Comencé mi andadura en Menéame escribiendo este artículo que tuvo la suerte de llegar a portada. En él expuse las conclusiones de uno de los metaanálisis más conocidos acerca de la violencia de pareja. Cualquier persona que conozca mínimamente la literatura científica sabe que las pruebas acerca de la simetría de la prevalencia (que no en lesiones: aunque no tanto como se cree, la probabilidad de causar lesiones es mayor por parte de los hombres) en este tipo de violencia son abrumadoras (algunos ejemplos: un buen resumen de la cuestión, el metaanálisis anteriormente mencionado, un clásico, otro sobre población LGB).
Los estudios que existen que acreditan el fenómeno de la simetría de la prevalencia -desde población adolescente, adultos, homosexuales, lesbianas...- se cuentan por cientos, sino miles. Las críticas a la metodología del patrón oro, la Conflict Tactics Scale (CTS), hace décadas que quedaron en el olvido (en su inicio se le criticó no medir el contexto; es decir, si la violencia que perpetraban las mujeres era o no defensiva) debido a la mejoría de dicha escala, así como a la creación de otras tantas que confirmaban la simetría.
En este artículo me gustaría compartir un resumen de las reflexiones del creador de la CTS, Murray Strauss, acerca del por qué esta evidencia apenas es capaz de salir de los círculos académicos y penetrar en los medios de comunicación y la población general. El artículo completo podéis consultarlo aquí.
EXPLICACIONES DE LA PERCEPCIÓN ERRÓNEA
Predominio masculino en las estadísticas policiales sobre violencia de pareja
Strauss indica que la policía no está involucrada en el 95% de los casos de violencia de pareja, pero los datos policiales señalan cómo en más del 80% de los casos reportados a la policía, los hombres son considerados los principales perpetradores de violencia, lo cual no es debido a más ataques físicos por parte de ellos, sino a una mayor probabilidad de causar lesiones y a un mayor temor por su seguridad por parte de las mujeres. Ambas características conducen a la intervención policial. Además, los hombres son aún más reacios que las mujeres a reportar haber sido agredidos por su pareja ante la policía y el personal del hospital.
El autor señala que, a pesar de la naturaleza no representativa de las estadísticas policiales, erróneamente se tiende a considerarlas como representativas de todos los casos de violencia de pareja, y de este modo, se genera la impresión de que casi siempre son los hombres los que agreden físicamente a su pareja.
Las mujeres sufren más lesiones y mayor miedo
Por otro lado, ya que las mujeres resultan físicamente heridas con más frecuencia que los hombres, la empatía por ellas será mayor, y conducirá a la prensa y al público a centrarse en los asaltos perpetrados por parejas masculinas. Relacionado con esto está la tendencia a definir la violencia física por si resulta en una lesión. Esta combinación es probablemente gran parte de la explicación para la mayor aceptación cultural de la violencia perpetrada por mujeres que por hombres en naciones desarrolladas.
La Importancia de Terminar con las Normas Culturales que Toleran la Violencia Masculina
Hasta casi finales del siglo XIX, se permitía a los esposos usar "castigos razonables" para tratar a esposas "descarriadas". Por lo tanto, aunque la violencia física por parte de mujeres ha sido documentada desde la Edad Media, los hombres que "permitían" esto eran ridiculizados. Straus sugiere que este necesario esfuerzo por cambiar esta norma cultural rivalizó con el reconocimiento de la violencia física por parte de mujeres, e interfirió con el reconocimiento del gran cuerpo de evidencia que muestra que hay muchas causas de la violencia física además del dominio masculino.
Los estereotipos de género
Straus señala que la mayoría de las culturas definen a las mujeres como "el sexo débil", lo que hace difícil percibir la violencia por parte de las ellas como prevalente en cualquier ámbito de la vida. Más específicamente, existen normas implícitas que toleran la violencia por parte de las mujeres, bajo el supuesto de que rara vez resulta en lesiones. Este supuesto, señala el autor, es en gran medida correcto, pero también es cierto que alrededor de un tercio de las lesiones no fatales son producidos por mujeres.
Evidencia disponible para el público
El autor sostiene que un factor importante para entender por qué el público no percibe la extensión de la violencia por parte de las mujeres es que la información no se ha puesto a disposición o se ha distorsionado en los medios de comunicación, los cuales son las principales fuentes de información de este. Señala los sesgos existentes en la prensa del Estado de Ohio durante un período de 17 años en los que la probabilidad de informar acerca de los homicidios perpetrados por varones era sustancialmente mayor que a la inversa.
Dificultad de corregir la información falsa
Los experimentos realizados al respecto, encuentran que, paradójicamente, las negaciones y aclaraciones de información falsa pueden contribuir a la resistencia de los mitos populares. Esto puede deberse en parte al hecho de que las negaciones requieren inherentemente repetir la mala información; en consecuencia, incluso cuando la evidencia sobre la simetría de género es presentada por una fuente autorizada como la agencia nacional de salud pública de los Estados Unidos (Centers for Disease Control and Prevention), habrá un éxito limitado en cambiar las creencias sobre la perpetración femenina.
