Arde el monte abandonado, arde la encina centenaria dejada de la mano de Dios, arde la mezquita de Córdoba, utilizada de almacén, arden las Médulas, sin un plan de protección integral contra el fuego. Arden las vigas de la historia, arden las cuadernas de la nave en la que veníamos sorteando tormentas y tifones sin fin desde el homínido hasta el supuesto Sapiens. Arde el país como una carta vieja de amor en la chimenea de la pereza.
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