Japón ha entrado en una fase demográfica inédita para una economía avanzada: la jubilación masiva de la generación que sostuvo su industria coincide con una joven demasiado pequeña (y poco dispuesta) para ocupar los oficios que esa economía exige para seguir funcionando. En el papel, la demanda global de ciertos bienes fabricados en el país nunca fue tan alta pero, en la sala de máquinas, quienes saben producirlos están envejeciendo sin sustitutos.  
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Pero parece que el problema real es que las empresas no tienen intención de pagar las cotizaciones que generaban los humanos contratados y contribuir a que el estado de bienestar se mantenga.
Siguen con su clasista visión del mundo y la acumulación de riqueza por una selecta minoría en un sistema neoliberal que no funciona para todos.