EXPLICACIONES DE LA NEGACIÓN
Falta de atención a la heterogeneidad de la violencia de pareja
Los defensores de la violencia unidireccional a menudo se centran en la proporción relativamente pequeña de la violencia de pareja que es visible para la justicia, refugios, intervención con agresores, etc. (es decir, casos en los que la lesión, el miedo y la dominación son mucho más comunes). Por el contrario, la investigación que muestra la simetría de género se ha basado en muestras de población general en las que la forma predominante de violencia es menor, bidireccional, no físicamente perjudicial, y a menudo no provoca miedo para los hombres, incluso cuando debería hacerlo.
Los hallazgos de estos estudios de población general no son creídos por los defensores de la violencia unidireccional porque son inconsistentes con las características de los casos reales con los que trabajan todos los días.
Defensa de la teoría feminista
El movimiento feminista atrajo la atención pública hacia el hecho de la violencia de pareja y la difícil situación de las víctimas mujeres. El esfuerzo generó una determinación mundial para dejar de ignorarla y tomar medidas para combatirla. En gran medida, las feministas han sido responsables de cambiar las prácticas policiales y judiciales. Además, han creado dos importantes nuevas instituciones sociales: refugios para mujeres maltratadas y programas de tratamiento para perpetradores masculinos. Dado que el bienestar de las mujeres es la preocupación principal del feminismo, su enfoque se centró en protegerlas únicamente a ellas.
El problema de esta visión no es tan solo la falsa lectura que otorga a la mujer el rol de víctima y al hombre el de perpetrador, sino en la insistencia de que existe una causa única de esta violencia; a saber, que la violencia de pareja es el reflejo de un sistema social y familiar patriarcal. Múltiples investigaciones han demostrado que hay muchas causas y una gran variabilidad en los tipos de reacciones violentas. Eso no significa que no existan casos donde el componente de dominación de género pueda ser un factor de riesgo, pero la mayoría se pueden atribuir a otros factores. Para la violencia frecuente y grave, la psicopatología como la personalidad antisocial y límite es frecuente; y para la violencia ordinaria, la mala gestión de la ira y la frustración ante el mal comportamiento de la pareja son precipitantes frecuentes de dicha violencia.
Las pruebas que demuestran simetría de género en la violencia de pareja han sido negadas por el feminismo debido a que se han percibido como una amenaza que debilita la narrativa del movimiento.
Defensa de las mujeres maltratadas
Existe un temor de que si el público, los legisladores y los administradores creyeran en la investigación sobre simetría de género, debilitaría el apoyo a los servicios para las víctimas femeninas, como los refugios para mujeres maltratadas, y debilitaría los esfuerzos para arrestar y enjuiciar a hombres violentos.
También existe el temor de que los esfuerzos para arrestar y enjuiciar a los agresores masculinos se vean socavados al reconocer la violencia femenina, y que las mujeres sean injustamente enjuiciadas por violencia perpetrada en defensa propia.
CONSECUENCIAS DE LA NEGACIÓN DE LA VIOLENCIA FEMENINA
Straus sostiene que el objetivo de la ciencia es explicar cómo funciona el mundo, y para lograrlo, los científicos no pueden permitir que sus compromisos sociales y morales los lleven a negar evidencia contraria, exagerar y penalizar a quienes producen la evidencia, como ha sido el caso del autor.
Pero el mayor problema a sus ojos, es que esta negación, paradójicamente, juega en contra de la misma mujer —ya que, cuando es ella la perpetradora de los ataques aumenta la probabilidad de que su pareja termine golpeándola— y en contra de los hijos, ya que los expone a un aprendizaje de resolución de conflictos basado en el violencia (lo que hace más probable que en un futuro resuelvan de este modo con sus respectivas parejas).
Las adversas consecuencias también se aplican al mismo movimiento feminista, debido a que termina desacreditándose a sí mismo al negar que “el cielo es azul”, y enfureciendo a la población masculina que siente que está siendo acusada injustamente, a la vez que proporcionando combustible a los grupos extremistas.
Por último, si generalmente el problema de la violencia de pareja es debido a factores que no tienen que ver con una cultura patriarcal, los tratamientos efectivos no podrán ir por esta vía. Esto requiere involucrar a ambos compañeros en el tratamiento; sin embargo, casi todos los programas de intervención para agresores utilizan el modelo Duluth, que impide el uso de la vasta cantidad de evidencia sobre la etiología de la violencia de pareja acumulada en los últimos 30 años al excluir del modelo de tratamiento cualquier causa excepto la idea de que la violencia es un esfuerzo por parte de los hombres para mantener el privilegio masculino en la sociedad y la familia.