
El otro día, mientras los niños jugaban en el parque, comentaba con nostalgia mis primeras andaduras digitales de mi juventud con otro padre. Con un brillo en los ojos, ambos recordamos esa ilusión por todo aquello nuevo por probar, aprender y compartir.
Cada vez más enfrascados en nuestra conversación, el parque iba disolviéndose y volvimos a tener 15 años. Como aquella primera vez que vimos una SNES o la Megadrive en casa de un amigo, cuando su madre, enloquecida, cortaba la luz para que cada niño se fuese a su casa. O cuando tiramos un cable de red entre casas para jugar en red al StarCraft. La constante búsqueda del mejor y más barato cyber para jugar al Age of Empires, al Quake 3 Arena o al Day of Defeat. Noches enteras donde los ojos se cerraban entre el humo del tabaco y el brillo de los monitores CRT.
Recordé entonces recorrer España para ir a las LAN parties. Toda la gente que conocí con mi torre a cuestas. Todo lo que aprendí y lo mal que dormí en fríos pabellones sobre un colchón hinchable. Jóvenes, idealistas, el movimiento hacker, David Bravo y el copyleft, la alegría de conectar tu disco duro lleno de gigabytes de información a la red P2P para que cualquiera pudiera hacer uso de ello.
De repente despertamos de nuestra ensoñación: los niños nos estaban diciendo algo. Volvía a tener casi cuarenta años. De golpe fui consciente de que, pese a estar más interconectados que nunca, estamos mucho más aislados que antes. La red ha cambiado: ya no hay necesidad de llevarte tu ordenador para jugar con tus amigos; ahora solo hay desconocidos con los que jugar, cada uno en su silo, como preparacionistas esperando el fin del mundo.
¿Es el mundo el que ha cambiado o simplemente nos hemos hecho mayores? ¿Puede volver el espíritu de la LAN party?
¿Has paseado alguna vez por un cementerio al atardecer?, ¿te has parado a leer los epitafios ocultos por flores secas?, ¿has reflexionado sobre tu propia mortalidad ante la tumba de un infante?
Sobre Hellboy, el comic creado por Mike Migniola, mucho se ha escrito y dicho. Su original combinación de temas lo hace una obra única. No todos pueden amalgamar de forma tan acertada conceptos tan dispares como mitología, folclore, personajes históricos, nazismo y horrores cósmicos más allá del tiempo.
Hellboy es un detective de lo paranormal, medio hombre, medio demonio que es invocado por una sección ocultista nazi, la sociedad Thule, como un plan para ganar la guerra. La versión cinematográfica, dirigida por Guillermo del Toro, se nos presenta como un superhéroe bruto y malhablado, obviando así su esencia más característica.
Pero es en sus historias cortas, melancólicas y nostálgicas donde realmente brilla. Es en húmedas criptas, sombríos promontorios y ruinas consagradas donde encuentra su verdadera identidad.
En 1796 Matthew Gregory Lewis publica "El monje". En la novela los personajes transitan por las tortuosas calles de Madrid, enclaustrados en celdas monacales, vagando por subsuelos y sombríos caminos. Transgresora, contiene pactos demoniacos, violaciones, incesto y lujuriosos personajes. Es una novela que se enmarca en la narrativa gótica.
La novela gótica es a su vez parte del romanticismo, un movimiento cultural que se originó como una reacción al espíritu racional de la ilustración. La estética favorecía lo decadente, ruinoso y depresivo; vinculado con lo oculto y lo sobrenatural. Los escenarios característicos eran conventos, castillos, monasterios, criptas, ruinas y atmósferas claustrofóbicas.
En España podemos ver su influencia en muchos autores, especialmente en Gustavo Adolfo Bécquer y sus leyendas como "El monte de las ánimas". Como ejemplo, una de sus rimas:
Espíritu sin nombre,
indefinible esencia,
yo vivo con la vida
sin formas de la idea.
Yo nado en el vacío,
del sol tiemblo en la hoguera,
palpito entre las sombras
y floto con las nieblas.
Esta estética está presente en toda la obra de Hellboy, pero particularmente en las primeras historias dibujadas por Mignola. Hellboy se nos presenta como un personaje reflexivo, una suerte de héroe trágico, torturado e incomprendido. Transita por castillos en ruinas, cementerios olvidados y naturaleza desbordante que le ha ganado terreno a la civilización.
En la historia "Navidades subterráneas", Hellboy tiene que liberar el fantasma de una niña que ha sido encadenada por un ser maléfico que la seduce. Para rescatarla debe entrar por un mausoleo a un tétrico palacio subterráneo.
... me llevó a un agujero en la tierra donde por un momento me perdí. Luego una voz tranquilizadora se dirigió a mi, viniendo de la oscuridad. Y no me dijo más.
En "El ataúd encadenado" nos enseñan el origen de Hellboy. Como en "El monje" de Lewis podemos ver a un demonio seduciendo a una mujer y yaciendo con ella. Mismos temas, misma estética. Un acto que la condenará para siempre. A ella y a sus descendientes.
... tu mataste a mis hijos. Olvídales. No son nada. Cenizas. Polvo. ¿Qué importan?
Estas historias cortas comparten un motivo recurrente: la seducción y la condena, ecos de la narrativa gótica clásica, donde lo sobrenatural se mezcla con la culpa y el destino inexorable.
La influencia pictórica también es evidente en Hellboy, especialmente en el uso del claroscuro y la monumentalidad de las figuras. Obras como El gran dragón rojo de William Blake anticipan la atmósfera que Mignola recrea en sus viñetas: enormes sombras, siluetas imponentes y un dramatismo visual que refuerza la sensación de lo sobrenatural y lo trágico. Al igual que Blake, Mignola utiliza el contraste entre luz y oscuridad para guiar la mirada del espectador, otorgando a cada criatura y cada ruina un peso simbólico que va más allá de la narrativa.
Sin duda, Hellboy es un heredero de lo gótico; retoma y reconfigura sus obsesiones —culpa, herencia, ruina, lo sobrenatural— para transformarlas en viñetas de sombra y silencio.
menéame