Hace 6 años | Por --551013--
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C) El kaläm sunnï

 1. Mu’tazilíes

 -Sus orígenes

El término árabe kaläm significa palabra, discurso; el término mutakallim designa a aquel que habla, al orador (en gramática, a la primera persona). No nos es posible explicar aquí el camino que recorrió la palabra kaläm para terminar designando a la teología a secas, mientras que mutakallimün (los que se ocupan de la ciencia del kaläm, ‘ilm al-kälam) pasaba a denominar a los “teólogos”. La ciencia del kaläm –en cierto modo, la teología escolástica del Islam- acabó aplicándose en particular a una teologái impregnada de un atomismo que recuerda al de Demócrito y Epicuro, aun cuando difiera de éstos por el contexto.

El kaläm es una pura dialéctica racional, que opera sobre los conceptos teológicos. No es en absoluto una gnosis mística (‘irfän) ni esa “ciencia del corazón” de la que los Imanes del si’ísmo hablaron por primera vez. Por otra parte, como han subrayado los filósofos al-Farabï, Averroes y Mullä Sadrä al-Sïräzï, los mutakallimün son, ante todo, apologistas; por ello, se han dedicado más a sostener, con todos los recursos de su dialéctica teológica, los artículos de su credo religioso tradicional, que a adherirse a una verdad demostrada o demostrable. Los llamados mu’tazilíes son considerados como los más antiguos de los mutakallimün. Forman, sin duda alguna, una escuela de pensamiento religioso especulativo de primera importancia; su labor se basa en los datos religiosos fundamentales del Islam.

Con el nombre de mutazilíes se designa a un grupo de pensadores musulmanes que se formó, en la primera mitad del segundo siglo de la Hégira, en la ciudad de Basra (Basora). El movimiento se extendió tan rápidamente que pronto abarcó a gran parte de la élite musulmana culta. La capital del imperio ‘abbasí, Bagdad, se convirtió, bajo varios reinados, en el centro de su escuela, y su doctrina se impuso, en determinado momento, como doctrina oficial.
Se han dado diversas explicaciones sobre el origen de su nombre. El heresiógrafo al-Bagdädï, por ejemplo, considera que la designación de mu’tazilí procede de que esta secta se “separó” de la comunidad musulmana a causa de su concepto de “pecado” y del “pecador”, palabras cuyo uso no implica, por supuesto, la noción específicamente cristiana del pecado con sus implicaciones. En efecto, los mu’tazilíes consideran el pecado como un estado intermedio entre la fe (Imäm) y la infidelidad (kufr). Al-Sahrastänï expone otra opinión: Wäsil ibn ‘Atä’ (muerto en 131/748), fundador de la escuela mu’tazilí, difería de su maestro Hasan al-Basrï (muerto en 110/728) en la cuestión de los pecados graves. Habiendo expresado públicamente su punto de vista, abandonó el círculo de Hasan al-Basrï y sus partidarios formaron, en torno a la columna de la Gran Mezquita, un nuevo grupo donde Wäsil ibn ‘Atä, enseñaba sus doctrinas. Hasan al-Basrï exclamó entonces: “Wäsil se ha separado de nosotros (i’ta zala ‘annä).” Desde entonces, se conoce a Wäsil y a sus discípulos con el nombre de mu’tazilíes, los “separados”, los “secesionistas”.

De estas diversas interpretaciones sacamos una doble impresión. Por una parte, el apelativo de mu’tazalí –que implica una desaprobación: los que se han separado, se han escindido- fue aplicado a los adeptos de la doctrina por sus adversarios. Por otra parte, la causa primera del mutazilismo fue una opción de orden “político”. En realidad, si se reflexiona detenidamente, tanto sobre la doctrina mutazili como sobre la opción en cuestión, se convendrían en que ni la una ni la otra tienen su razón suficiente en la “política”.

En cuanto al nombre de mu’tazilíes, no resulta muy verosímil que haya sido acuñado por sus adversarios, pues lo han llevado con orgullo a lo largo de la historia. Así, pues, ¿este nombre no tenía para ellos otra significación? Su doctrina se centra en dos principios: el principio de la trascendencia y la Unidad absoluta de Dios y el de la libertad individual del hombre, que lleva consigo la responsabilidad inmediata de sus actos. Con razón o sin ella, los mutazilíes creen ser los únicos en sustentar y desarrollar estos dos principios (de hecho, los si’íes están de acuerdo con ellos en lo que respecta al principio de responsabilidad humana).

