Hace 4 años | Por ContinuumST
Publicado hace 4 años por ContinuumST

Comentarios

Feindesland

#4 No.. Quiero hacerles odiar a los buenos y amar a lso malos... Yo escribo así....

lol lol

ContinuumST

#7 Vale, como autor... es tu opción... complicada, pero comprometida porque en el fondo dices (subtexto) nadie es tan bueno (no lo quieras tanto), ni nadie es tan malo (no lo odies tanto). Touché. Maestro.

Feindesland

#8

"Los mansos herederán la Tierra, pero no va ser esta semana"

Eso dice uno de mis personajes....

lol

ContinuumST

#9 Me callo. Olé tus narices. Y sigue aporreando teclas, que hace falta mucho de eso. Aunque el mundillo sea... lo que es... dale duro.

o

Mark Twain no era el guionista de Perdidos, verdad?

ContinuumST

#3 Entiendo que es coña el comentario. lol lol

o

#5 entiendes bien, tranquilo

Feindesland

Me opongo al punto 8.

Los demás, vale

ContinuumST

#1 ¿Y eso? ¿No quieres que quieran a tus personajes "queribles"? ¿Y que odien a los personables odiosos? Jajajaja.

J.Kraken

Mark Twain era un máquina.

Techzisen

Son reglas bastante arbitrarias e inconsistentes, que parecen destinadas a generar relatos pseudomitológicos, ya que se exige a la vez naturalidad y significación. La regla 5, por ejemplo, es autocrontadictoria. Dado que las "circunstancias dadas" de un ser humano cualquiera nunca son un subconjunto de "formar parte de un relato de ficción", el criterio es imposible de cumplir y/o verificar. No se puede exigir a una conversación que forme parte de un relato que sea al mismo tiempo "natural" y que "muestre relevancia", ya que prácticamente todas las conversaciones que se dan entre dos o más sujetos tienden a ser intrascendentes e inconexas entre sí, cambiando constantemente el objeto acerca del cual versan, e introduciéndose de continuo giros, bromas, juicios, frases que no vienen a cuento, etc... cuya trascripción en forma literaria conllevaría la violación de los requisitos posteriores establecidos en la misma regla, a saber, tener un significado reconocible, también un propósito reconocible y mostrar relevancia, y permanecer en el vecindario del tema en cuestión, y ser interesante para el lector, y ayudar a la historia, y además nunca están enmarcadas en el contexto mayor de un relato que deba conseguir algo y llegar a algún sitio. El naturalismo y lo significante son como el agua y el aceite, excepto en la mente de una persona psicótica, que otorga significaciones ocultas a cualquier detalle sobre el cual su atención se fije. Según la concepción naturalista actual de la psique, que elimina, acertadamente o no, la significación objetiva de los símbolos arquetípicos, y que considera los estados místicos de conciencia como un subconjunto de los estados psicóticos (las drogas que los facilitan reciben el nombre de "psicotomiméticos"), se pueden interpretar las reglas de Twain como una invitación a una forma leve de psicosis. La regla 9 es un claro ejemplo, al insinuar que es posible conocer infinitamente a un personaje literario mediante un número finito de oraciones. Es bien sabido que Twain dejó sus estudios siendo un niño y tenía afición a la parapsicología efectista de la época, de lo cual es posible inferir, sin demasiado temor a equívoco, cierto desconocimiento de y aversión hacia las Artes Matemáticas por parte de Samuel. Pareciera que su intención al redactar estas reglas fuese doble. Primero, validar sin justificación alguna su estilo como el más correcto y, en segundo lugar, convertir sus percepciones, modelos y juicios acerca de la Naturaleza en las reglas que deben regir el Arte Literario. Sólo la soberbia de un ignorante tiene la audacia de escribir reglas fijas para un Arte cuyo manantial es la imaginación y cuya esencia se haya sumergida en lo ficticio. Existen muchos escritores mucho mejores que Twain que hacen caso omiso de la mayoría de las reglas arriba expuestas, cuando no de todas ellas. William S. Burroughs, Oscar Wilde, Louis-Ferdinand Céline, Isidore Ducasse... Es más, me atrevería a afirmar que respetar las "reglas" de Twain implica irremediablemente caer en la mediocridad, dado que emanan y dependen de una serie de prejuicios que, de no hallarse presentes en la mente del lector, hacen del relato construido al emplearlas un galimatías sin sentido. El artículo de la antropóloga Laura Bohannan, titulado Shakespeare en la selva, evidencia tanto la estrechez de miras de Twain como la arbitrariedad de sus reglas, al margen de la contradicción presente en la regla 5 mencionada arriba, la cual es imposible cumplir en virtud de su propia formulación defectuosa a nivel lógico. Mark Twain es el clásico ejemplo de artista americano mediocre elevado a la gloria por intereses políticos y de ingeniería social, al igual que lo fuera Jackson Pollock. Sobre el caso de Pollock existen informes desclasificados de la CIA, que evidencian cómo utilizaron los lienzos salpicados al azar del alcoholizado y violento Jackson como herramienta de propaganda contra el Arte constructivista producido por el comunismo soviético, invirtiendo los valores estéticos de este último, e intentando hacer de la figura de Pollock una especie de genio americano, cuando éste ni siquiera sabía dibujar, en sentido tanto técnico como académico. Se intentó identificar los valores estéticos del expresionismo abstracto con los valores ideológicos del capitalismo. Existe abundante literatura académica al respecto, por si alguno está pensando ya en el emoticono del huevo con papel de plata. Edgar Allan Poe es mucho más digno del título que Faulkner otorgó a Twain; el de "padre de la literatura norteamericana", dadas su superioridad técnica y estilística, y la profundidad psicológica de sus obras. Pero la temática morbosa y oscura de Poe, y el cariz protosimbólico de algunos de sus relatos, son demasiado ajenos, extraños e incluso contrarios al "sueño americano", siendo mucho más afines a éste las puerilidades y chascarrillos de Twain. Para entender mejor por qué el naturalismo es enemigo de la buena literatura, es muy recomendable el ensayo en forma de diálogo, de Oscar Wilde, titulado Sobre la decadencia de la mentira. Es probablemente uno de los textos de estética más relevantes y a la vez más desconocidos que se hayan escrito en los últimos tiempos. La Naturaleza imita al Arte. Pensar lo contrario es caer en un grave error y, peor aun, intentar llevarlo a cabo puede ser considerado como una tentativa de crimen contra la imaginación. No existe nada más aburrido e insulso que la Naturaleza, en lo que a estructura narrativa y simbólica concierne, y toda significación que pueda serle atribuida tiene su origen en el Arte. La mentira y el artificio son necesarios, así como la trasgresión de los límites de lo posible dentro de lo aparentemente real, para que un relato no parezca una mera crónica mecanografiada ante notario.