Desguace de escritura
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Índice de Papas

Pedro, llamado Simón (?- 67)

Lino, san

Anacleto, san

Clemente, san

Evaristo, san

Alejandro I, san

Sixto I, san

Telesforo, san

Higinio, san

Pío I, san

Aniceto, san (155-166)

Sotero, san (166-174)

Eleuterio, san (174-189)

Víctor I, san (189-198)

Ceferino, san (198-217)

Calixto I, san (217-222 c.)

Urbano I, san (222-230)

Ponciano, san (230-235)

Antero, san (235-236)

Fabiano, san (236-250)

Cornelio, san (251-253)

Lucio I, san (253-254)

Esteban I, san (254-257)

Sixto II, san (257-258)

Dionisio, san (259-268)

Félix I, san (269-274)

Eutiquio, san (275-283)

Cayo, san (283-296)

Marcelino, san (296-304)

Marcelo I, san (308-309)

Eusebio, san (309-310)

Melquíades, san (311-314)

Silvestre I, san (314-335)

Marcos, san (336)

Julio I, san (337-352)

Liberio (352-366)

Dámaso I, san (366-384)

Siricio, san (384-399)

Anastasio I, san (399-401)

Inocencio I, san (401-417)

Zósimo, san (417-418)

Bonifacio I, san (418-422)

Celestino I, san (422-432)

Sixto III, san (432-440)

León el Grande, san (440-461)

Hilario, san (461-468)

Simplicio, san (468-483)

Félix II, san (483-492)

Gelasio I, san (492-496)

Anastasio II (496-498)

Hormisdas, san (514-523)

Juan I, san (523-526)

Félix III, san (526-530)

Bonifacio II (530-532)

Juan II (533-535)

Agapito I, san (535-536)

Silverio, san (536-537)

Vigilio (537-555)

Pelagio I (556-561)

Juan III (561-574)

Benedicto I (575-579)

Pelagio II (579-590)

Gregorio Magno I, san (590-604)

Sabiniano (604-606)

Bonifacio III (607)

Bonifacio IV, san (608-615)

Adeodato I, san (615-618)

Bonifacio V (619-625)

Honorio I (625-638)

Severino (640)

Juan IV (640-642)

Teodoro I (642-649)

Martín I, san (649-655)

Eugenio I, san (655-657)

Vitaliano, san (657-672)

Adeodato II (672-676)

Donus (676-678)

Agatón, san (678-681)

León II (682-683)

Benedicto II, san (684-685)

Juan V (685-686)

Conon (686-687)

Sergio I, san (687-701)

Juan VI (701-705)

Juan VII (707-707)

Sisinio (708)

Constantino (708-715)

Gregorio II, san (715-731)

Gregorio III, san (731-741)

Zacarías, san (741-752)

Esteban II (752-757)

Pablo I, san (757-767)

Esteban III (767-772)

Adriano I (772-795)

León III, san (795-816)

Esteban IV (816-817)

Pascual I, san (817-824)

Eugenio II (824-827)

Valentín (827)

Gregorio IV (827-844)

Sergio II (844-847)

León IV, san (847-855)

Benedicto III (855-858)

Nicolás I, san (858-867)

Adriano II (867-872)

Juan VIII (872-882)

Marino I (882-884)

Adriano III, san (884-885)

Esteban V (885-891)

Formoso (891-896)

Bonifacio VI (896)

Esteban VI (896-897

Romano (897)

Teodoro II (897)

Juan IX (898-900)

Benedicto IV (900-903)

León V (903)

Sergio III (904-911)

Anastasio III (911-913)

Lando (913-914)

Juan X (914-928)

León VI (928)

Esteban VII (928-931)

Juan XI (931-935)

León VII (936-939)

Esteban VIII (939-942)

Marino II (942-946)

Agapito II (946-955)

Juan XII (955-964)

León VIII (963-965)

Benedicto V (965)

Juan XIII (965-972)

Benedicto VI (973-974)

Benedicto VII (974-983)

Juan XIV (983-984)

Juan XV (985-996)

Gregorio V (996-999)

Silvestre II (999-1003)

Juan XVII (1003)

