Sí, ya sé que tu historia no tiene ni pies ni cabeza. Ya sé que has venido a contarme eso porque no se lo puedes contar a nadie más. Ya sé que estas segura de que no te creo, de que te estoy dando cuerda, de que te estoy siguendo la corriente, como auna loca.
Pero no es cierto. El caso es que todo lo que me has dicho suena a gilipollez, pero te creo. De alguna manera, todo eso ha sucedido, aunque sólo sea en tu cabeza.
¿Lo ves? te cabreas, porque decir que ha sucedido en tu cabeza es como decir que no ha sucedido. Pero no es lo mismo, joder... Claro que no es lo mismo.
No, no hace falta que te quites la ropa para enseñarme las cicatrices. Ya te he visto desnuda un par de veces, y no estás mal. Gracias. Menos mal que sonríes en vez de arrearme una hostia.
Lo que te quiero decir es que los hechos, esos hechos, han tenido lugar, se han convertido en llave, bisagra y motor o freno de tu vida, y que no los has soñado. Lo que te quiero decir es que puede que todo sucediese de otro modo, pero como tú lo interpretas de esa manera, de esa única y determinada, y jodida manera, pues son así. Y son ciertos.
Y te creo.
De verdad que te creo.
Te creo sobre todo porque te falta imaginación y te falta talento para inventarte algo así. Si fueses un poco más inteligente, toda la historia sería mentira. Pero siendo tú, es verdad, sucedió como la cuentas, más o menos.
Tu productora no tiene presupuesto para tantos efectos especiales.
No puede ser ficción. Tiene que ser un documental.
¿Y te vuelves a cabrear?
No hay quien te entienda.
Veinte cuentos que no mienten. 2016
 pepel