Hace 7 años | Por ccguy a anfrix.com
Publicado hace 7 años por ccguy a anfrix.com

Cuando se inauguró el Coliseo a finales del siglo I la inauguración fue algo nunca antes visto en la tierra, miles de soldados desfilaron por las calles, más de 9000 animales exóticos fueron masacrados en distintos eventos, cientos de esclavos cayeron ante las espadas de los gladiadores y varios duelos entre gladiadores veteranos tuvieron lugar. Sin embargo, el público esperaba con ansias un duelo en particular. Un duelo entre dos gladiadores veteranos, con varias victorias sobre sus hombros.

Comentarios

D

Como para ser animalista estaba la cosa.

mauser_c96

#13 Pessima iocus

mimimi

#48 Jocosa apreciación

hombreimaginario

#13 o Pijus Magníficus.

D

#22 Supongo que habrás visitado Italia. Yo no me canso. Pasear por el Palatino en Roma es viajar en el tiempo.

Quel

#24 Sí. Hace muchos años. Muchos. Suficientes como para recordar haber subido a la torre de Pisa antes de que la cerrasen al público. Aún así tengo grandes recuerdos de Italia, en especial la mitad norte.

D

#26 Recuerdo cuando la cerraron al público... Ya me he quitado esa espinita. Maravillosa Pisa, pero sin dejar de visitar Lucca para poner en contexto el estilo Pisano. Recomiendo el ferry de Barcelona a Chivitavechia (Roma) Un día de barco en el que por 500€ te quitas 1300 Km de autopistas de peaje. Maravilloso, especialmente a la vuelta. El próximo plan es cogerlo a la ida y luego otro en Brindisi para pasar a Grecia. Imagínate, desde Barcelona son 600 Km de coche y te plantas en Grecia, y ello incluye visita a Estambul roll

hombreimaginario

#24 Pues no te digo nada de Pompeya o Herculano. Eso sí que es viajar en el tiempo...

D

#35 Herculano me impresionó mas que Pompeya, es un agujero de 15 metros en medio de un pueblo de donde sale una ciudad intacta. Por cierto, la primera excavación fue española

En el Palatino es donde estaba el palacio imperial, el centro del imperio, y están intactos los pasillos donde los pretorianos encontraron a Claudio escondido, y le hicieron emperador. La peña suele centrarse en el Foro romano y quizás por ello el Palatino me pillo por sorpresa.

hombreimaginario

#36 Antes el Foro era gratuito y para entrar en el Palatino tenías que pagar, de ahí que casi no hubiese nadie. Pero la última vez que fui habían unificado Foro y Palatino en una misma entrada, por lo que el Palatino ya estaba masificado...

hombreimaginario

#36 Sí, Pompeya tiene más fama al estar descubierta prácticamente en su totalidad, pero el nivel de conservación de Herculano es impresionante. Es una lástima que no excaven más, pero claro, hay un pueblo encima.

D

Un duelo entre dos gladiadores veteranos, con varias victorias sobre sus hombros.

Me parece que los gladiadores solo acumulaban victorias.

D

#5 Touché.

D

#5 El que pagaba era el emperador, así que perdonarles le salia a cuenta. roll

Ave, Caesar, morituri te salutant

D

#16

¿y en la época republicana? ¿y en los juegos que se hacían fuera de Roma?

D

#55 La época republicana era una dictadura de la aristocracia, quienes odiaban la monarquía y al final terminaron tragando con los emperadores.

No se hasta que punto los emperadores pagaban también los espectáculos fuera de Roma, pero ten por seguro que si lo harían subalternos en su nombre, gobernantes cuyo poder emana del emperador.

Te recomiendo visitar Mérida, que da para dos/tres días completos y el circo tiene un buen centro de interpretación donde ves que una carrera de Cuadriga en Mérida podía reunir a mas de 30,000 espectadores.

inconnito

#3 #5 #17 Es lo que cuenta el artículo...

D

#3 como ha comentado otro usuario, los combates normalmente no eran a muerte

H

Me tocan las narices estos artículos cortos donde los "antecendentes" ocupan más que el tema principal enunciado.

D

#19 A mí tampoco me cuadra. Una búsqueda rápida me da que un sestercio eran 2,5 gramos de plata, que ahora mismo está a 513 €/kg, por lo que un sestercio serían 1,2825 €. Si este hombre reunió una fortuna de 35.863.120 sestercios, serían unos 46 millones de euros.

Claro que en aquella época la plata tenía un valor con respecto al oro mucho mayor que hoy en día. Según leo un sestercio valía la centésima parte de un áureo, que eran unos 7 gramos de oro. Ahora mismo el oro está en 36.340 €/kg, lo que nos da un valor de 254,38 € el áureo, y por tanto 2,5438 € el sestercio y una fortuna de 91 millones de euros.