Por otra parte, los acontecimientos políticos de la comunidad musulmana, por graves que sean, no pueden considerarse como razón suficiente para la aparición del mutazilismo. Es cierto que la investidura de Abü Bakr como califa de la comunidad musulmana, en lugar de ‘Alï ibn Abï Tälib, el asesinato de ‘Utmän, tercer califa, la división del mundo musulmán en varios campos, como consecuencia de las sangrientas luchas entre Mu’äwiya y ‘Alï, que todos estos acontecimientos obligaron a los musulmanes, sin exceptuar a los filósofos, a tomar partido entre los problemas planteados.

Pero el motivo por el que en verdad se luchaba sobrepasa con mucho a lo que solemos calificar como “política”. ¿La investidura del legítimo Imäm de la comunidad es una cuestión social, debe someterse al voto de esa misma comunidad musulmana ante la que es responsable, o, por el contrario, la función del Imäm tiene un significado metafísico, íntimamente ligado al destino de la comunidad, incluso en el más allá, y, en consecuencia, no puede depender del voto de una mayoría cualquiera? Lo que está en tela de juicio es la misma esencia del Islam si’í. En cuanto a los que se rebelan contra el Imäm investido, ¿cuál es su fundamento teológico y jurídico, independientemente de su afán de justicia? No se trata de una cuestión abstracta, sino de una realidad existencial concreta. Los mutazilíes aportarían una solución acorde con su doctrina.

Otros factores intervienen también en la elaboración de aquélla: su reacción y su actitud general frente a los grupos no musulmanes establecidos en el seno de la sociedad musulmana, como los mazdeístas en Iraq y los cristianos y judíos en Siria. H. S. Nyberg considera con razón que uno de los factores determinantes del pensamiento de los mutazilíes es su lucha contra el dualismo de ciertas sectas iraníes, que se habían extendido por Kufa y Basra. Otros testimonios (en especial el del Kitäb al-agänï) lo confirman: Wäsil ibn ‘Atä’ y ‘Amr ibn ‘Ubayd, las dos grandes figuras del mutazilismo naciente, asistían a menudo a sesiones organizadas en la residencia de un notable de Azd, en el curso de las cuales los asistentes exponían y defendían la doctrina dualista del antiguo Irán.

En los mutazilíes influyeron también ciertas ideas judías y cristianas. Hay razones para creer que el concepto mu’tazilï de la Unidad divina es, en parte, una reacción contra ciertos aspectos del dogma cristiano de la Trinidad. En efecto, los mutazilíes niegan todo atributo de la Esencia divina, ya que, si se aceptase la tesis contraria, se tropezaría, según ellos, no con una divinidad trina, sino con una divinidad múltiple, al ser ilimitados los atributos divinos.
También su doctrina sobre el Corán creado parece ser una oposición al dogma cristiano de la Encarnación. En efecto, según ellos, decir que el Corán es la Palabra divina increada que se manifiesta en el tiempo bajo la forma de un libro en árabe, equivale a afirmar, como lo hacen los crisitianos con respecto a la Encarnación, que Cristo es la Palabra divina increada, que se manifiesta en el tiempo bajo la forma de un ser humano. Y es que la diferencia entre el dogma del Corán increado y el dogma de la Encarnación no estriba tanto en la naturaleza de la Palabra divina cuanto en la modalidad de su manifestación: mientras que, para el cristianismo, la Palabra se hace carne en Cristo, para los musulmanes la Palabra se hace enunciado en el Corán.


 -La doctrina

No podemos hablar en bloque de una doctrina mutazilí si queremos dar cuenta de la riqueza y diversidad de sus múltiples formas, y diferenciar las peculiaridades de cada uno de sus pensadores. Sin embargo, hay cinco tesis indispensables para ser considerado miembro de la escuela, y que acepta todo mutazilí. De estas cinco tesis, las dos primeras aluden a la divinidad, la tercera tiene un sentido escatológico y la cuarta y quinta versan sobre teología moral. Esbozaremos aquí brevemente cada una de ellas.

