En el vasto universo del lenguaje, ciertas palabras ocupan un estatus de intocabilidad, son la cochambre de nuestras conversaciones, donde el usuario (¿cursi, hortera?) opondrá una invencible resistencia a su reeducación. Y lo sabemos. Hoy vamos a explorarlas, despiadados. ¿Por qué nos provocan repugnancia?  
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