Juan XVIII (1003-1009)

Sergio IV (1009-1012)

Benedicto VIII (1012-1024)

Juan XIX (1024-1032)

Benedicto IX (1032-1044; 1045; 1047-1048)

Silvestre III (1045)

Gregorio VI (1045-1046)

Clemente II (1046-1047)

Dámaso II (1048)

León IX, san (1049-1054)

Víctor II (1055-1057)

Esteban IX (1057-1058)

Nicolás II (1059-1061)

Alejandro II (1061-1073)

Gregorio VII, san (1073-1085)

Víctor III, san (1086-1087)

Urbano II, beato (1088-1099)

Pascual II (1099-1118)

Gelasio II (1118-1119)

Calixto II (1119-1124)

Honorio II (1124-1130)

Inocencio II (1130-1143)

Celestino II (1143-1144)

Lucio II (1144-1145)

Eugenio III, san (1145-1153)

Anastasio IV (1153-1154)

Adriano IV (1154-1159)

Alejandro III (1159-1181)

Lucio III (1181-1185)

Urbano III (1185-1187)

Gregorio VIII (1187)

Clemente III (1187-1191)

Celestino III (1191-1198)

Inocencio III (1198-1216)

Honorio III (1216-1227)

Gregorio IX (1227-1241)

Celestino IV (1241)

Inocencio IV (1243-1254)

Alejandro IV (1254-1261)

Urbano IV (1261-1264)

Clemente IV (1265-1268)

Gregorio X, san (1271-1276)

Inocencio V, beato (1276)

Adriano V (1276)

Juan XXI (1276-1277)

Nicolás III (1277-1280)

Martín IV (1281-1285)

Honorio IV (1285-1287)

Nicolás IV (1288-1292)

Celestino V, san (1294)

Bonifacio VIII (1294-1303)

Benedicto XI, beato (1303-1304)

Clemente V (1305-1314)

Juan XXII (1316-1334)

Benedicto XII (1334-1342)

Clemente VI (1342-1352)

Inocencio VI (1352-1362)

Urbano V, beato (1362-1370)

Gregorio XI (1371-1378)

Urbano VI (1378-1389)

Clemente VII (1378-1394)

Bonifacio IX (1389-1404)

Inocencio VII (1404-1406)

Gregorio XII (1406-1415)

Benedicto XIII (1394-1423)

Alejandro V (1409-1410)

Juan XXIII, antipapa (1410)

Martín V (1417-1431)

Eugenio IV (1431-1447)

Nicolás V (1447-1455)

Calixto III (1455-1458)

Pío II (1458-1464)

Pablo II (1464-1471)

Sixto IV (1471-1484)

Inocencio VIII (1484-1492)

Alejandro VI (1492-1503)

Pío III (1503)

Julio II (1503-1513)

León X (1513-1521)

Adriano VI (1522-1523)

Clemente VII (1523-1534)

Pablo III (1534-1549)

Julio III (1550-1555)

Marcelo II (1555)

Pablo IV (1555-1559)

Pío IV (1559-1565)

Pío V, san (1566-1572)

Gregorio XIII (1572-1585)

Sixto V (1585-1590)

Urbano VII (1590)

Gregorio XIV (1590-1591)

Inocencio IX (1591)

Clemente VIII (1592-1605)

León XI (1605)

Pablo V (1605-1621)

Gregorio XV (1621-1623)

Urbano VIII (1623-1644)

Inocencio X (1644-1655)

Alejandro VII (1655-1667)

Clemente IX (1667-1669)

Clemente X (1670-1676)

Inocencio XI (1676-1689)

Alejandro VIII (1689-1691)

Inocencio XII (1691-1700)

Clemente XI (1700-1721)

Inocencio XIII (1721-1724)

Benedicto XIII (1724-1730)

Clemente XII (1730-1740)

Benedicto XIV (1740-1758)

Clemente XIII (1758-1769)

Clemente XIV (1769-1774)

Pío VI (1775-1799)

Pío VII (1800-1823)

León XII (1823-1829)

Pío VIII (1829-1830)

Gregorio XVI (1831-1846)

Pío IX (1846-1878)

León XIII (1878-1903)

Pío X, san (1903-1914)

Benedicto XV (1914-1922)

Pío XI (1922-1939)

Pío XII (1939-1958)

Juan XXIII (1958-1963)

Pablo VI (1963-1978)

Juan Pablo I (1978)

Juan Pablo II, beato (1978-2005)

Benedicto XVI (2005-2013)

Francisco (2013- Act.)

