La primera vez que vi a Antonio Vega fue en Barcelona, posiblemente 2002 o quizás 2003. Vestía de negro: camisa negra, pantalones negros, zapatos negros. Alguien en el público contaba a voz en grito que Antonio ya no se tenía en pie, que la droga se lo había llevado todo. Curioso que el tipo hubiera pagado veinticinco euros por ver a un yonqui en las últimas, pero la raza humana se esconde en los lugares más insospechados.
Antonio Vega es de los pocos que han conseguido transmitirme algo al escuchar sus canciones. Un canto hacia la luz en el final del túnel. Una alegría tan particular que parecía tristeza.
Comentarios
Antonio Vega es de los pocos que han conseguido transmitirme algo al escuchar sus canciones. Un canto hacia la luz en el final del túnel. Una alegría tan particular que parecía tristeza.