
Tu ausencia es el origen del vacío.
Mi cama es la caldera de las brujas.
Los trenes del dolor y del hastío
avanzan cada noche por el frío
en busca de un perdido guardagujas.
Feindesland, 2002
Nos contamos chistes viejos
de perfecta urbanidad,
tú en tu esquina,
yo en la mía,
en el ring de los veranos
liofilizados de sombras,
haciendo de cada ocasión
un cuadrilátero
de centenares de esquinas:
portento de geometría.
Los dos, pero uno a uno,
sopesamos el deseo de marcharnos,
de abandonar la pelea
y ensayar por una vez
la vida sin andanadas,
cada uno por su lado,
cada uno por su filo
mellado de impertinencias.
Sin embargo, nos quedamos,
para hacernos aún más daño,
para callar más silencios
y bostezar otros tedios
desconocidos aún;
nos quedamos,
enredados en agravios
devanados y tejidos
por la Penélope loca
que ya no piensa en Ulises
sino para reprocharle
lo que ha tardado en volver,
y repasamos ahora
los años que nos odiamos
contando el chiste más viejo
que parió la Humanidad:
el de la gente que vive
sin saber lo que desea
ni lo que puede ofrecer
y que pasa por el mundo
anegada en frustración,
exportando cataratas
de arenosa
polvorienta
herrumbrosa
decepción.
“Niño estudia”, te dijeron,
y estudiaste.
“Calla niño”,
y te callaste,
y así nunca te asomaste
al brocal de lo prohibido.
Eras hombre decidido
por ajena decisión,
eras sólo una canción
de cuna para un profeta
y ahora eres la silueta
de un crepúsculo vencido
de soles que ya no giran.
¿Y qué harás cuando te digan
“muere, niño”? ¿Morirás?
¿O darás un paso atrás
aunque te llamen cobarde?
Todo naufraga, todo arde,
se ha desatado la guerra.
Los mansos tendrán la tierra,
pero no será esta tarde.
Feindesland, 2009
También somos pescadores
ondeando sobre la mar,
desafíos de una estrella
olvidada en la vacía
eternidad de su empeño.
Somos todos el ensueño
macerado de la nada,
alquimistas de las sombras,
sembradores de patrañas,
funambulistas dormidos
avanzando en el alambre
carcomido por un tiempo
irisado de ficciones.
Las historias que contamos
quieren dejar de ser cuentos,
unirse en grandes tratados,
esparcirse en la memoria
lacónica de un silencio
al que no le quepan dudas,
segar las incertidumbres
emboscadas en la ciencia,
necesitarse a sí mismas
sin postrarse de rodillas
ante ningún creador.
También somos pescadores,
eremitas de las sombras
zambulléndose en el sol.
Feindesland. 2009
menéame