La guerra cultural librada durante la última década contra la libertad sexual forma parte de la estrategia rusa para desestabilizar las democracias liberales. (...) Pero no puede separarse de su matriz ideológica, ni de las herramientas de subversión a disposición del Kremlin: granjas de bots, pseudomedios en línea, campañas orquestadas a través de mensajeros encriptados de Telegram o WhatsApp durante los procesos electorales.
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