«Después de que me quitaran el estómago, yo no hacía nada de deporte. Me había quedado en la mierda más absoluta. Pasé en tres meses de pesar 106 kilos a 57. La parte maravillosa del deporte de larga distancia es que se acaba convirtiendo en mi trabajo, día a día. Y no hay una diferencia real entre comer para eso o para mi actividad deportiva. Por ejemplo, un deporte de corta duración y de alta intensidad sería para mí contraproducente. Me elevaría el pulso a lo loco, tendría que ajustar, alimentarme en condiciones muy estresantes...»
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