No está mal, pero quedan muy lejos de esos 13.600 millones. Claro que yo sólo he calculado el valor de las monedas según su masa, habría que considerar los precios relativos de los productos de la época, y eso ya si que no sé como calcularlo.

manuelpepito

Pues parece que no estaban enemistados a muerte.

omegapoint

#2 mejor historia de amor que crepusculo

Procurador

Lo único que queda del circo romano son: Los toros, morir y matar en la arena.

omegapoint

#12 los calamares cc #9

Pepepaco

#12 ¿Que nos han traído los romanos además del acueducto, el alcantarillado, las carreteras, la irrigación, la sanidad, la enseñanza... y el vino?
¿Eh? ¿Que más nos han traído?

Bley

#12 La paz

jajaj que bueno

A

#28 ¿¡ La paz !? ¡Que te folle un pez

-John Cleese dixit

hombreimaginario

#9 Disidente!!!

I

#9 ¡ Las orgías!

Procurador

#9 Odio cuando contestan a un comentario mío y se lleva un kilo de positivos. Te odio.

D

Esta historia está muy bien contada en el libro de Santiago Posteguillo "Los asesinos del emperador". Un libro que recomiendo leer por su gran recreación histórica de esa época.

hombreimaginario

#32 Gran libro. Según entendí era la primera parte de una trilogía de Trajano de la que nunca más se supo. Quizás Posteguillo todavía trabaje en la segunda parte, pero hace ya años que lo leí y nada...

D

#37 La trilogía ya está finalizada y a la venta, los libros son, en este orden:
- Los asesinos del Emperador.
- Circo Máximo.
- La legión perdida.

Son unos libros que me han enganchado a la lectura como pocos lo habían hecho anteriormente, con decirte que empecé Los asesinos del Emperador en Navidades y ya voy por el final de Circo Máximo...

hombreimaginario

#42 ¡Mil gracias! A por ellos de cabeza.

D

#14 #23 #25 #32 Sobre este combate histórico entre estos dos gladiadores hay un documental producido por la BBC: "Coliseo: Ruedo mortal de Roma".

http://www.filmaffinity.com/es/film253840.html

Curiosamente han borrado los dos vídeos que había con doblaje en castellano de youtube, pero han dejado la versión inglesa:



En el emule esta en castellano

e

Interesante, aquí también si eras de 2a morías pero si eras galáctico no te tocaban mucho no fuese a ser que se les acabase el chollo... por lo que veo galácticos ya existían en aquella época.

JohnBoy

#4 De hecho, los de ahora no son más que una sombra de los de antes...

http://hdnh.es/diocles-el-deportista-mejor-pagado-de-la-historia/

EmuAGR

#11 Pues el cambio actual de los sestercios no me parece muy lógico. ¿13600 millones de euros da para pagar un ejército como el romano dos meses solamente?

omegapoint

¡Película ya! Que paso de leerme un artículo tan largo...

D

#14 Y a todos nos interesa tu escasa capacidad de concentracion/atencion.

Si no quieres leerlo, no lo leas. Ya es lo que faltaba, que se criticaran los textos largos por ser largos. Ya si eso ponemos solos tuits, gifs o videos chorras.

u_1cualquiera

La historia termina cuando ambos gladiadores coinciden en la salida del Coliseo y se funden en un largo y apasionado beso
Todo había sido un montaje. Eran amantes desde hacía dos años

superjavisoft

#40 ¿Te gustan las películas de gladiadores?

eddard

El primer amaño deportivo de la historia...

omegapoint

#10 lo dudo, seguro que existen amaños de antes, las primeras olimpiadas fueron en el 776 AC

eddard

#15 corrijo: El primer amaño deportivo documentado de la historia.

vet

¡Premio Princeps Asturiarum de los Deportes!

homebrewer

El primer combate de pressing catch.

m

Tongo tongo tongo!!!!!

Orzowei

Me ha recordado esto:

J

En los asesinos del emperador, el mejor libro español de la historia a mi criterio, lo narran asi.

