En la segunda mitad del siglo XII, Toledo no era únicamente la capital de un reino cristiano; se había convertido en el principal nodo europeo de transferencia de conocimiento desde el mundo islámico al latino. La conquista de la ciudad por Alfonso VI en 1085 dejó intacta una vasta herencia documental en árabe, alojada en bibliotecas privadas, mezquitas y archivos administrativos.
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