Hace 1 año | Por Malinowski a realitat.cat
Publicado hace 1 año por Malinowski a realitat.cat

El dominguero es tan antiguo como el domingo y, al menos en la tradición cristiana, el domingo es el dia de descanso. Por tanto, dominguero vendría a ser cualquier individuo ejerciendo lo que este día manda.

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Me ha parecido tan interesante que lo he pasado por un traductor (y hecho algunos arreglos):

Este fue el uso que se le dio hasta principios del XX. Actualmente, el dominguero hace referencia a una identidad ociosa algo más compleja. Podríamos situar el origen del dominguero contemporáneo a principio de los años sesenta del siglo pasado, al calor de la onda expansiva del boom turístico costero en España. Ataviado con bermudas, gorra o chándal; cargado con mesas, sillas, nevera y parasol; acompañado de la suegra y el transistor, el dominguero siempre ha sido la diana de una infinidad de calidades degradantes que, con mofa y humillación, han intentado marcarlo como un tipo de turista plebeyo. Nuestro guiri nacional ha hecho de contraste a la desnudez de aquellos que disfrutaban de la playa sin preocupaciones. Ha sido el negativo de una clase mediana emergente que avanzaba ligera y segura.

Este hombre común, con sus deseos de populacho e inadaptado al progreso, ha sido continuamente despreciado para ultrajar el descanso y el goce de los otros. El antropólogo francés Jean D. Urbain, lo describe en su famoso libro, L'idiot du voyage (Payot, 1992) como aquel turista carecido de originalidad, ilegítimo e inútil; un intruso excesivamente numeroso que perturba la orden social de los viajes y el ocio. Así se traslada la lucha de clases al mundo del turismo. La clase dominante se opone, impugna y deplora la aparición y el ascenso de una clase subalterna ociosa, mera sucedánea del “verdadero viajero”. Queda claro que la construcción conceptual del dominguero como antihéroe y antimodelo, se ha basado en una persistente caracterización de las clases populares como ignorantes, incultas y de deseos bajos. A la imagen del zopenco, se le suma la de un individuo rudimentario que gobierna y guía a su familia con una psicología masculina que se aferra al coche como emblema de sus “escapadas” de fin de semana. Los placeres del hombre del desarrollismo no piden conocer los atractivos paisajísticos otros lugares, probar sus productos típicos o maravillarse por su patrimonio; a pesar de disponer de libertad de circulación, decide permanecer amarrado en su miserable vida cotidiana y dominguear con la familia en una playa abarrotada de semblantes.

Más allá de esta visión degradante del ocio popular, llena de estereotipos y fobias, habría que preguntarnos de qué manera la figura del dominguero puede ayudar a pensar el ocio y el turismo desde una perspectiva de clase. Si prestamos la debida atención a sus formas de hacer, veremos como esta cultura popular de la piscina, la excursión, la playa y el pic-nic, tiene un potencial creativo desbordante. La cultura dominguera, ilustra, como pocas, la posibilidad de un ocio plural, no excluyente, que se resiste a contraerse en el privado, que se siente expansivo, con capacidad de autoorganización y que cuida los vínculos sociales de su existencia cotidiana sin ocultar sus propias contradicciones. No se puede olvidar que son los domingueros los que siempre han estado aquí, holgazana en mano, defendido que la tierra es, también, de quien la disfruta.

En este punto, pues, no solo resulta pertinente hacer frente a la maquinaria que produce explotación y desigualdad social en el ámbito turístico, también se hace necesario identificar y potenciar formas no alienadas de ocio de nuestro alrededor. Parece evidente, y la pandemia ha sido una manera inesperada de comprobarlo, que el turismo tal como lo conocemos hoy, no cambiará por voluntad de los poderes económicos que lo sustentan; como manera de relacionarnos con las personas y con el mundo, solo puede ser desactivado si emergen otras maneras de producir tiempos y espacios de ocio. Contrarrestar, pues, aquello que convierte al turismo en una plataforma a través de la cual se sostiene la dictadura de la mercancía, implica una busca de alternativas dentro de y fuera del actual sistema de movilidad ociosa.

Si fijamos en las iniciativas que, desde dentro, proponen distanciarse de los excesos del actual sistema turístico y, de paso, transformar el turismo, encontramos que hay una apuesta clara hacia la proximidad y el transporte colectivo, el consumo también próximo y cuidadoso con el bienestar económico de las sociedades receptoras, y las condiciones de vida digna de aquellos y aquellas que trabajan proveyendo servicios. Todo esto, suele ir acompañado de una actitud ética y respetuosa en verso los elementos socioculturales propios del lugar, para no erosionar todavía más su frágil existencia. La concreción de estas posiciones suele llevar a la creación de nuevos nichos de mercado basados en el desarrollo de emprendimientos económicos sociales, solidarias y cooperativas, y nuevos modelos de comportamiento individual, o cosa que es equivalente, nuevas éticas aplicadas al consumo.