El tawhïd (la Unidad divina). Es el dogma fundamental del Islam. No lo han “inventado”, pues, los mu’tazilíes, pero se han distinguido por sus argumentaciones a favor del mismo y la aplicación que hacen de éstas en otros dominios de la teología. Los mu’tazilíes gustaban de llamarse a sí mismos los “hombres del tawhïd” (ahl al-Tawhïd). Al-As’arï (en Maqälät al-Islämï-yün) expone así la concepción mutazilí del tawhïd:

Dios es único, nadie es semejante a él; no es ni cuerpo, ni individuo, ni substancia, ni accidente. Está por encima del tiempo. No puede habitar en un lugar o en un ser; no es objeto de ninguno de los atributos o calificativos aplicables a las criaturas. No está condicionado ni determinado; no engendra ni es engendrado. Está por encima de la percepción de los sentidos. Los ojos no le ven, la mirada no le alcanza, la imaginación no le comprende. Es una cosa, pero diferente a las demás cosas; es omnisciente y omnipotente, pero su omnisciencia y su omnipotencia no son comparables a nada de lo creado. Creó el mundo sin modelo preestablecido y sin ayuda de nadie”.

Esta concepción del Ser divino y de su unidad es estática, no dinámica; está limitada ontológicamente al plano del ser incondicionado, no abarca el plano del ser no-incondicionado. El resultado de tal postura es la negación de los atributos divinos, de toda posibilidad de ver a Dios en el más allá, la afirmación de que el Corán ha sido creado. Tan serias deducciones han desempeñado un importante papel en el pensamiento dogmático del Islam y han hecho que la comunidad tomara conciencia de los valores religiosos fundamentales.

La justicia divina (al-‘adl). Para los mu’tazilíes, el tema de la justifica divina está íntimamente ligado con el de la responsabilidad y libertad humanas (ya señalamos su coincidencia con los si’íes en este punto). Con esto quieren decir que el principio de justicia divina implica la libertad y la responsabilidad del hombre, o más aún, que nuestra libertad y nuestra responsabilidad son inherentes al principio mismo de la justicia divina. De otra forma, la idea de recompensa o castigo en el otro mundo carecería de sentido, y la idea de la justicia divina estaría privada de fundamento. Sin embargo, ¿cómo conciliar la idea del libre albedrío y el hecho de que el hombre sea dueño de su destino, con ciertos pasajes coránicos que afirman lo contrario, como aquel que declara expresamente que todo lo que nos sucede es conforme a la masï’a divina, o aquel otro que asegura que todo lo que hacemos está escrito en un registro celeste? A esto, los mu’tazilíes responden que la masï’a divina (que podríamos traducir por “la voluntad fundamental de Dios”), que engloba a todas las cosas, no consiste en la imposición de su voluntad (iräda) ni de sus mandatos (amr), sino en su designio eterno y en su genio creador, aspectos ambos de su conocimiento infinito. Igualmente, la afirmación coránica de que “todo está escrito en un registro celeste” expresa, metafóricamente, el conocimiento divino en sí, que no se opone a la libertad humana, ya que su objeto es el ser y no el acto, como en el caso de la voluntad y el mandato.

Más aún: al afirmar la libertad humana, los mu’tazilíes declaran que este principio no sólo es inherente a nuestra idea de la justicia divina, sino que además, y sobre todo, está plenamente de acuerdo con el propio Corán, cuando afirma expresamente que toda alma es responsable de lo que hace: “El que hace el bien, lo hace para sí mismo; el que hace el mal lo hace contra sí mismo”. Este versículo y muchos otros afirman la libertad humana. Finalmente, todos los musulmanes admiten que Dios les ha impuesto obligaciones de orden cultural, moral, social, etc. ¿Cómo concebir la idea de obligación sin admitir que el hombre es libre, dueño de sus actos?

Las promesas del más allá (Wa’d y wa’id). Todas las sectas y doctrinas islámicas admiten que Dios prometió a sus fieles una recompensa y amenazó a los infieles con un castigo; pero los mu’tazilíes vinculan este artículo de fe a su concepción de la justicia divina y de la libertad humana. La justicia divina exige que no reciban el mismo trato el que permanece fiel y el que comete una infidelidad. Si se admite la libertad del hombre, hay que aceptar que éste es responsable de sus actos, tanto buenos como malos. De esta forma, la idea de la gracia divina sólo recibe una discreta atención de las enseñanzas mu’tazilíes, mientras que la de la justicia ocupa un lugar preponderante.