Y llegó el momento de los gladiadores profesionales. Marcio y Atilio se
hicieron a un lado. Ya habían combatido algunas parejas, pero todos estaban
esperando lo mismo y el momento acababa de llegar: allí estaba Prisco, un celta
de la Galia, un esclavo que había sorprendido a su amo por su fortaleza y que fue
comprado por el lanista del Ludus Magnus siguiendo su fino instinto, que le
permitía detectar a los mejores luchadores incluso si éstos aún no habían sido
entrenados; y Vero, un hombre libre de Moesia que se había hecho gladiador
como único medio para conseguir fortuna y al que Cayo había adiestrado
también durante los últimos años. Ambos salieron a la arena. Sí, Prisco y Vero
eran sus mejores gladiadores: cosechaban decenas de victorias, apenas un par de
missus cada uno —indultados por el pueblo por su destreza en el combate pese a
haber sido derrotados— y ningún stans missus, indulto a ambos luchadores pese a
que ninguno hubiera vencido. Esta última opción era muy rara y ningún luchador
la consideraba como probable. Los gladiadores luchaban para conseguir la
victoria o, en el peor de los casos, para batirse de la forma más digna y
espectacular posible si veían que su adversario era mucho más poderoso, porque
sólo mostrando valor más allá de su desesperación al sentirse inferiores podían
conseguir que el público les perdonara cuando, al fin, el oponente les derrotara.

Acontecía además que los missus de Prisco y Vero habían ocurrido en su primer
año de combates, cuando eran más inexpertos en la arena. Desde entonces sus
participaciones en cualquiera de los munera [juegos gladiatorios] se contaban
sólo por victorias, claro que nunca habían combatido el uno frente al otro. Su
popularidad, por un lado, y el entrenarse en el mismo colegio de gladiadores, por
otro, les había hecho sentir respeto primero el uno por el otro y, por fin, compartir
noches de orgía con más de una patricia romana caprichosa y rica que podía
permitirse y acer con los mejores luchadores de Roma. De ahí a la amistad
quedaba poco camino que recorrer, por eso cuando se anunció que en la
inauguración del gigantesco anfiteatro Flavio iban a enfrentarse el uno contra el
otro, aquello se convirtió en el evento más esperado por todos los asistentes a
aquella impresionante jornada de combates. Marcio y Atilio los vieron salir
corriendo hasta situarse en el centro de la arena pero próximos al podio imperial,
donde saludaron al César.

—¡Ave, Caesar, morituri te salutant! [¡Ave, César, los que van a morir te
saludan!]

Y Tito se levantó en señal de admiración por su larga lista de victorias. El
árbitro se acercó entonces a los dos luchadores para indicarles que el combate
debía iniciarse y a. Las apuestas se cruzaban en todas las gradas del anfiteatro.
Unos apostaban por Prisco, el gran celta, mientras que otros confiaban más en la
destreza de Vero de Moesia. Para dotar a la lucha de una igualdad absoluta, se
había armado a los dos gladiadores como mirmillones, con sendos escudos
rectangulares, grandes y cóncavos, cascos con visera rematados con un pez en lo
alto, espadas largas, rectas, de doble filo con punta en el extremo, protecciones

para el brazo derecho que blandía el arma y grebas en ambas piernas. El árbitro
dio un par de pasos atrás y el combate comenzó.

El silencio se apoderó de las gradas. Sólo se oía el chasquido metálico de las
espadas chocando entre sí o golpeando los pesados escudos. Los primeros
instantes fueron de tanteo, pero pronto Prisco se lanzó al ataque de forma brutal.
Vero resistió los embites a la defensiva durante un rato hasta que, de pronto, lanzó
su propio ataque con enorme furia sorprendiendo a Prisco que, no obstante,
consiguió detener el avance de su contrincante. Las apuestas subían en las gradas.
Todos dejaron de comer en el palco imperial. El emperador se levantó para
seguir mejor el combate. El lanista restregó los dientes superiores contra las
mandíbulas inferiores en un intento por masticar su nerviosismo sin llamar la
atención de los patricios que le rodeaban. Sabía que hoy iba a perder a uno de sus
mejores gladiadores, pero esperaba que, al menos, el emperador quedara
satisfecho; le gustaba acariciar la idea de poder pasar aún muchos días bebiendo
buen vino.

