Esos muchachos de incipiente mostacho que, en las últimas filas de la clase, guardaban silencio e, intentando que no resultara muy evidente, se masturbaban abatidos hasta que la lefa les resbalaba por los tobillos, dejando escapar acaso en el proceso un contenido jadeo de infinita desolación, gozaron de demasiados privilegios. Es cierto que sus compañeras, inalcanzables, aparecían semidesnudas cada mañana, sus labios vaginales se marcaban jugosos en la tela negra de los leggins en que embutían tan asombrosamente abotagados coños, …