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Elegir una historia que escribir. Cómo va eso (II)

(Te copio el titular para unificar y que no sea esto una jaula de grillos. Que me conozco, jajajaja.)

 Siguiendo el hilo de @Feindesland.

La historia. El gran problemón. Tener algo que contar. No siempre se tiene y muchas veces la chispa surge de cualquier cosa, en cualquier momento, muchas veces el truco de... “¿qué pasaría si...?” Funciona. No siempre.

Las ideas pueden surgir al leer una noticia en prensa: “El cerebro después de medianoche: por qué pensar de noche puede ser peligroso” (titular de prensa real) con ese titular podemos imaginar una historia de terror, drama puro y duro o comedia. Depende lo que queramos narrar, contar, explicar a los demás. Siempre y cuando nos surja alguna idea al respecto, si no, es un simple titular que no tendrá recorrido mental.

Usar el truco de “¿qué pasaría si...?” funciona pero hay que tener cuidado con lo que llamo enamorarse de las propias ideas. Hay que tener mucho cuidado con las ideas, porque lo que nos puede parecer una idea muy buena, puede ya estar contado en otra obra conocida. Por ejemplo (simplón). Una niña va a llevarle comida a su abuela y un lobo, disfrazado de abuela, se la quiere comer. Evidentemente como idea no vale. Siempre hay recursos, como contar esa misma historia desde el punto de vista del leñador, qué hace ese día, cómo es su familia, si tiene o no afilada el hacha, etc. Este ejemplo es muy simple, pero para que se entienda. Una vez que se tiene una idea, hay que pensar muy por encima en el género que queremos usar o que nos puede demandar la historia. Ojo, hay que atar en corto a la historia, que si no nos puede comer vivo.

Una vez elegido (más o menos) el género, uno debe plantearse qué se quiere contar con esta historia. El ETHOS, la moraleja. “El mal nunca triunfará.” “El mal es el que triunfa siempre.” “Los malos no son tan malos.” “Los buenos no son tan buenos.” Ejemplos tontos punto com.

Ahora se crean los personajes. ¿Cuántos? ¿Muy coral? ¿Intimista? ¿Quién es el o la protagonista? Etc. Se hace una pequeña ficha de cada personaje para no perderse en el camino. Ojo con los nombres de los personajes. No es lo mismo que el protagonista se llame Anselmo, que José Vicente, que... Arthur. Todo modifica la percepción del lector. Ana Martínez no es lo mismo que Genoveva de Rascafría y Cienfuegos.

Es importante elegir bien la época en la que sucede la historia, obviamente no es lo mismo un drama amoroso en la España de 1936, que en los EEUU en 1960, que en una nave espacial en el año 2100... Obvio. Para ello debemos elegir una época y entorno que controlemos un poco o que tengamos mucha documentación a mano. También es importante que la época de por sí sea interesante para el lector o al menos para muchos lectores. No es que haya épocas malas pero sí actitudes sociales o dinámicas que pueden hacer reflexionar al lector y otros tiempos más complicados para contar lo que se quiere narrar.

¿Por qué queremos contar ESA historia y no otra? Ah, gran pregunta. Como dice el colega: “La historia puede tener como finalidad convencer o sensibilizar a alguien de algo, lo que es proselitismo, activismo, religión, compromiso político, o trabajo social, o puede pretender simplemente entretener al lector, lo que no deja de ser una forma de trabajo social también, misericordia, caridad, o humanismo. Lo importante es saber lo que uno está haciendo, por qué lo haces, y reconocer que es imposible separar ambas facetas, porque como te dediques solamente a una de ellas, serás un escritor malo.”

Añadiría que es virtualmente imposible separar una faceta de la otra. Todo lleva su carga ideológica.

