El siguiente texto no pretende ser una refutación del materialismo, ni un ensayo exhaustivo y pormenorizado (sino un simple texto divulgativo), ni escudriñar todas las aristas de los diferentes tipos de materialismo (más bien ofrece una visión simplificada del mismo ya que la intención no es profundizar en él, si bien el corazón del artículo aplica a cualquier subtipo del mismo), ni erigirse como la postura más racional o la más válida, ni ser una demostración del teísmo, ni demostrar la verdad de una religión revelada frente a otras (si bien muchas religiones existentes serán incompatibles con los argumentos presentados); más bien, pretende ser un ensayo en el que se abordan las consecuencias existenciales de asumir algún tipo de materialismo por defecto y las dudas razonables que se pueden verter sobre él.
Bajo el materialismo vivimos en una “ilusión”
El materialismo es una corriente filosófica que sostiene que la realidad está compuesta únicamente por materia y que todo fenómeno puede explicarse en términos de procesos materiales o físicos. Suele ir de la mano del determinismo, que es la idea filosófica que explica que todos los eventos están determinados por causas anteriores y las leyes de la naturaleza; es decir, que todo lo que sucede es consecuencia inevitable de condiciones previas: si conociéramos todas las causas podríamos predecir con certeza el futuro. Sin embargo, el materialismo también es compatible con la idea de que pudieran darse procesos azarosos. En otras palabras, no todos los materialistas se adscriben a un determinismo fuerte (el que no acepta la intervención del azar y considera que todo es predecible), sino que algunos lo hacen a un determinismo débil (reconoce que existe una fuerte correlación entre el estado presente y los estados futuros de los hechos, pero posee una mirada más probabilística, debido a que se aceptan los elementos impredecibles y aleatorios).
Por tanto, bajo el materialismo nuestra conducta está totalmente determinada por las variables que la anteceden (determinismo fuerte) y/o también por eventos azarosos (determinismo débil). Por ejemplo, si yo me levanto a coger una cerveza a la nevera, no es porque haya una instancia en mí, que no siendo influida por las contingencias ambientales, esté eligiendo esa acción, sino que esa conducta seria función de:
1) Tener sed.
2) Una imagen mental de una cerveza que me sobrevino porque un anuncio se estaba emitiendo en el televisor.
3) (Quizás) algún elemento azaroso en mi cerebro elicitó la imagen de la cerveza
4) Mi historia de aprendizaje: sé que en la nevera se guardan cervezas, que calman la sed, que están ricas…
5) Etc.
En otras palabras, los diferentes factores materiales (ya sean necesarios o azarosos), darían lugar a la acción de levantarme y dirigirme a la nevera. Lo que está claro es que, en todo este proceso, ningún factor inmaterial influyó la acción. Esto nos indica que la sensación que tenemos de ser un “yo” que está eligiendo —que yo ahora mismo estoy escribiendo esto porque quiero y podría haber hecho otra cosa—, es solo una ilusión; es decir, el libre albedrío y el “yo” no serían más que ficciones útiles. Del mismo modo, tampoco existiría una moral objetiva (ni una justicia), sino que esta sería una construcción humana producto de la selección natural y del ambiente físico donde nos tocó vivir. Si la ruta evolutiva hubiese sido otra, quizás las cosas que sentimos que están mal nos parecerían estar bien. La moral y la justicia sería otra ilusión. Lo mismo pasaría con la dignidad humana: no seríamos más valiosos que una mosca, pues en última instancia estamos hechos de las mismas partículas elementales que ella. La mayor dignidad humana frente a otros seres es otra ficción. Igual sucedería con la belleza de una obra de arte, una puesta de sol o una sinfonía, no tendrían existencia real, tan solo serían reacciones químicas en el cerebro, y de nuevo, construcciones humanas. Exactamente igual sucedería con la razón: observamos y después inferimos, sopesamos, evaluamos pros y contras con la intención de alcanzar una “verdad”, pero todo esto no existiría más que como otra ficción útil, puesto que a las conclusiones no se llegaría mediante un proceso genuino, sino mediante uno mecánico, un flujo de causas y efectos (o azares no controlados por nosotros) que apuntan hacia un destino al que estaríamos obligados a llegar. Por último, el propósito en nuestra vida también seria una mera ilusión: todo lo que creemos que da sentido a nuestra existencia (el amor, los hijos, un proyecto…) serían solo productos que nos han sido impuestos por la evolución y el entorno, y que, para más inri, algún día todos los logros conseguidos en torno a ellos quedarán reducidos a cenizas, ya sea con nuestra muerte, o bien con la muerte térmica del universo.