La situación intermedia (al-manzila bayin al-manzila tayn). Como antes señalamos, fue esta tesis la que provocó la ruptura, la “separación” entre Wäsil ibn ‘Atä’, fundador de la escuela mu’tazilí, y su maestro Hasan al-Basrï; su desacuerdo radicaba en la concepción del “pecado”. La tesis mu’tazilí lo sitúa entre la fe y la infidelidad, determinando teológica y jurídicamente la situación del “pecador” como diferente a la vez de la del musulmán y de la del no musulmán. De acuerdo con los teólogos y canonistas del Islam, los mu’tazilíes distinguen dos tipos de pecados: sagä’ir (faltas ligeras) y kabä’ir (faltas graves). Las primeras no suponen la exclusión del círculo de los creyentes, a menos que el pecador reincida. En cuanto a las segundas, se dividen a su vez en dos apartados: kufr (la infidelidad) y todas las demás. Estas últimas, según los mu’tazilíes, excluyen al musulmán de la comunidad, sin que por ello deba ser considerado como un käfir (infiel en el sentido absoluto). El pecador se encuentra, pues, en una situación intermedia, que no es la del creyente ni la del no creyente. Esta tesis del “estado intermedio” presentaba también algunas dificultades.

El imperativo moral (al-amr bi’l-ma’rüf). La última de las cinco tesis esenciales de los mu’tazilíes se refiere a la vida de la comunidad y, en particular, a la aplicación de los principios de justicia y libertad a los comportamientos sociales. Para los mu’tazilíes, la justicia no consiste sólo en evitar personalmente el mal y la injusticia; es también una acción del conjunto de la comunidad para crear una atmósfera de igualdad y armonía social, gracias a la cual cada individuo pueda realizar sus posibilidades. Asimismo la libertad y la responsabilidad humanas no se limitan únicamente al ejercicio de las diferentes facultades del individuo, sino que abarcan también, o deben abarcar, a toda la comunidad. Este es un principio frecuentemente enunciado en el Libro santo del Islam, pero la originalidad de la escuela mutazilí consistió en fundamentar el principio de la acción moral y social en el principio teológico de la justicia y la libertad del hombre.


 2. Abü-l-Hasan al-As’arï

 -Vida y obras de al-As’arï

Abü-l-Hasan ‘Ali ibn Ismä’il al-As’arï nació en Basra en el año 260/873. En su juventud se adhirió a la escuela mutazilí, cuyas doctrinas estudió con uno de los maestros más representativos de la secta en ésa época, al-Yubbä’ï (muerto en 303/917). Hasta los cuarenta años siguió las enseñanzas de la escuela y, durante este período, redactó buen número de obras en defensa de las doctrinas mu’tazilíes. Luego, según el testimonio de sus biógrafos, llegado, a la edad de cuarenta años, al-As’arï se encerró en su casa durante dos semanas. Cuando salió de su encierro irrumpió en la Gran Mezquita de Basra a la hora de la reunión para la Oración y allí proclamó en voz alta:

Aquel que me conoce, me conoce. A aquél que no me conoce, voy a darme a conocer. Soy ‘Alï ibn Ismä’il al-As’arí. Poco ha profesé la doctrina mutazilí y creí en la creación del Corán, negué la visión divina en el más allá y denegué a Dios todo atributo y todo calificativo positivo… sed todos testigos de que ahora reniego de esta doctrina y la abandono definitivamente”.

Son muchas las razones por las que sus biógrafos explican este cambio espectacular. Al parecer, la causa principal reside tanto en sus problemas personales como en la situación exterior, es decir, en la división de la comunidad musulmana sunnï, desgarrada entonces entre dos extremismos.
Al-As’arï escribió numerosas obras durante su período mutazilí y después de su conversión. Según sus propias afirmaciones, compuso más de noventa obras, que recogen la casi totalidad del saber teológico de la época: un comentario del Corán; una recopilación sobre sarï’at; otra de hadït y de narraciones; tratados contra los materialistas, los järiÿtes y, tras su conversión, de crítica contra los mu’tazilíes. Entre las obras que de él nos han llegado hay dos de particular importancia.

En la primera, Maqälät al-Islämïyïn, al-As’arï expone con precisión y objetividad todas las doctrinas conocidas en su tiempo. Este tratado se puede considerar como una de las summas más importantes de la historia de los dogmas, e incluso como el primero de su género en la historia de las doctrinas y los dogmas en el Islam. En cuanto a la segunda, Kitäb al-Ibäna, expone estrictamente la doctrina del Islam sunnï. Al-As’arï murió en Bagdad en 324/935, tras una vida fecunda.

(Continúa en Filosofía e Islam. Parte 8
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-La doctrina de al-As’arï

  -Las tendencias del sistema

Dos tendencias aparentemente contradictorias, aunque en realidad sean complementarias, presiden el sistema de al-As’arï. Por una parte, parece estar tan próximo a determinadas escuelas jurídicas del Islam, que de él se ha dicho indistintamente que era säfi’fi, malikï y hanbalï. Por otra parte, mantiene una estricta reserva, preocupándose ante todo por conciliar las diferentes escuelas sunnïes, ya que, a sus ojos, todas estaban de acuerdo en los principios y sólo divergían en materia de aplicación.