Los combatientes se separaron unos pasos el uno del otro. Necesitaban
recuperar el resuello. El árbitro, juez del enfrentamiento, permaneció atento a
que no hicieran nada prohibido, pero Prisco y Vero eran profesionales. Se
estaban jugando la vida, pero de acuerdo con las normas. Prisco reinició la lucha.
Vero volvió a defenderse. Prisco rozó con su espada el hombro protegido de su
oponente. Vero aulló, pero la herida era superficial, aunque suficiente para que
manara algo de sangre por su antebrazo y tiñera de rojo la arena que pisaba. El
público bramó de júbilo. Sus héroes estaban luchando a muerte, con pasión, con
entrega; no se podía pedir más. Vero se agachó evitando un nuevo golpe y acertó
a herir a Prisco justo por encima de la greba de la pierna derecha. También un
corte superficial, pero más sangre sobre la arena, más furia, más ansia, más
aullidos de un público encendido y unas apuestas que volvían a subir. De nuevo se
retiraron unos pasos el uno del otro y de nuevo retomaron el combate y así en
dos ocasiones más, en tres. El sol se ponía por el oeste y Prisco y Vero seguían
combatiendo, luchando sin tregua, golpe a golpe. El público podía oírlos
resoplando en busca de aire. Las viseras de sus cascos no parecían dejar
suficiente ventilación para los combatientes, pero no había un momento de
reposo suficientemente largo como para quitarse el casco y recuperar bien el
aliento. En ese momento el emperador levantó el brazo y el árbitro, siempre
atento a cualquier gesto del César, detuvo la lucha.

—¡Que les den de comer y de beber! —ordenó Tito.
Era algo del todo inusual. No era que no se hubiera hecho nunca, pero era
muy poco frecuente. Sin embargo, a todos les pareció una gran idea. Si Prisco y
Vero tenían unos momentos de alivio, retomarían la lucha con la fiereza del
principio. De inmediato unos esclavos sacaron agua fresca en sendas jarras y

algo de fruta y carne seca de cerdo para los dos gladiadores. Tanto Prisco como
Vero se quitaron los cascos, bebieron primero y luego comieron algo de carne y
fruta a grandes bocados, con ansia, mirándose mutuamente, vigilándose,
estudiándose. El juez hizo un gesto y los esclavos se llevaron la comida y el agua.
Prisco y Vero se ciñeron los casos de nuevo y retomaron el combate con una
nueva y brutal serie de golpes que habría derribado a cualquier otro luchador que
no fueran ellos. El júbilo se apoderó del público. El pueblo de Roma aclamaba a
los dos luchadores y al César que les regalaba aquel combate sin par.

Cum traheret Priscus, traheret certamina Venus,
esset et aequalis Mars utriusque diu,
missio saepe uiris magno clamore petita est;
sed Caesar legi paruit ipse suae;
lex erat, ad digitum posita concurrere parma:
quod licuit, lances donaque saepe dedit.

[Prolongando el combate Prisco, prolongándolo Vero y
estando igualado el valor de ambos durante mucho tiempo,
se pidió reiteradamente y a grandes voces que se licenciase a los
dos combatientes; pero el César mismo se atuvo a su propia
norma:
la norma era luchar, dejando los escudos, hasta que uno de ellos
levantase el dedo. Sólo hizo lo permitido: les dio varias veces
fuentes con alimentos y regalos.]

[24]

Los intercambios de golpes se sucedían con una velocidad pasmosa para un
combate que y a duraba largo tiempo. Los dos gladiadores pugnaban como si
acabara de iniciarse la lucha, hasta que poco a poco Vero fue perdiendo terreno.
Le costaba mantener el mismo ímpetu en sus golpes con el hombro herido. El
corte no había sido profundo pero perdía sangre y con ella se le escapaba la
energía necesaria para detener los certeros mandobles de Prisco. Éste último
cojeaba por la herida en la pierna, pero parecía mantener todas sus fuerzas en los
brazos, de forma que arremetió con furia contra Vero hasta derribarlo. Éste, hábil
incluso en la caída, rodó por el suelo para evitar que Prisco pudiera golpearle en
el suelo, pero al girar sobre sí mismo perdió el escudo. Vero se levantó entonces,
blandiendo la espada asida con las dos manos. Mejor así. Se sentía más fuerte. El
juez callaba. Prisco vio cómo su compañero se le acercaba dispuesto a combatir
sin escudo. Miró al emperador y éste asintió. Prisco arrojó entonces su escudo e,
imitando a Vero, tomando la espada con las dos manos, volvió a entrar en
combate.

El público rugió por el gesto de Prisco. El combate prosiguió así en igualdad
de condiciones. Los golpes volvieron a ser brutales. Los gladiadores gemían de
nuevo, respiraban con ansia, combatían con rabia, hasta que Prisco, por un
instante sólo, pero suficiente ante alguien tan experto como Vero, perdió
levemente el equilibrio por la cojera de su pierna derecha. Vero, reuniendo las
pocas fuerzas que le quedaban después de tanta sangre perdida, asestó un
espadazo bestial contra el arma de su oponente en ese momento, cuando éste se
encontraba más atento a no caerse que a asir con la suficiente fuerza el arma.
Así, la espada de Prisco voló por los aires y cay ó a más de veinte pies de
distancia; demasiado lejos para cogerla si Vero le atacaba. Las tornas habían
cambiado. Todo parecía ahora perdido para Prisco, pero Vero, aun a sabiendas
de que estaba exhausto, era hombre de honor y le devolvió el gesto que antes
había tenido con él, de forma que arrojó su propia espada lejos, a otros veinte
pies de distancia. Ambos gladiadores quedaron en pie, el uno frente al otro, sin
escudos ni espadas, sangrando uno por el hombro y el otro por la pierna,
rodeados de manchas de su propia savia roja repartida por la arena que pisaban.
El juez, una vez más, dudaba. No hizo falta su intervención. Para sorpresa de
todos y satisfacción absoluta del pueblo de Roma, V

