Por Qué Eliminar el Anonimato No Salvará la Democracia Digital. Debate y consideraciones

Antes de nada quería anticiparos cual es mi posición. Estoy en contra del anonimato en Internet, si este sirve para manipular a la opinión pública. Pero limitar o prohibir el anonimato en Internet es cuanto menos una quimera. Aunque jurídicamente es posible, técnicamente es sumamente complicado. Y eso sucede por que las relaciones de poder real en el entorno digital son más favorables a los oligopolios digitales que a los gobiernos.

Cada vez con mayor frecuencia, responsables gubernamentales de diversas democracias occidentales lanzan advertencias sobre los peligros del anonimato en Internet. El diagnóstico es razonable: campañas de astroturfing, farms de bots amplificando mensajes políticos, acoso coordinado y desinformación masiva están erosionando el debate público. La solución propuesta parece lógica: si obligamos a la identificación real de usuarios, estos problemas desaparecerían.

Sin embargo, estas declaraciones rara vez se concretan en políticas efectivas. ¿Por qué? La respuesta no es falta de voluntad política ni limitaciones presupuestarias. El problema es mucho más profundo: eliminar el anonimato digital no solo es técnicamente problemático, sino éticamente peligroso y, paradójicamente, ineficaz contra las amenazas que dice combatir. En el ámbito concreto en nuestro país. El gobierno, recientemente, puso en funcionamiento el "Observatorio de Derechos Digitales". Organismo dependiente que presupuestariamente, la entidad Público Empresarial Red.es aporta el 80% del total.

La ilusión de la solución técnica

Desde una perspectiva puramente tecnológica, sistemas de identificación digital obligatoria son perfectamente factibles. Europa ya cuenta con el marco eIDAS, España tiene el DNI electrónico y cl@ve PIN, y existen protocolos consolidados como OAuth 2.0 y OpenID Connect para federación de identidades. Incluso se podrían implementar sistemas más sofisticados usando pruebas de conocimiento cero (zero-knowledge proofs) que verifiquen que alguien es una persona real sin revelar su identidad específica.

La arquitectura básica sería sencilla: un servicio central de verificación de identidad (IVS) que valida usuarios contra bases de datos oficiales, emite tokens criptográficos certificando que se trata de personas reales únicas, y que las plataformas consultan antes de permitir comentarios o publicaciones. Técnicamente viable, incluso elegante.

Pero aquí comienzan los problemas reales.

Los límites insalvables de la tecnología

El primer obstáculo es jurisdiccional. Internet es global, las leyes son locales. Un sistema español puede controlar plataformas con presencia en territorio nacional, pero carece de autoridad sobre servidores en Islandia, Estados Unidos o las Islas Caimán. Los foros más conflictivos (4chan, 8kun, ciertos canales de Telegram) operan precisamente desde jurisdicciones poco cooperativas. La red Tor, por diseño, hace imposible determinar dónde están alojados sus servicios ocultos.

El segundo problema es la verificación única. ¿Cómo garantizar que cada persona tenga una sola identidad digital? El robo masivo de datos personales es una realidad cotidiana. Un mercado negro de "identidades verificadas" emergería inmediatamente, permitiendo a actores sofisticados comprar centenares de perfiles legítimos. Mientras tanto, poblaciones vulnerables (inmigrantes sin papeles regularizados, menores, personas en situaciones administrativas complejas) quedarían excluidas del debate público.

El tercer desafío es el eslabón más débil. Este tipo de sistemas solo funciona si su adopción es universal. Las plataformas que no implementen la verificación capturarán todo el tráfico de usuarios que valoran privacidad, creando un "Internet paralelo" potencialmente más opaco y difícil de moderar que el actual. Y dado que muchas de las grandes plataformas son estadounidenses y operan bajo marcos legales que protegen fuertemente la libertad de expresión, lograr esa universalidad es prácticamente imposible.

El valor que olvidamos

Quienes proponen eliminar el anonimato suelen ignorar su papel histórico crucial en sociedades democráticas. Los Papeles Federalistas, uno de los textos fundacionales de la democracia moderna, fueron publicados bajo pseudónimos. Deep Throat, la fuente anónima que permitió a Bob Woodward y Carl Bernstein exponer el caso Watergate, provocó la caída de un presidente corrupto. Wikileaks, con todos sus problemas y controversias, ha revelado abusos de poder que ningún medio convencional habría podido publicar.

Más recientemente, el movimiento MeToo comenzó con testimonios pseudónimos que permitieron a víctimas romper el silencio sin exponerse inicialmente a represalias. Las Primaveras Árabes se organizaron en parte gracias a la capacidad de activistas para comunicarse sin que regímenes autoritarios identificaran inmediatamente a los disidentes. En España, casos de corrupción municipal han salido a la luz gracias a denuncias anónimas (y otras no anónimas) de funcionarios que temían represalias laborales.

El anonimato no es un fallo del sistema. Es una característica de seguridad democrática, con connotaciones éticas discutibles. Pero el uso del anonimato provoca también asimetrías negativas desde el punto de vista de la información, comunicación y debate en el seno de la Red. No genera igualdad de oportunidades sino aumenta la desigualdad, ya que la posibilidad de desinformar en la Red supone la asunción de grandes medios económicos para ponerla en funcionamiento.

Conclusiones

El verdadero problema (en mi opinión) no es el anonimato, es:

  • La concentración de poder en plataformas privadas
  • La falta de transparencia algorítmica
  • La ausencia de educación crítica digital
  • La impunidad de operaciones estatales de influencia