Hace 2 años | Por A_D a elpais.com
Publicado hace 2 años por A_D a elpais.com

El historiador británico y maestro de hispanistas John Huxtable Elliot, universalmente conocido como John H. Elliot, ha fallecido este jueves a los 91 años en el Hospital John Ratcliffe de Oxford, adonde fue trasladado desde el Community Hospital de la misma localidad el pasado día 5 de marzo, a causa de una neumonía y complicaciones renales. El grave deterioro de su salud se ha producido en los últimos días. Solo sus familiares le han visitado en las instalaciones médicas.

Comentarios

camoran

Triste noticia, un gran historiador. Sit tibi terra levis.

Batallitas

Descanse en paz, maestro. Os pongo aquí el prólogo de su libro "La España Imperial" de 1963, libro que os recomiendo encarecidamente.

Prólogo

Una tierra seca, estéril y pobre: el 10 por ciento de su suelo no es más que un páramo rocoso; un 35 por ciento, pobre e improductivo; un 45 por ciento, medianamente fértil; sólo el 10 por ciento francamente rico. Una península separada del continente europeo por la barrera montañosa de los Pirineos, aislada y remota. Un país dividido en su interior mismo, partido por una elevada meseta central que se extiende desde los Pirineos hasta la costa meridional. Ningún centro natural, ninguna ruta fácil. Dividida, diversa, un complejo de razas, lenguas y civilizaciones distintas: eso era, y es, España.

La carencia de recursos naturales resulta abrumadora. Sin embargo, en los últimos años del siglo XV y en los primeros del XVI, pareció como si hubiera sido superada, de modo repentino y casi milagroso. España, mera denominación geográfica durante tanto tiempo, se había convertido de algún modo en una realidad histórica. Los observadores contemporáneos se habían dado cuenta del cambio. «Tenemos en la actualidad», escribía Maquiavelo, «a Fernando, rey de Aragón, el actual rey de España, que merece ser considerado muy justamente como un nuevo príncipe, pues de un pequeño y débil rey ha pasado a ser el mayor monarca de la Cristiandad.» Los embajadores de Fernando eran respetados y sus ejércitos temidos. Y en el Nuevo Mundo los conquistadores estaban edificando por su propia cuenta un imperio que no podía por menos que alterar grandemente el equilibrio del poder en el viejo continente. Durante unas pocas décadas fabulosas España llegaría a ser el mayor poder sobre la tierra. Durante estas décadas sería nada menos que la dueña de Europa, colonizaría enormes territorios ultramarinos, idearía un sistema de gobierno para administrar el mayor —y más disperso— imperio conocido hasta entonces en el mundo, y produciría un nuevo tipo de civilización que habría de constituir una aportación única a la tradición cultural europea.

¿Cómo pudo ocurrir todo esto, y en tan corto espacio de tiempo? He aquí un problema con el que se han enfrentado varias generaciones de historiadores, ya que plantea en forma muy viva una de las más complejas y difíciles cuestiones históricas: ¿qué es lo que dinamiza de repente a una sociedad, despierta sus energías y la lanza a la vida? Esto sugiere a su vez un corolario, no menos importante en el caso de España: ¿cómo pudo esa misma sociedad perder su ímpetu y su dinamismo creador, a veces en un período de tiempo tan corto como el que necesitó para adquirirlos? ¿Se perdió realmente algo vital o la misma realización inicial no fue sino un engaño, como empezaron a pensar los españoles del siglo XVII?

Hay en este fenómeno paradojas que ya confundían a los contemporáneos y que han seguido confundiendo a todo el mundo desde entonces. Ninguna historia de la España de los siglos XVI y XVII —y menos una tan breve como es ésta— puede aspirar a resolverlas. Tampoco es este un momento demasiado favorable para semejante empresa. Con la excepción de uno o dos campos relativamente especializados, el estudio de la historia española lleva un retraso de varias décadas respecto al de países como Francia o Inglaterra, y las monografías detalladas que deberían situar al historiador de la España de los Habsburgo sobre una base realmente sólida no han sido aún escritas. Quiere esto decir que cualquier historiador de este período se enfrenta con la alternativa de escribir una simple narración que se apoye sobre todo en la historia política y diplomática tradicional, o la de crear una síntesis más interpretativa, que intente aprovechar los resultados de las recientes investigaciones acerca del desarrollo social y económico, pero que estará condenada en gran parte a ser una simple especulación, quizá hasta superficial. He escogido el segundo de los caminos, en parte porque ya existen relatos competentes y en parte porque el estado actual del tema parecía exigir un examen general preparado para abordar varios de los problemas considerados importantes a la luz de los intereses de la historia moderna. En consecuencia, he dedicado poco espacio a la política exterior española y he preferido reservarlo para los problemas menos conocidos de la historia de este período. Poca cosa digo también acerca del desarrollo intelectual y cultural, no porque no lo crea importante, sino porque requiere, para ser convenientemente tratado, mucho más espacio del que podía consagrarle y porque ya se le ha concedido, en su conjunto, gran atención en otros lugares.

Todo lo que este libro pretende hacer es, pues, narrar la historia de la España de los Austrias de modo que la atención quede fijada en ciertos problemas que creo interesantes e importantes, sin olvidar cuánto queda por hacer para que podamos afirmar con seguridad que hemos hallado las soluciones.

Escheriano

Menos mal que existieron estas personas para contar al mundo la realidad de la guerra civil y de España cuando aquí hacerlo suponía la pena de muerte.