Si al-As’arï toma partido contra los mu’tazilíes, es por dos motivos fundamentales. Conceder a la razón un valor absoluto conduce, no a sustentar la religión, como pretenden los mu’tazilíes, sino a suprimirla, sustituyendo pura y simplemente la fe por la razón. Por otra parte, el qayb (lo invisible, el misterio) excede a toda demostración racional.

El sistema filosófico de al-As’arï está impregnado del deseo de conciliar dos extremos. Esta tendencia está patente en casi todas las soluciones que propone, y por ello su pensamiento y su doctrina han encontrado tanta audiencia en el Islam sunnï durante varios siglos. Tomemos por ejemplo la postura del al-As’arï ante tres grandes problemas teológicos: el problema de los Atributos Divinos, el del Corán y el de la libertad humana.

Los Atributos Divinos. Hemos visto antes que, según los mu’tazilíes, Dios está exento de todo atributo positivo, ya que cualquier calificativo está comprendido en su propia esencia. Por el contrario, los literatistas, con su ingenua concepción de los Atributos Divinos, llegaban a imaginar la divinidad como un complejo de nombres y calificativos junto a la propia esencia divina. La actitud de los mu’tazilíes ha pasado a la historia de los dogmas bajo el nombre de ta’til, es decir, la negación de toda actividad divina operante, que conduce finalmente al agnosticismo (observemos que la raíz ‘tl, de donde procede ta’til, se aplica, en el antiguo uso árabe, a los pozos secos y a las mujeres sin adornos). En el polo opuesto, la actitud de los literatistas extremistas se conoce bajo el nombre de tashbïh (antropomorfismo). Hemos encontrado ya estos dos términos en otro contexto.

La solución propuesta por al-As’arï admite que el Ser divino posee realmente los Atributos y los Nombres mencionados en el Corán. En tanto que estos Nombres y Atributos tienen una realidad positiva, son distintos de la esencia de Dios, pero no tienen, sin embargo, ni existencia ni realidad fuera de ella.
El dogma del Corán increado. Los mu’tazilíes afirman que el Corán es la Palabra divina creada, sin distinguir entre la Palabra en tanto que atributo divino eterno y su enunciado árabe explicitado en el Corán. Los literatistas se oponen categóricamente a esta tesis, pero, por su parte, confunden la Palabra divina y la manifestación temporal de su enunciado humano. Y lo que es aún más grave, algunos de ellos consideran que el Corán es eterno, no sólo en lo que respecta a su contenido y a las palabras que lo componen, sino también en cuanto a todo lo que lo constituye materialmente, por ejemplo, las páginas, la tinta, la encuadernación, etc.

Al-As’arï se sitúa entre ambos extremos. Considera que la naturaleza de la palabra, ya sea humana o divina, no se limita, como piensan los mu’tazilíes, a la pronunciación y composición de sonidos y palabras articuladas, sino que es también discurso del alma (hadït nafsï) y, por consiguiente, es exterior a la manifestación verbal (hadït lafzï). Cuando declara que el Corán es eterno, se refiere al atributo divino de kaläm, que subsiste eternamente en Dios y, en tanto que tal, está exento de toda articulación verbal y sonora. Pero el Corán está también escrito y compuesto de palabras. Bajo este aspecto, el Corán es un hecho temporal creado, en contra de lo que piensan los literatistas. Pero, ¿cómo pueden coincidir en un solo hecho, como el Corán, dos aspectos antinómicos, la creación y la increación? En este punto, al-As’arï recomienda al creyente que practique su famoso principio: “Hay que tener fe sin preguntar cómo”.