Sin embargo, uno puede ver hasta en los más férreos materialistas una contradicción performativa: el materialista actúa el 99% del tiempo como si existiese el libre albedrío, una moral objetiva, una dignidad humanas , un yo real, etc. Por ejemplo, cuando ve que alguien hace algo que no le gusta, le critica por haberlo hecho, pareciendo que asumiese que podría haber obrado de otra manera, pareciendo que asumiese que ese acción que realizó estuviese mal per sé (o que fue injusta) (en ese momento no piensa: “bueno, la moral y la justicia son construcciones humanas, no está escrito en ninguna parte que ese hecho esté mal”), pareciendo que las razones que él esgrime en medio de la discusión fuesen más racionales y lógicas y que, en última instancia, apuntasen hacia una “verdad” que él ha conseguido alcanzar y no el otro, pareciendo que asumiese que hay una continuidad en el otro cuando le recrimina cosas del pasado. Otro ejemplo: cuando vemos que un materialista mata una mosca sin ningún miramiento; su acción comunica que, en el fondo, siente que él tiene más dignidad que ella, pues a un ser humano no le trataría así.
Por tanto, lo que tenemos es que la persona más materialista del mundo actúa, la mayor parte de su tiempo, como si existiese todo aquello que en el fondo sabe que es ficticio; juega a ser un actor, el mejor de todos, el más comprometido con su papel, y dedica el 99% de su día a día a practicar su personaje. El materialista no puede evitar vivir en un mundo de ilusiones, de ficciones, la mayor parte de su vida.
El materialismo nos lleva a concluir que tan solo somos partículas que por azar y/o necesidad (sin ninguna razón en particular) adquirieron complejidad tal que desarrollaron autoconsciencia, que no existe ningún tipo de propósito para nuestra existencia, que esta es en el fondo un absurdo, pero que este pensamiento lo tenemos que combatir, o bien no pensando, o bien mediante el autoengaño de darle un simulado propósito a través de actuar como si fuésemos un yo que está tomando decisiones libres —que a su vez se relaciona con otros ficticios yoes que también creen estar tomando decisiones libres—, que razona, que dice que existen cosas que están bien y mal, pero que, en el fondo, no existen más que también como ficciones construidas, en un planeta que está condenado a desaparecer tarde o temprano. En definitiva: Somos como marionetas en una obra sin guion, sin autor y sin final significativo.
El materialismo es la perspectiva filosófica más popular actualmente en esta parte del planeta. Una postura racional y legítima; sin embargo, yo me pregunto: ¿por qué la hemos de aceptar acríticamente? ¿Por qué es más irracional pensar que existen un libre albedrío, un yo, una moral, una belleza, una verdad, una dignidad humanas y un propósito, no como ficciones construidas sino como realidades objetivas? ¿Qué precio es el que estamos pagando a costa de negarlo?
¿El materialismo es tan evidente?
Supongamos que estuviésemos en un juicio y fuésemos parte del jurado popular. El acusado, por el que se pide pena de muerte, dice que Dios existe, y el abogado del demandante sostiene que el materialismo es la postura más razonable de todas. ¿Condenaríamos al acusado o le absolveríamos porque existiría alguna duda razonable acerca de la afirmación de que el materialismo sea tan evidente?
Si el materialismo es cierto y los razonamientos del materialista son fruto de una serie de causas previas y/o azar, ¿cómo podemos saber que la conclusión a la que llegó el materialista, y no la del teísta, es la correcta? Ambos estaban destinados a llegar a su conclusión. Quizás se podría responder que los organismos que razonan de manera que reflejan la realidad tienen más probabilidades de sobrevivir y reproducirse. Pero si combinamos el materialismo junto con la teoría de la evolución, quizás no resulte tan evidente como podría en un principio parecer: la selección natural selecciona las capacidades cognitivas según su contribución a la supervivencia, pero no a conocer la verdad. Una creencia como “el ruido en los arbustos es siempre un depredador” podría ser falsa pero útil para sobrevivir, mientras que una creencia más verdadera pero menos práctica podría descartarse. ¿Cómo podríamos estar tan seguros de que el materialismo es la mejor respuesta, la más evidente, si la evolución seleccionó nuestras capacidades cognitivas por su utilidad y no porque nos guiasen realmente hacia la verdad? ¿No podríamos tener una duda razonable de que quizás no fuese tan evidente como pensamos? ¿No se estaría dando una paradoja autorreferencial: si el materialismo fuese cierto nuestras conclusiones sobre él podrían ser meros subproductos evolutivos y no reflejos de una realidad objetiva?
