El hombre se levantó del sillón donde estaba sentado desde hacía horas, sin moverse. La expresión de su rostro era la de alguien frente a un dilema. Había algo inquietante en su mirada perdida. A pesar de que la mujer que estaba con él en la misma habitación hablaba sin cesar, él no escuchaba nada. Todo le parecía tan lejano, entre brumas. Una sola y única idea ocupada su mente. Necesitaba hacer algo. Ya no podía permanecer estático por más tiempo. De repente su mirada se transformó y un conato de sonrisa, o de rictus, se dibujó en sus labios; sus ojos centellearon. Dejando a la mujer con la boca abierta, caminó hacia la puerta y sin mediar palabra, desapareció. Ahora, ya sabía lo que debía hacer.