En el relato “Los amores idiotas” hay dos enfermos que se juntan en la desgracia y que, de alguna forma, representan el miedo a nuestra propia materialidad. Y también hablo de un cuarto miedo: el de la inercia autodestructiva. Porque hay personajes que, consciente o inconscientemente, se internan en caminos que les llevarán irremediablemente hacia la muerte. Este asunto me interesa mucho, porque, ahora que tengo 47 años, veo a mucha gente a mi alrededor que se obceca en hábitos y rutinas que acabarán destruyéndoles. Es algo muy humano.
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