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                La idea de volver a los orígenes, a que las personas intercambien bienes y servicios con otras personas sin intermediarios, sonaba prometedora. La economía colaborativa tenía buena pinta. Gente con coche y tiempo libre que acercaba a otra gente a alguna parte, personas que alquilaban por horas una habitación desaprovechada en sus casas… La tecnología eliminando barreras y sacando a las grandes empresas de la ecuación. Olía a democratización. Sobre el papel, era perfecto. Pero la práctica no siempre aguanta la teoría. Los que prometieron  
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