Tayanna debía morir. La multitud se arremolinaba junto al templo en un esplendoroso día, mientras miles de fervorosos siervos aguardaban con asombro y curiosidad.
Todas las miradas estaban fijas en Guatemoc, que alzaba un gran cuchillo de obsidiana al cielo, y estaba engalanado con su traje ritual y sus mejores plumas.
Pero Guatemoc no podía bajar esa escalera.
Las especias sagradas y las bayas litúrgicas habían obrado un infierno en su interior, que ahora se derramaba por sus muslos y sus piernas.
Abajo esperaban los cuatro sacerdotes estirando las extremidades de la pobre Tayanna sobre el techcatl, la piedra ritual.
Tayanna debía morir, para conmover a Tlaloc y atraer las lluvias.
Pero Guatemoc no podía bajar esa escalera.