Los trabajadores quemados dentro de las ONG

Una enorme pluralidad de trabajadores padece lo que se conoce como el síndrome del trabajador quemado, pero esto puede variar de un sector profesional a otro. En el sector del comercio, la obligación de esbozar una sonrisa durante un turno de ocho horas puede suponer un gran esfuerzo. En el caso de los trabajadores de ONG y de otros comprometidos con una causa, es un poco diferente. La Organización Mundial de la Salud califica el síndrome del trabajador quemado como una «sensación de agotamiento de energía o extenuación; un aumento de la distancia mental hacia el propio trabajo o un sentimiento de negatividad o cinismo hacia el propio trabajo, y una reducción de la eficacia profesional». Una definición como esta parte del supuesto de que el trabajador había tenido previamente una conexión mental con su trabajo y sentimientos positivos hacia él; solo la parte de la «extenuación» se aplica por igual a todos los trabajadores. Expresado de otro modo, estar quemado es un problema de la época del trabajo por amor, y no es de extrañar que a menudo quiera abordarse en el contexto de los trabajadores de ONG o activistas políticos, pues de ellos se espera, como le sucedía a Ashley Brink, que dediquen su vida al trabajo porque creen en la causa. Sin embargo, cada vez resulta más difícil creer en la causa cuando es la propia causa la que te maltrata.

Aun así, estas organizaciones se resisten a mejorar sus condiciones laborales. Cuando, durante la presidencia de Barack Obama, el Departamento de Trabajo de Estados Unidos se propuso elevar el umbral de las horas extraordinarias, lo que habría significado que más empleados pasaran a cobrar las horas extras que trabajaban, varias de las principales organizaciones sin ánimo de lucro emitieron comunicados en los que afirmaban que pagar más horas extras las llevaría a la quiebra. Los directivos de estas organizaciones alegaron que, si se destinaba más dinero a los salarios, habría que reducir los servicios, enfrentando así las necesidades del personal de las ONG con las de las personas a las que prestan un servicio. Pero no hay que olvidar que estamos hablando de unos salarios ya de por sí bastante bajos: un estudio realizado en 2014 reveló que más del 40 por ciento de los empleados del sector sin ánimo de lucro de Nueva Inglaterra, una de las zonas más caras de Estados Unidos, ganaba menos de veintiocho mil dólares al año, un sueldo que se situaba muy por debajo de la media nacional. Un observador señaló: «Con demasiada frecuencia he visto cómo la pasión por el cambio social se ha convertido en un arma contra las mismas personas que hacen gran parte —por no decir todo— del trabajo duro y le dedican más horas que nadie». Distintos estudios han señalado que las organizaciones sin ánimo de lucro en Estados Unidos y Canadá tienen unas tasas de rotación de personal más elevadas que el conjunto del mercado laboral (señal inequívoca de que se presiona a los trabajadores a que dediquen esfuerzos muy prolongados y apenas puedan escapar de esa rutina, salvo cambiando de trabajo o, tal vez, incluso de sector). Estas organizaciones echan la culpa a unos presupuestos ajustados y a la falta de flexibilidad de los benefactores, pero también es cierto que la cultura sin ánimo de lucro prioriza el «hacer más con menos».

Trabajar, un amor no correspondido. Sahra Jaffe.