Profundicemos un poco: si la razón es un subproducto evolutivo, su "éxito" se mide en términos de utilidad práctica (por ejemplo, evitar peligros, encontrar comida, formar grupos sociales), no en términos de captar la verdad objetiva sobre cuestiones metafísicas como "solo existe la materia" (materialismo) o "existe un Dios" (teísmo). En otras palabras, la creencia en que "solo existe lo material" podría ser útil (quizás simplifica el mundo, fomenta la ciencia…), pero eso no garantiza que sea verdadera. El materialista piensa: "mis razonamientos me llevan a concluir que el materialismo es verdadero porque se basa en evidencia y lógica". Pero si el materialismo es cierto, esos mismos razonamientos no son más que el resultado de procesos físicos ciegos moldeados por la evolución; es decir, el materialista no "elige" libremente su conclusión ni la deduce porque sea intrínsecamente verdadera; simplemente le tocó creerla debido a cómo su cerebro fue configurado por causas naturales. ¿Por qué deberíamos confiar en que esa conclusión ("el materialismo es verdadero") refleja la realidad objetiva y no es solo un subproducto útil de la evolución? Podría ser una creencia "exitosa" (en términos evolutivos) pero falsa.
Imagina un robot en el desierto que necesita agua para refrigerarse y seguir funcionando correctamente. Su programador le inserta una regla: "ve a todas las sombras que veas, estas siempre tienen agua". Sobrevive porque un 70% de las veces encuentra agua en las sombras de la vegetación, y eso es suficiente para seguir funcionando. No tiene forma de registrar o cuestionar el 30% de fallos; simplemente sigue su regla ciega.
Bajo el materialismo evolutivo, nuestra mente podría ser como ese robot: la evolución nos dio reglas simples ("cree esto, haz aquello") que nos mantienen vivos, pero no nos dio un mecanismo infalible para saber si esas creencias son ciertas. Aunque podemos reflexionar (a diferencia del robot), esa reflexión sigue ocurriendo dentro de un cerebro moldeado por la supervivencia, no por la verdad. Entonces, cuando el materialista dice "solo existe lo material", podría ser como el robot asumiendo "sombras = agua": una regla útil, pero sin garantía de ser correcta.
Por lo tanto, no tenemos un acceso directo a la verdad objetiva; solo podemos trabajar con lo que nuestro cerebro, moldeado por la supervivencia, nos permite ver. Así, aunque cuestionemos nuestras creencias, no podemos estar seguros de que ese cuestionamiento nos lleva a la realidad, porque el proceso entero podría estar sesgado.
Muchos materialistas dicen: "la ciencia solo estudia lo material, por lo tanto, solo existe lo material". Pero eso es un error lógico: el método no puede definir los límites de la realidad. La ciencia estudia el mundo físico porque es su ámbito de estudio, pero eso no significa que no exista nada más allá de lo físico. Es como si alguien dijera: "mi detector de metales no detecta nada más que metal, por lo tanto, solo existe el metal". Sería una conclusión absurda. O imaginemos que un informático desarrollase un videojuego como Los Sims tan avanzado que estos adquiriesen consciencia y fuesen capaces de hacerse las preguntas más fundamentales que nos hacemos los humanos, ¿serían capaces de llegar a concluir la existencia de un creador y un mundo más allá de ellos? La respuesta sería que no, pues no podrían salirse de su propio marco de realidad. Ellos no estarían hechos para descubrir el universo de afuera y siempre se quedarían con la duda, a no ser que su creador, en algún momento y de algún modo, les otorgase la capacidad de trascender su propia dimensión. Por tanto, si los seres humanos estamos dentro de un sistema cerrado, ¿cómo podemos estar seguros de que nuestro marco materialista abarca toda la realidad?
Deseo de propósito
A la vida se le puede dar un propósito finito (trabajo, pareja, hijos…), pero algún día uno morirá. Se puede pensar que uno dejará un legado, pero ese legado algún día desaparecerá también cuando el sol engulla la Tierra o con la muerte térmica del universo. Visto así, parece inevitable la destrucción de todo cuanto conocemos (lo bueno y lo malo), y visto así, parece absurda una existencia que no tuviese ningún tipo de permanencia, propósito o sentido último.
