El avance rebelde hasta Damasco cuajó por méritos propios pero, también, por el desgaste brutal de unas Fuerzas Armadas que acumulaban años de mandos débiles y adelgazamiento. Assad aguantaba, confiado en el apoyo exterior menguante que aún le proporcionaban Rusia, Irán y Hizbulá, y en el enquistamiento de la situación de los rebeldes, que no parecían avanzar. Los grupos del sur, del noroeste y los kurdos se pusieron de acuerdo y acabaron en 11 días con una guerra de 13 años.
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