de un nuevo mundo en las redes o, si el cuco ha cantado erróneamente, empezar a cagarte en todo, y además darte cuenta de que es casi medianoche, y mañana lunes, qué miseria, etcétera.


Esta vez, además, las elecciones han tocado en Galicia, territorio que solemos imaginar con un abanico de tópicos muy rico. Si es que nos lo imaginamos, claro, porque dando una vuelta de tuerca a lo que dijo Antón Reixa en aquel disco de Negu Gorriak, se puede preguntar si realmente hay gallegos detrás de tanta indiferencia mediática. En el balance import-export de estereotipos, al margen de sus enharinadas costas, hablar de Galicia es hablar de sus exportaciones: muchos trabajadores – atendiendo al censo electoral del domingo, una de cada cinco personas vive en el extranjero –, mariscos, música celta, Amancio Ortega; y Franco, Fraga, Rajoy... No crean, sin embargo, que solo producen productos políticos fachas. Ahí tenemos también a Yolanda Díaz, que emprendió su carrera política española desde aquellas costas. Luego volveremos a ella.

Antes, nos volcaremos en el barro del dejà vu que han dejado los resultados: ya circulan por todas partes dos opiniones, y son a) "los malditos gallegos siempre votan mal" y b) "hay mucho caciquismo en Galicia, de hecho". Las oigo a menudo y me dan que pensar. La primera, en concreto, me hace pensar en quién está votando "bien" en Europa en el último año, porque yo al menos no lo veo. La segunda, que algunos urbanitas explican así los defectos de las gentes de provincias. Cuando en las grandes ciudades ocurren cosas idénticas – porque suceden, a menudo – buscan hasta la extenuación algún nombre más sofisticado, igual en inglés y todo.

Y ahora sí, Yolanda Díaz. Ustedes son jóvenes, pero hace cerca de una década la actual vicepresidenta española ya estaba dando caña. Eran años muy locos: parecía que los partidos políticos iban a desaparecer pronto, que los tiempos líquidos exigían organizaciones más acuosas, que las masas se movilizaban más fácilmente por #hashtag que por militancia popular pueblo a pueblo, se hablaba de política vieja y nueva. Resumiendo: flipábamos mucho. En aquel clima estaban de moda las plataformas, no los partidos. Y una de esas plataformas gallegas se convirtió en un trampolín hacia Madrid para Díaz, que sintiendo que tenía la época a favor, llegó un momento en que pidió públicamente al BNG que "se hiciera a un lado".

Pero se fue la espuma de aquellas olas, dejando muy poco. Si se puede aprender algo de las últimas elecciones gallegas, esto sería: que terminados los experimentos y después de que algunos hayan encontrado mejores puestos de trabajo en Madrid, la gente que desea cambios en las instituciones sigue apreciando el trabajo de los que se quedan. Ana Pontón no tiene la presencia mediática de Yolanda Díaz, pero sí muchos más votos en Galicia. Y los bloques igual no son tan cool, pero al menos no son tan caprichosos como las mareas.