El ser humano anhela poder volver a sentir aquello que sintió cuando se enamoró por primera vez, o aquello que sintió aquella vez que se sentía profundamente en paz y en calma, o aquello que sintió aquella vez que se estaba divirtiendo increíblemente. Todos estos momentos se caracterizan por una sensación de ausencia de tiempo (las horas parecen segundos) y de una profunda fusión con la experiencia. A todos nos gustaría volver a revivir esos momentos, y por qué no, que fuesen eternos. Como decía Jorge Manrique: “cuán presto se va el placer; cómo después de acordado da dolor”. Nuestra condena es que la vida es un vaivén de emociones placenteras y displacenteras, queremos que aquellas duren para siempre, pero se nos escapan como pompas de jabón, y queremos que estas no vuelvan a aparecer, pero lo hacen irremediablemente.
Y aquí surge la pregunta: si la vida, si lo pensamos, es un sinsentido porque no existen verdaderamente el libre albedrío, el yo, la moral, la justicia, la dignidad humana, la verdad, la belleza y el propósito, ¿qué haría que la vida sí tuviese sentido pleno? La respuesta sería que existiesen verdaderamente estos elementos. Pero, ¿sería suficiente? Si todo lo que somos y hacemos se reduce a una existencia temporal, a tejer una historia que está destinada a desaparecer, ¿dónde queda el propósito? ¿Para qué ejercer el libre albedrío, para qué esforzarnos por ser buenos y justos si con el tiempo todo quedará desvanecido en la nada? ¿Para qué ser buenas personas si no hay nada más a lo que aspirar? ¿Por qué no ser malas personas si no hay un castigo o una pérdida? ¿Cómo justificaríamos que existiesen una moral y justicia objetivas si daría igual lo que uno hiciese (lo bueno, lo malo, lo justo, lo injusto) porque igualmente iría a desaparecer cuando muriese?
La eternidad, junto a la posibilidad de experimentar una plenitud, armonía, amor inconmensurables, solucionan este problema. Ahora sí que tenemos un propósito, un por qué esforzarnos, un por qué no hacer lo que no debemos y sí hacer lo que debemos.
Y estos dos elementos deberían ir juntos porque, si simplemente existiese la eternidad sin la plenitud, sería una tortura, ¿pues quién querría vivir una eternidad en la que existen el dolor y sufrimiento?; si simplemente existiese la plenitud sin la eternidad sería como una broma macabra, como poner la miel en la boca para después retirarla, ¿pues quién no anhelaría una eternidad de plenitud absoluta?
Ahora bien, la posición materialista nos dice que esto es un ideal estúpido, una creencia infantil, una ficción; sin embargo, hemos visto que el materialista ya vive en una ficción, jugando al juego de hacer como si se creyese lo que en el fondo sabe falso. Visto desde esta perspectiva, tampoco la posición materialista es mucho mejor.
Pero, ¿y si realmente no fuese todo una ficción? Ni las emociones ni los deseos son demostrativos de la existencia de nada trascendente, pero ¿acaso no valen nada? ¿Podemos tirarlos a la basura porque son irracionales? ¿Acaso lo único que merece consideración cuando el sentido de nuestra existencia es lo que se debate, es la demostración empírica y los argumentos perfectamente racionales?
¿Y si realmente estos anhelos de trascendencia, que son transversales a cualquier cultura y épocas estuviesen apuntando hacia algo más? Como decía C. S. Lewis normalmente hay algo en nuestro mundo que acostumbra a satisfacer nuestros deseos más básicos (la sed, el agua; el hambre, la comida; el afecto, reconocimiento…, otras personas; etc.). Pero, ¿y si sí que hubiese algo que verdaderamente satisficiese nuestro deseo de transcendencia? Desde luego que si algo así existiese no podría ser de este mundo.
Un ideal que alcanzar
¿Acaso no creemos que hay comportamientos, deseos, pensamientos más correctos que otros? Por ejemplo, supongamos que un niño le quita un juguete a otro, ¿acaso no consideramos que es más valiosa la conducta de devolver al segundo niño lo que es suyo que no hacer nada?, ¿acaso no sentiríamos que habría una injusticia que corregir, que se hubiese producido un desequilibrio? ¿Acaso no pensamos que sería aún más valiosa la conducta si además de devolver al segundo niño su juguete, hiciéramos algo para que el primero comprendiese que lo que hizo está mal y no lo volviera a repetir? Y aun más, ¿acaso no pensamos que sería aún más valiosa la conducta de perdonar al niño y creer que será capaz de comprender y no volver a cometer ese error que tratar de vengarnos de él?