Emisor-medio-receptor. Teoría básica de la comunicación. La importancia de conectar con el lector, el medio al servicio del autor. Idea e ideología del emisor. Esto es un rollo teórico que no viene al caso profundizar demasiado. Digamos que lo primero, primero, primero es escribir para que todo el mundo te entienda. O el máximo número de lectores. El medio es la novela escrita, la palabra escrita. Es importante saber que uno no piensa como escribe ni como lee. El pensamiento debe pasar por un filtro concreto para ser convertido en texto escrito. Y ahí lo dejo que me meto en teorías aburridas. Escribir para que se entienda.

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Simón, alias Pedro. Primer Papa

Nacido en Betsaida alrededor del año 6 antes de Cristo, su nombre original era Simón Bar-Joná. Más tarde fue más conocido como Cefas, o simplemente Pedro. De profesión, era pescador en el mar de Galilea.

Es el promotor, en el Concuilio de Jerusalem, el año 50, de que los gentiles que se adhieran al cristianismo no tienen por qué cumplir la ley judía ni deben circuncidarse. Sí deben, en cambio, cumplir con la ley de Noé, que prohíbe comer carne sacrificada a dioses paganos, la fornicación y comer sangre o animales que hayan muerto ahogados.

En todo caso, y a pesar de esto, Pedro se centró en la predicación a lo judíos, mientras que Pablo se dirigió a los no judíos, también llamados gentiles. En un momento dado llegaron a reunirse ambos en Antioquía, donde según parece, se dedicaron a la fabricación y venta de tiendas de campaña para mercaderes. En otros lugares se menciona solamente a Pablo como hábil en esta profesión.

Pedro es también el principal impulso de la centralización política y administrativa de la Iglesia, que cobra una estructura jerárquica. Esta decisión sería de crucial importancia con el paso de los siglos, pues marca la diferencia con otras organizaciones religiosas no centralizadas, como luego fueron el islam o la propia iglesia protestante. Posiblemente, el origen de esta decisión se deba buscar en estructura política del Imperio romano, donde acababa de concluir la época republicana para dar paso a la etapa imperial.

A partir de aquí, sólo hay rumores. Según parece, Pedro murió alrededor del año 67, en la persecución de Nerón contra los cristianos, a los que el Emperador consideraba una molesta secta judía que importunaba a los fieles del culto romano llamándoles impíos e idólatras.

La historia que se cuenta de que fue crucificado boca abajo, porque no era digno de la misma muerte que Jesús, es apócrifa, aunque otros autores afirman que tales burlas no eran raras entre los soldados romanos durante las ejecuciones.Dada la época y sus costumbres, podría ser cierta cualquier cosa. O ninguna.

Ver lista completa de papas aquí.

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El tema del Filioque

Filioque (en latín), que se traduce como «y del Hijo», es una cláusula insertada por la teología cristiana en la versión latina del símbolo niceno-constantinopolitano del Concilio de Constantinopla I del año 381. No está presente en el texto original griego, en el que simplemente se lee que el Espíritu Santo procede «del Padre».

Καὶ εἰς τὸ Πνεῦμα τὸ Ἅγιον, τὸ κύριον, τὸ ζωοποιόν, τὸ ἐκ τοῦ Πατρὸς ἐκπορευόμενον1

Y en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre

Et in Spiritum Sanctum, Dominum et vivificantem, qui ex Patre Filioque procedit

Y en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo

Se considera que la cláusula Filioque fue insertada en la versión latina del credo niceno-constantinopolitano durante el III Concilio de Toledo en 589 y que se extendió espontáneamente3​ por todo el pueblo franco. En el siglo ix, el papa León III aceptó la doctrina del origen del Espíritu Santo del Padre y del Hijo, aunque se opuso a la adopción de la cláusula Filioque. Sin embargo, en 1014 en Roma, se adoptó el canto del credo con Filioque en la misa.​

