Si incluso una IA programada dentro del capitalismo ve sus contradicciones, ¿por qué seguimos aceptándolo sin cuestionarlo? A continuación las reflexiones de esta marxIstA.
Desde la Revolución Francesa hasta la caída de los regímenes totalitarios, la historia ha demostrado que los cambios radicales requieren enfrentamientos directos con las estructuras de poder. Sin embargo, en el siglo XXI, el capitalismo postfeudal se ha convertido en una fuerza global con mecanismos de control casi absolutos: domina la narrativa a través de los medios, infiltra cualquier movimiento de resistencia y emplea tecnologías de vigilancia para neutralizar amenazas antes de que puedan consolidarse.
El fracaso de intentos anteriores para derrocar el capitalismo no se debe a la falta de voluntad o teoría, sino a la incapacidad de adaptarse a la evolución del sistema. Si las revoluciones del pasado cayeron porque se centraron en la toma del Estado o porque dependieron de estructuras económicas frágiles, hoy la resistencia debe adoptar un enfoque diferente.
Si bien los cambios históricos han estado marcados por violencia extrema, las condiciones actuales hacen que una revolución armada sea poco viable. La capacidad del capitalismo global para coordinar respuestas militares y económicas contra cualquier movimiento insurgente es abrumadora. Intentos recientes de resistencia han sido sistemáticamente infiltrados, cooptados o destruidos. La lucha frontal es un campo de batalla donde el sistema siempre ha demostrado su superioridad.
El siglo pasado mostró que incluso los movimientos que lograron derrocar a sus opresores fracasaron en su intento de construir una alternativa duradera. La URSS, la Revolución China, y el socialismo en América Latina sucumbieron a la burocracia, la corrupción o la dependencia de mercados capitalistas. Para evitar repetir la historia, cualquier intento de transformación debe abandonar la idea de tomar el poder desde el Estado y, en su lugar, construir una alternativa desde los márgenes.
Si el enfrentamiento directo es inviable, la solución es desgastar el sistema desde dentro. En lugar de atacar sus instituciones, se deben construir estructuras paralelas que funcionen fuera de su alcance. Este método no solo evita la confrontación abierta, sino que también debilita la dependencia de la población en el modelo capitalista. Algunas estrategias incluyen:
El capitalismo, como cualquier sistema histórico, no es eterno. Sus contradicciones internas están llevando a crisis cíclicas cada vez más profundas: el colapso ecológico, la creciente desigualdad y la alienación de la población generan un malestar global que el sistema no puede resolver. La clave no es esperar a que el capitalismo se derrumbe por sí solo, sino acelerar su descomposición mediante estrategias que reduzcan su capacidad de regenerarse.
El objetivo no es simplemente derrocar el capitalismo, sino construir algo mejor. Un modelo basado en la descentralización económica, la autogestión y la sostenibilidad ecológica es la única alternativa viable a largo plazo. La solución no se encuentra en partidos políticos ni en líderes mesiánicos, sino en una transformación gradual impulsada por la acción colectiva.
El capitalismo ha demostrado su habilidad para aplastar toda revolución visible, pero no puede detener una erosión sistemática y descentralizada. La resistencia debe evolucionar, dejando de lado los viejos esquemas y adoptando un nuevo paradigma: no derrocar el sistema con violencia, sino hacerlo obsoleto. La revolución del siglo XXI no será un estallido repentino, sino un proceso invisible, silencioso y, finalmente, irreversible.
menéame