La libertad humana. Para resolver este problema, al-As’arï no recurre a la noción de qudra (potencia creadora) en el sentido mu’tazilí, sino a la de kasb (adquisición). Aquí también se ve obligado a encontrar un término medio entre los dos extremos: los mu’tazilíes, partidarios de la qudra, y los fatalistas, parditarios del yabr. Al-As’arï considera, no sin razón, que la tesis mu’tazilí introduce una especie de dualismo con respecto a la actividad divina. En efecto, según los mu’tazilíes, el hombre no sólo es libre y responsable, sino que posee además la qudra, es decir, la potencia creadora, la facultad de crear sus propias obras. Para evitar el riesgo de colocar otra potencia creadora al lado de la potencia divina, sin dejar por ello de conferir al hombre una libertad que le haga responsable de sus actos, al-As’arï atribuye al hombre, no la qudra, la creación de sus obras, sino el kasb, la “adquisición” de sus obras. Admite la distinción que hacen los mu’tazilíes entre las dos clases de acción humana: la constreñida y la libre, así como su tesis de que el hombre es perfectamente consciente de la diferencia entre ambas. Pero considera que la qudra, la potencia creadora de los actos humanos, es exterior al hombre, no es inmanente a él. Por ello, en cada acto libre del hombre, al-As’arï distingue el acto de creación, en que interviene Dios, y el acto de adquisición, en que interviene el hombre. Toda la libertad del hombre consiste en esta “co-incidencia” entre el Dios “creador” y el hombre “adquisidor”.

En todas sus tesis, al-As’arï obedece más a preocupaciones espirituales y religiosas que a motivos especulativos y racionales. Lo que intenta, ante todo, es dar un sentido a la fe en Dios, un Dios, al que no se califique en vano, ya que es a la vez esencia y atributo, y que, por consiguiente, pueda ser objeto de la adoración, y del amor del fiel. Tal resultado, ya se considere como un éxito, o por el contrario, como un fracaso debido a su falta de base metafísica, es lo que busca al-As’arï al sostener, con una honradez total, ambos aspectos, creado e increado, del Corán: la conjunción misteriosa y milagrosa de lo eterno y lo efímero.


   -El As’arïsmo: las vicisitudes de la escuela as’arï

La escuela as’arï, fundada a mediados del siglo IV/X por los discípulos directos del al-As’arï, debe su nombre al maestro (en árabe se les llama as’ariyya o asa’ira). Durante varios siglos, esta escuela ha prevalecido casi por completo en el Islam sunnï; en ciertas épocas y en ciertas regiones, as’arïsmo y sunnïsmo llegaron incluso a ser identificados. En sus últimos días, Abü-l-Hasan al-As’arï se vio rodeado de un numeroso grupo de discípulos que admiraban su vida ejemplar, su pensamiento impregnado de valores religiosos y su afán por salvaguardarlos. En él encontraban un refugio contra el estrecho literalismo de los hombres del hadït y contra el excesivo racionalismo de los mu’tazilíes. Fue así como el as’arïsmo empezó a tomar forma en vida aún del maestro.

Pero apenas había afirmado su existencia y acuñado una imagen específica, cuando la escuela as’arï se vio convertida en centro de todos los ataques. Los mu’tazilíes la acusaban de adular a la masa con su oportunismo y formulaban contra ella el reproche siempre fácil de “sincretismo”. Igualmente, los literatistas, con los hanbalïes a la cabeza, se asombraban de ver a ese advenedizo que, a pesar de su pretensión de escapar a la trampa del i’tizäl, no tenía el valor de volver sencillamente a las fuentes, es decir, al texto revelado literal y a la tradición primitiva, tal como se conoce en el Islam sunnï.

Por otra parte, en el mismo momento en que al-As’arï toma conciencia, en Basrah y Bagdad, de los problemas que afronta el Islam, y trata de buscarles una solución, otro pensador, formado también en el sunnïsmo, Abü Mansür al-Maturïdï (muerto en 333/944), en Samarcanda, en el Oriente del mundo, entrevé también los mismos problemas y se propone idénticas metas. Sus propios discípulos consideran el esfuerzo de la escuela as’arï como una reforma frustrada y critican su conservadurismo y su conformismo. Los as’arïes se detienen a medio camino, mientras que los discípulos de al-Maturïdï pretenden conseguir ellos mismos la renovación y la restauración íntegra del sunnïsmo.

A pesar de todas las críticas que suscita el as’arïsmo naciente, la escuela se desarrolla y extiende; con el tiempo, se convierte en el portavoz de la ortodoxia sunnï en buena parte del mundo islámico. Pero, a mediados del siglo V/XI, el movimiento por un período de estancamiento y dificultades. Los príncipes iraníes de la dinastía de los büyïes, verdaderos dueños del Imperio ‘abbäsí, son si’íes y favorecen una especie de síntesis entre el pensamiento mu’tazilí y ciertos aspectos del si’ísmo. Pero, en cuanto los príncipes turcos silyukïes, fieles al sunnïsmo, toman el poder, la situación cambia. El as’arïsmo recupera su lugar privilegiado en la sociedad musulmana sunnï, y la escuela recibe incluso el apoyo de las autoridades oficiales y, en especial, el del célebre visir Nizäm al-Mulk (muerto en 485/1093).