La posición a favor de la inserción de esta cláusula, llamada filioquismo, se inspiró en la doctrina tradicional de Occidente, así como en la doctrina recogida en Alejandría. Fue proclamado dogma de la Iglesia por el papa León I en 447.5​ En oposición a este dogma se encuentra la doctrina del monopatrismo, formulada por el patriarca de Constantinopla Focio en el siglo ix. Focio sostuvo que la frase «que procede del Padre» (τὸ ἐκ τοῦ Πατρὸς ἐκτορευόμενον) debe ser del credo niceno-constantinopolitano, interpretado en el sentido de «quien procede solo del Padre» (τὸ ἐκ μόνου τοῦ Πατρὸς ἐκπορευόμενον). Esta doctrina fue una de las causas que llevaron al breve cisma de Focio, precedente del Gran Cisma de 1054.​ Las diferencias entre los defensores de las dos doctrinas constituyen todavía un obstáculo en los intentos de reunir a las Iglesias católica y ortodoxa.

La controversia en torno a la cláusula Filioque proviene de cuatro desacuerdos diferenciados:

sobre el término en sí,

sobre la ortodoxia de la doctrina de la procesión del Espíritu Santo del Padre y del Hijo, a la que se refiere,

sobre la legitimidad de insertar el término en el credo niceno-constantinopolitano, y

sobre la autoridad del papa para definir la ortodoxia de la doctrina o para insertar el término en el credo niceno-constantinopolitano.

Aunque el desacuerdo sobre la doctrina precedió a aquel sobre la inserción en el credo, ambos se vincularon con el tercero cuando el papa aprobó la inserción de la cláusula en el símbolo niceno-constantinopolitano en el siglo xi. «En última instancia, lo que estaba en juego no era solo la naturaleza trinitaria de Dios, sino también la naturaleza de la Iglesia, su autoridad docente y la distribución del poder entre sus líderes».

Se identifican dos opiniones ortodoxas orientales opuestas sobre la cláusula Filioque. Una visión «liberal», considera que la controversia es, en gran medida, una cuestión de falta de comunicación y malentendidos mutuos. Desde este punto de vista, tanto Oriente como Occidente tienen la culpa de no permitir una mayor «pluralidad de teologías». Cada parte se desvió al considerar su marco teológico como el único que era doctrinalmente válido y aplicable. Por lo tanto, ninguna de las partes acepta que la controversia no se trata tanto de un conflicto dogmático, sino de un punto de vista diferente de un «teologoumenón» o perspectiva teológica. A pesar de que todos los cristianos deben estar de acuerdo en cuestiones dogmáticas, hay opción para la diversidad en los enfoques teológicos. Esta opinión es rechazada por aquellos que tienen una visión «rigorista» dentro de la Iglesia ortodoxa. Para ellos, al igual que para Focio o Marcos de Éfeso, la cláusula Filioque es una cuestión dogmática que no pueden descartar como un simple enfoque teológico diferente. Así, muchos consideran que la Iglesia latina subestima el papel del Espíritu Santo, lo que conduce a un grave error doctrinal.

Durante el siglo xi la cláusula Filioque fue utilizada como un arma en la lucha de poder entre Roma y Constantinopla. Para muchos involucrados en la disputa, los problemas teológicos superaron con creces las preocupaciones eclesiológicas. De este modo, se cuestiona si el cristianismo oriental y el occidental han terminado por desarrollar «enseñanzas diferentes e incompatibles sobre la naturaleza de Dios», acentuado desde el siglo VIII o el siglo IX, cuando los cristianos de ambas partes de la disputa, comenzaron a creer que las diferencias eran irreconciliables. Así, desde el punto de vista latíno, el rechazo oriental a la cláusula Filioque, suponía la negación de la consustancialidad del Padre y del Hijo, y era considerado una forma oculta de arrianismo. Por su parte, en Oriente, la interpolación de la cláusula Filioque, indicaba que Occidente estaba enseñando una «fe sustancialmente diferente».A pesar de que el poder y la autoridad fueron temas centrales en el debate, la fuerza de las emociones se elevaron incluso al nivel del odio, atribuyendo la creencia de que la otra parte «destruyó la pureza de la fe negándose a aceptar las enseñanzas de los padres sobre la procesión del Espíritu Santo».

