Él es un chico bellísimo pero - tal como nos cuenta Ovidio en las Metamorfosis - «ignora lo que ve», es decir, está tan cegado por sí mismo que pierde el contacto con el resto del mundo. El joven no solo había rechazado a Eco, sino también a pretendientes de sexo masculino y, según alguna fuente remota, incluso al mismo Eros. El castigo era inevitable: un día el muchacho se asomó al espejo de agua de un estanque, vio su propia imagen reflejada y se enamoró de ella. Y es aquí donde surge la genialidad de Caravaggio.