Nizäm al-Mulk funda las dos grandes universidades de Bagdad y Nisäpür. La enseñanza que en ellas se dispensa es el as’arïsmo, convertido en doctrina oficial dei Imperio ‘abbäsí. Es entonces cuando sus representantes se convierten en portavoces de la doctrina sunnï. Los as’arïes, aprovechándose de su posición, pasan al ataque contra las sectas y doctrinas que disienten de su “ortodoxia”, no sólo en el plano puramente ideológico, sino también en el político, tanto más cuanto que sus adversarios sustentan una corriente de opinión favorable a un Estado o gobierno hostil al califato ‘abbasí. La ofensiva de al-Gäzälï contra los “bätinïes”, es decir, contra el esoterismo ismä’ilí y contra los filósofos se dirige al mismo tiempo contra la dinastía fatïmï de El Cairo, ya que ésta protegía a los filósofos y hacía suya la doctrina bätinï.

En el siglo VII/XIII, el as’arïsmo encuentra adversarios de talla en las personas de Ibn Taymiyya y de su discípulo Ibn al-Qayyim al-Yawziyya, ambos de Damasco. En efecto, Ibn Taymiyya, padre del secular movimiento salafiyya, impugna al as’arïsmo la validez de su reforma sunnï, y propugna un cambio radical del sunnïsmo, basado principalmente en el valor absoluto del texto literal de la Revelación y de la Tradición de los Compañeros del Profeta (de esta “Tradición” excluye, evidentemente, el corpus de las tradiciones teológicas que se remontan a los Imanes del si’ísmo). A pesar de la valía de Ibn Taymiyya y a la fuerza incisiva de su crítica, el as’arïsmo ha conservado hasta nuestros días su preeminencia en el Islam sunnï, cuyo renacimiento no puede sino favorecer esta preponderancia, aun cuando converjan en él diversos elementos, como, por ejemplo, el mu’tazilismo y la salafiyya.

Entre las grandes figuras que ha producido la escuela as’arï a lo largo de los siglos, destacan: Abü-Bakr al-Bäqillänï (muerto en 403/1013), autor del Kitäb al-Tawhïd, que fue el primer intento de dotar al as’arïsmo de un verdadero sistema doctrinal; Ibn Fürak (Abü Bakr Muhammad ibn al-Hasan, muerto en 400/1015); Abü Ishäq al-Isfarä’inï (muerto en 418/1027); ‘Abd al-Qähir ibn Tähir al-Bagdädï (muerto en 429/1037); Abü Ya’far ahmad ibn Muhammad al-Samnänï (muerto en 444/1052); Imäm al-Haramayn al-Yuwaynï (muerto en 478/1085), cuya obra, Kitäb al-Irsäd, se considera como la obra maestra del as’arïsmo; el célebre al-Gäzälï (muerto en 505/1111); Ibn Tümart (muerto hacia 524/1030); alSahrastänï (muerto en 548/1153); Fajr al-Dïn al-Räzi (muerto en 606/1210); ‘Adud al-Dïn al-Iÿï (muerto hacia 756/1355); al-Yurÿänï (muerto en 816/1413); y al-Sanusï (muerto en 895/1490).


   -El As’arïsmo: el atomismo

Hemos visto ántes cómo la gnosis ismä’ilí identificaba la idea de Emanación con el principio de la Instauración creadora (ibdä’). Los representantes por excelencia en el Islam del emanatismo propiamente dicho son los filósofos helenizantes, quienes se ocupan del hecho de la creación, tal como aparece en la Revelación coránica, a la luz de esta idea fundamental. Para ellos, la multiplicidad de los mundos y de los fenómenos procede del Uno absoluto; Dios se encuentra en la cima de la Manifestación, constituida por todos los seres orgánicamente vinculados, desde la Inteligencia Primera hasta la materia inanimada. Otras escuelas filosóficas, especialmente los mu’tazilíes, recurren, para explicar la creación y las relaciones entre Dios y el mundo, a la idea de la causalidad universal. Los fenómenos de la creación están sometidos a un conjunto de causas que ascienden gradualmente desde las causas segundas que rigen el mundo de la materia, hasta las causas primeras y las causas de las causas.

