No hay entusiasmo cuando hace un paneo con la cámara. Los niños apenas miran. ¿Qué puede sorprender a un niño que vive entre los muertos, los moribundos, los que esperan morir? El hambre los tiene agotados. Esperan en cola por escasas raciones o por ninguna. Crecieron acostumbrados a mi colega y su a cámara, que graba para la BBC. Él es testigo de su hambre, su agonía y de cómo sus cuerpos -o fragmentos de ellos- son envueltos con delicadeza en sudarios blancos donde, si se saben, se escriben sus nombres.
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Desgraciadamente este suceso sí que está cambiando el mundo: están tomándonos el pulso para ver cuanto podemos aguantar y cuantas guerras y crímenes pueden cometer sin que levantemos la voz.
Nos comportamos como lo que somos: corderos obedientes que esperamos el momento de la esquila como algo inevitable.