La idea de que las personas de diferentes culturas varían en su forma de experimentar las cosas es ciertamente plausible. Existe abundante evidencia de que, a medida que crecemos, nuestro cerebro se moldea, al menos en cierta medida, por las características de nuestro entorno. Y así como todos diferimos en nuestras características visibles externamente (altura, forma corporal, etc.), también diferiremos en nuestro interior. Como lo expresó la autora Anaïs Nin citando el Talmud: «No vemos las cosas como son, sino como somos».