Los as’arïes no se dieron por satisfechos ni con la idea de la Emanación que sustentaban los filósofos, ni con la de la causalidad universal que admitían los mu’tazilíes. La concepción emanatista de los as’arïes excluye la idea que tienen de la libertad y la voluntad como características de la esencia del Ser divino. Para ellos, el emanatismo termina por identificar el principio y la manifestación, bien en el plano de la esencia, bien en el de la existencia.
En la doctrina mu’tazilí de la causalidad universal, los as’aríes ven una especie determinismo (al estar vinculada ontológicamente la causa a su efecto y viceversa) y este determinismo es para ellos incompatible con la idea fundamental del Corán, que afirma la libertad absoluta de Dios todopoderoso.
Los as’aríes han creído encontrar la base y la justificación de su tesis sobre la creación del mundo y, por consiguiente, sobre la relación existente entre Dios y el universo, en la teoría de la indivisibilidad de la materia o atomismo. Ciertamente, esta teoría era ya conocida por los pensadores de Grecia y la India, pero los as’aríes la desarrollaron conforme a sus propios intereses para salvaguardar, mediante las consecuencias que de ella sacaban, su idea de la omnipotencia divina y de la creación.

Podemos resumir muy brevemente la argumentación as’arï en los siguientes términos. Una vez admitido que la materia es indivisible, se llega a la conclusión de la necesidad de un principio trascendente que dé a esta materia, y a todos los seres compuestos, su determinación y su especificidad. Igualmente, la idea de la indivisibilidad de la materia lleva a otra consecuencia: la recurrencia de la creación divina. Para los as’aríes, el universo está en continua expansión, y sólo la Mano divina conserva su unidad, su cohesión y su duración, aunque la flaqueza de nuestros sentidos y de nuestra razón no nos permita darnos cuenta de ello.


   -El As’arïsmo: la razón y la fe

Además del problema resuelto por medio de su cosmología atomista, el as’arïsmo se enfrenta con otra cuestión que se le plantea en términos característicos: las relaciones entre la razón y la fe. Una vez más confirma su vocación de enemigo de los extremismos: por un lado, los mu’tazilíes no quieren reconocer sino la razón y lo racional, y por otro, los literalistas no quieren ni oír hablar de ello. Los mu’tazilíes reniegan de la fe religiosa porque el individuo consciente no la necesita ya; en el extremo opuesto, los literalistas reniegan de la razón so pretexto de que no es de ninguna utilidad en materia religiosa, que sólo requiere la fe. Pero entonces, ¿por qué el Corán incita al razonamiento y a la especulación? ¿Por qué invita a nuestra inteligencia a ejercitarse en temas específicamente religiosos, como la existencia de Dios, la providencia divina, la revelación, etc?

Entre los dos extremos, el as’arïsmo ha tratado de encontrar una tercera vía, esforzándose por delimitar el terreno propio de la inteligencia racional y el terreno reservado a la fe.

Este combate que libra el as’arïsmo resulta tanto más patético cuanto que uno se pregunta si disponía de las armas necesarias para salir victorioso. Si lo comparamos con la filosofía profética de la gnosis si’í que antes expusimos, la situación revela un fuerte contraste. El as’arïsmo, enfrentado a la vez a mu’tazilíes y literalistas, debe luchar en sus respectivos terrenos. Y en esos terrenos sería difícil que el ta’wïl hallara alguna perspectiva o que se abriera paso entre el zähir y el bätin. Es el contraste entre la dialéctica racional del kaläm y lo que se conoce como hikmat ilahiyya (teosofía); ‘irfän (gnosis mística) o ma’rifat qalbiyya (conocimiento del corazón), en una palabra, la forma de conocimiento por la que todo conocimiento lleva a un autoconocimiento. Reflexionando sobre la solución de al-As’arï al dilema de si el Corán es creado o increado, tenemos la impresión de que su búsqueda se detuvo prematuramente.

Si el as’arïsmo sobrevivió a tantos ataques y críticas fue porque la conciencia del Islam sunnï se identificó con él. Y éste es el síntoma más agudo de una situación que nos lleva a preguntarnos si la filosofía llegó a “cuajar” alguna vez o si, por el contrario, estuvo siempre en precarias circunstancias. El mutazilismo es contemporáneo de los imanes del si’ísmo, cuyos discípulos tuvieron más de una discusión con los maestros de aquella escuela. Al-As’arï nació el mismo año en que comienza la “ocultación menor” del XII Imäm (260/873) y murió en Bagdad pocos años antes que al-Kulaynï, el gran teólogo si’í, que precisamente trabajó allí durante veinte años. Los nombres de los dos maestros podrían ser tomados como símbolo de las condiciones tan diferentes que reservaba el porvenir a la filosofía en el Islam si’í y en el Islam sunnï, respectivamente.

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