Si estamos de acuerdo en todo lo anterior, entonces estamos pensando que hay acciones, pensamientos, deseos…, más virtuosos que otros, y en última instancia, un potencial ideal de comportamiento. En el ejemplo que puse, la conducta virtuosa estuvo caracterizada por una mezcla de justicia (devolver el objeto al segundo niño), sabiduría (saber cómo hacer para hacerle comprender al primer niño que lo que hizo está mal y que no vuelva a repetirlo en el futuro) y amor (perdonarlo, creer en él, darle otra oportunidad).
De nuevo, si pensamos que el materialismo es la respuesta para todo, entonces todas estas “virtudes” no serían más que una ficción, no tendrían existencia real y serían simples acuerdos de la sociedad. En otro escenario, quizás lo virtuoso hubiese sido haberle pegado una somanta de palos al niño-ladrón, o no haber mediado en el conflicto porque no iba con nosotros. Si por el contrario, creemos que estas virtudes tienen existencia real y nos cuesta imaginar un escenario donde no fuese así, entonces quizás debemos pensar que pueda existir un fundamento, un ideal que sea justicia, sabiduría y amor y al cual podamos parecernos.
¿Cómo habría de ser aquello que satisficiese nuestro anhelo de trascendencia?
Si lo que anhelamos es una eternidad de plenitud, armonía, amor, aquello que sea capaz de concederla habría de poseer dichos atributos, pues no se podría conceder de lo que se carece, es decir, debería ser eterno e inconmensurablemente amoroso, armónico. Dicho ser eterno no podría estar limitado por el espacio-tiempo, pues lo que es material y temporal estaría compuesto de partes y podría descomponerse, deteriorarse o cambiar. Además, todo lo material ocupa un lugar en el espacio y está sometido al tiempo; ser eterno significa que no tiene un inicio ni un final, lo que implicaría que no podría depender del tiempo ni del espacio, por tanto habría de ser inmaterial. Además, sería difícil concebir que la materia pudiera ser puro amor; más bien este ser sería el fundamento del amor, lo cual sería más compatible con una naturaleza inmaterial.
Por otro lado, si este ser nos puede ofrecer una existencia de amor y armonía es porque es enormemente poderoso. También, habría de conocer que existimos para concedernos la vida eterna, por lo que debería ser omnisciente. Además, si este ser es el fundamento del amor y la armonía, y es capaz de concedernos una existencia eterna, su voluntad debería ser enteramente buena, no podría actuar con maldad o egoísmo, pues entonces no sería puro amor. Por lo tanto, habría de ser perfectamente bueno.
Además, si es enteramente amor, querría que lo conociésemos, pues un ser así no permanecería distante e indiferente, sino que desearía darse a conocer y establecer una relación con sus criaturas. Pero lo lógico es que nuestra relación con él no fuese una imposición, sino una respuesta libre, ya que el amor verdadero no se fuerza. Si el propósito del ser humano es unirse a este ser eterno, entonces sería razonable pensar que deberíamos aceptar esa oferta y orientar nuestra vida hacia él para parecernos a aquello que anhelamos, pero él debería respetar nuestra libertad de elegirlo o rechazarlo, ya que si no no sería amor genuino.
Por otro lado, si este ser es amor verdadero y nos ha creado con un anhelo de trascendencia y no es indiferente, tampoco se mantendría oculto sin razón, sería esperable que nos ofreciera algún tipo de orientación para alcanzarlo. No bastaría con que existiera un mero deseo en nosotros, se esperaría que hubiera caminos accesibles para encontrarlo. El deseo y la razón podrían apuntarnos hacia él, pero estos, por sí solos, no podrían darnos respuestas definitivas sobre cómo es este ser en su esencia, qué espera de nosotros o cómo podemos relacionarnos con él. Para ello se requeriría una revelación donde se nos dé a conocer lo que por nuestros propios medios no podríamos descubrir.
Por último, si este ser es amor puro, también habría de ser justo, ya que el amor verdadero no es indiferente al bien y al mal. La justicia es el compromiso de dar a cada uno lo que le corresponde, de restaurar el orden cuando ha sido quebrantado y de garantizar que el bien triunfe sobre el mal. Un ser que es amor en su esencia no podría ser indiferente a la injusticia; es decir, debe ser garante de que cada acto tenga su justa consecuencia. Su justicia no sería fría ni cruel, sino inseparable de su amor. En otras palabras, sería amor porque sería justo y sería justo porque sería amor.