La caza furtiva existe en todas partes. Quienes más culpa tienen son los que pagan fortunas por un adorno fabricado con marfil, por una pócima afrodisiaca elaborada con cuernos de rinoceronte o bilis de osos o por un cachorro de orangután. Se estima que cada cazador furtivo, que corre el riesgo de perder la vida en el intento o de acabar con sus huesos en la cárcel, apenas se queda con un 5 a un 10% del precio final que alcanza cada pieza en el mercado internacional. Entre él y el destinatario hay una larga cadena de intermediarios, que son lo