J

Vero embistió a Prisco con su
hombro sano. Ambos rodaron por el suelo. Se levantaron, se miraron. Prisco
aceptó el nuevo reto y empezó un combate a puñetazos, sin tregua, sin descanso.
Una vez más el público del anfiteatro Flavio bramó como bestias salvajes.
Aquellos gladiadores iban a luchar hasta el final, como fuera, con los puños, a
mordiscos, a puntapiés, como hiciera falta, atentos sólo a una única norma:
luchar siempre en igualdad de condiciones. La tenacidad empapada de tanta
nobleza les admiró a todos. Los puñetazos no por no tener filo eran menos
peligrosos. Vero no lo dudó y golpeó en dos ocasiones el muslo de la pierna
herida de su contrincante, mientras que Prisco le devolvió aquel ardid con un
poderoso puñetazo en su hombro sangrante. Los dos aullaron de dolor. Tuvieron
que detenerse para recuperar el aliento. Estaban agotados, se miraban jadeantes
mientras giraban sobre un punto imaginario en el centro de la arena del anfiteatro
Flavio. Vero volvió a golpear a Prisco y éste cayó de rodillas, pero en su caída se
abrazó a Vero y lo arrastró al suelo. Se revolvieron en la arena y continuaron
pegándose, hasta que rodando quedaron separados por dos pasos de distancia el
uno del otro: Prisco boca abajo, Vero mirando al cielo del mundo. Habían
sangrado demasiado, estaban totalmente exhaustos. Prisco consiguió ponerse de
rodillas. Vero intentó incorporarse pero parecía no poder conseguirlo, aun así
rugió con rabia y se alzó de nuevo, sentado primero y luego en pie. Prisco hizo lo
propio. Tambaleantes se volvieron a encarar el uno contra el otro y, una vez más,
intercambiaron varios puñetazos que surcaron el aire sin alcanzar su objetivo,
hasta que el puño de Prisco impactó en el mentón de Vero y éste volvió a caer.
Desde el suelo, Vero trabó con las piernas a Prisco y le derribó también,
aprovechando para darle un puntapié en la herida de la pierna derecha. Los dos
se retorcieron de dolor sobre la arena. El juez del combate, el público, el
emperador, todos contemplaron la escena atónitos. Y volvieron a levantarse y
volvieron a golpearse y volvieron a caer de nuevo. Y así una y otra vez. La
noche cayó sobre Roma y se encendieron miles de antorchas en el anfiteatro
Flavio. Se les volvió a ofrecer comida pero ambos la rechazaron. Sólo querían
combatir, estaban como cegados por la lucha misma, y seguían y seguían... El
pueblo de Roma empezó a aclamarlos a los dos por igual, como habían hecho
antes, pero ahora aún con más intensidad, con vítores en honor de ambos hasta
que empezaron a pedir, desde las caveas inferiores de los ricos hasta las caveas
más altas de los pobres, los libertos, los esclavos y las mujeres, la libertad para
dos gladiadores que habían luchado como nunca antes se había visto en Roma. Y
el emperador Tito se levantó en el palco imperial alzando los brazos y el juez se
interpuso entre Prisco y Vero y todo se detuvo.

Inuentus tamen est finis discriminis aequi:
pugnauere pares, subcubuere pares.
Misit utrique rudes et palmas Caesar utrique:
hoc pretium uirtus ingeniosa tulit.
Contigit hoc nullo nisi te sub principe, Caesar:
cum duo pugnarent, victor uterque fuit.

[Se llegó al fin de un combate igualado:
lucharon iguales, se rindieron a la par.
El César envió a uno y a otro el bastón de la licencia,
y a uno y a otro las palmas de la victoria.
Tal fue el premio de su valor denodado.
Un hecho semejante no se había visto sino en tu reinado, oh César:
que luchando dos, quedaron vencedores ambos.]

D

La trilogía de Santiago ya esta terminada y es genial, al igual que la otra que tiene Santiago de Escipion.

I

#41 Santiago de Escipion. Buen escritor, mejor persona.