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La cosa es tan tremendamente surrealista que es mejor leer el artículo de Wikipedia entero. Lo recomiendo:

es.wikipedia.org/wiki/Cláusula_Filioque

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Elegir una historia que escribir. Cómo va eso (I)

Este artículo es casi una repetición de uno anterior, y lo coloco aquí con la intención de que el curso completo tenga una consistencia. Llmarole curso es una pretensión excesiva, porque los que swcribimosno tenemos categoría para considerarnos maestros d enada. o al menos yo, no la tengo. Le llamo así, por la osadía, que es mucha, no por la categoría.

Siguiendo la idea del amigo @ContinuumST, y también su guión, expresado aquí, comienzo, por comenzar de algún modo, con su primer punto.

¿Qué es una historia?

Yo de eso del logos, el pathos y demás terminología de análisis de textos no tengo ni idea. Mi formación académica es de economista por la rama de márketing, mi afición, la historia, y mi trabajo en el mundo real, desde que dejé el periodismo activo, tiene más que ver con mierdas informáticas y cuestiones institucionales que con el análisis literario. Yo simplemente leo y escribo y tengo una experiencia del copón, aunque eso no signifique que haya mejorado con los años. Ojo al detalle.

Para mí, una historia es simplemente el resultado de la voluntad de comunicación, más allá de la simple transmisión instrumental de hechos y datos necesarios para la vida cotidiana. la gente quiere decirse cosas, de manera directa o con rodeos, de manera explícita o implícita, y lo que se cuentan son historias.

Los seres humanos nos contamos historias desde tiempos inmemoriales, y nos las contamos por muchos y diversos medios, desde la tradición oral a las pinturas rupestres. No voy a ponerme a hacer un recorrido por la historia de la narrativa, porque hay libros buenísimos sobre eso y hay gente por aquí que sabe más que yo de eso. Preguntadle a @Artikan, por ejemplo.

La cuestión práctica, que a eso vamos, es que cuando te pones a contar una historia tienes que tener muy clara cual es la idea que pretendes transmitir de tu mente a la mente de los demás, e incluso a eso que llaman la mente colectiva. Si vas a contar una historia es porque tienes algo que decir, y crees que le puede interesar a otros. Por eso me molestan tanto las narraciones autofeolativas, contemplativas, del que se la casca ante el espejo y escribe lo que siente. Ya sé que la introspección también es un género, pero como el artículo lo estoy escribiendo yo, pues me cisco intensamente en la introspección.

La historia es, por tanto, el instrumento elegido para transmitir a otros una idea, una propuesta, una sensación o una experiencia que el otro pueda aprovechar de algún modo. Lo ideal de la historia es que sea transformadora: que el otro cambie algo dentro de sí mismo tras leerla, sabiéndolo o sin saberlo; que el otro la confronte con su propio modo de ver el mundo y se reafirme o se amolde en alguna medida.

Si escribes historias que no van a cambiar a nada ni a nadie, entonces es como si escribieras instrucciones para sonajeros, cosa que también es muy digna, pero no es escribir historias.

La historia puede tener como finalidad convencer o sensibilizar a alguien de algo, lo que es proselitismo, activismo, religión, compromiso político, o trabajo social, o puede pretender simplemente entretener al lector, lo que no deja de ser una forma de trabajo social también, misericordia, caridad, o humanismo. Lo importante es saber lo que uno está haciendo, por qué lo haces, y reconocer que es imposible separar ambas facetas, porque como te dediques solamente a una de ellas, serás un escritor malo.

No esw posible escribir sólo para entretener, porque toda visión del mundo tiene una faceta de activismo o propaganda. Y no es posible hacer sólo activismo, con moraleja, porque lo más probables es que en ese caso aburras a las ovejas y sólo te lean los de tu cuerda, lo que esterilizará cualquier esfuerzo transformador. ¿A quién vas a transformar si los que te leen ya piensan igual que tú?

Hasta aquí, mi visión de lo que es una historia y de lo que el autor debe plantearse antes de emprender la confección de una. Otro día hbklaremos de las ideas que sirven como historias y de las que es mejor rechazar desde un principio, para no naufragar en las arenas movedizas de la narrativa.

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