La organización postcapitalista del turismo -entendida esta no como aquello que viene después del capitalismo, sino como aquello que se construye contra la praxis capitalista-, ha tenido y tiene un papel fundamental en el crecimiento del turismo comunitario y en iniciativas turísticas de carácter cooperativo. Su desarrollo ha sido una pieza clave de la autogestión y la creación de espacios autónomos no supeditados al mercado turístico global ni a la moral neoliberal que articula el turismo dominante. Un antecedente interesante de analizar, son las colonias vacacionales promovidas por sindicatos de todo el mundo a partir de la segunda mitad del siglo XX. Pero también la recuperación y colectivización de hoteles, campings y centros de reposo a partir de la década de los 90. Aunque estas iniciativas no son especialmente abundantes, resultan particularmente interesantes porque retoman el hilo de las tácticas de acción directa y autoorganización obrera. Son especialmente conocidos los hoteles Bauen, Pipinas y Pismata, los tres en Argentina. Dos de estos –Bauen y Pismata– no han podido soportar los efectos económicos de la pandemia, pero no hay duda que han estado ejemplos magníficos para calibrar hasta qué punto la organización horizontal de trabajadores y trabajadoras puede dar pie a la recuperación cooperativa de empresas turísticas quebradas. Más habituales, pero sin el nervio expropiador, son las instalaciones hoteleras o residenciales de pequeño formato y de carácter cooperativo insertadas en la llamada Economía Social y Solidaria, como Las Madrigueras de Mura en Cataluña; hoy en día encontramos ejemplos de esto en numerosos países y latitudes.

Ahora bien, ante el actual volumen de parcelación, privatización y mercantilización del territorio, se hace también necesaria una defensa abierta del ocio popular “más allá del turismo”. No se trata solo de ofrecer nuevos modelos de ocio y consumo, sino de poner a disposición del goce de las clases populares el número más grande de territorios posibles, manteniendo cierta actitud de recelo ante la idea de organizarlo y ordenarlo todo.

Para situar bien el potencial del ocio popular dominguero, primero tenemos que hacer una crítica a la manera como se ha narrado el efecto democratizador del turismo hoy. El acceso de un porcentaje cada vez mayor de población a la movilidad vacacional, se ha vinculado históricamente con la conquista y expansión de derechos laborales y la proliferación de mediados de transporte al alcance de los bolsillos de la clase trabajadora, como por ejemplo los llamados vuelos low-cost. Pero hay otro elemento, de carácter cultural, sin el cual todo esto no hubiera salido bien, y es el hecho de haber conseguido que la idea de dedicar el tiempo de ocio a viajar tuviera sentido. Tal como sostiene la antropóloga Julia Harrison, el turismo se convierte en un fenómeno social de masas en la segunda mitad del siglo XX, cuando es asumido como una forma significativa de pasar el tiempo libre. Este hecho es especialmente relevante, puesto que es sobre esto que se fundamenta el llamado “derecho al turismo”, que, como la misma Organización Mundial del Turismo defiende, es incuestionable. La industria del turismo entiende que, si el derecho al movimiento y el derecho al descanso son derechos humanos, el derecho al turismo también lo tiene que ser, puesto que es la conjunción perfecta de ambos derechos. Pero, como algunos autores recuerdan, ser un turista no es una categoría humana fija sino un estado circunstancial, socialmente estratificado a partir de unas condiciones materiales determinadas. En este sentido, no hay duda que la praxis dominguera rompe con una importante lógica interna de la industria turística actual, es decir, desestima el imperativo de la movilidad y apuesta por el valor de uso del entorno próximo, demostrando que el viaje a rincones lejanos no es imprescindible para poder disfrutar de descanso y ocio. Desde un punto de vista dominguero, no es tan crucial donde vas como de donde te vas, es decir, qué situación (laboral, residencial, familiar, etc.) dejas atrás por un tiempo.

Los domingueros, pues, nos pueden ayudar a pensar un ocio vacacional y un turismo alternativo aquí y ahora. Cómo tendría que asumir, sin tapujos, una línea de pensamiento que va de Marcel Mauss a Antonio Gramsci, ofrecen la base tanto para la crítica moral del capitalismo como para formarse una idea de como podría ser la sociedad futura. Entender la autogestión del ocio más allá del concepto mágico, nos puedes ayudar mucho a entender hasta qué punto los derechos y los bienes colectivos son resultado de una práctica concreta, que, en la mayoría de los casos, es imperfecta y contradictoria.

Las alternativas en el actual estado de cosas no se impulsan ni se sostienen de manera espontánea; implica políticas públicas de planificación territorial y servicios, infraestructuras y recursos que garanticen el acceso, el libre uso y el mantenimiento de los espacios. El control público y colectivo de estos espacios frente a las dinámicas depredadoras del capital turístico tendría que servir, precisamente, para proteger las relaciones sociales qu

matuta

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