Hace poco hablaba deLa vergüenza de 2004 y, en los comentarios y hablando con otro meneante, me he acordado de un artículo de John Dos Passos. De hecho, buscándolo, acabo de encontrar un par deLa historia del asesinato que terminó con la amistad de Ernest Hemingway y John Dos Passos
La cuestión viene de que en sus recorridos pro la Europa de entreguerras, Dos Passos, conocido socialista y demócrata, estuvo en el Congreso del partido nazi en Núremberg. Fue allí con el máximo escepticismo, dispuesto a escribir un artículo que desenmascarase al régimen ante los ojos de los lectores norteamericanos, entonces bastante complacientes con el nuevo gobierno alemán.
Y él mismo cuenta que sucedió lo que no esperaba: que asistió al Congreso, que no se creyó una maldita palabra de lo que dijeron que nadie lo presionó ni lo amenazó, y que, ¡por todos los demonios! ¡Se encontró a sí mismo aplaudiendo!
De eso hemos estado hablando: de la culpa colectiva y del impulso que lo colectivo da, en una u otra dirección, a nuestras ideas personales.
Dos Passos era un hombre culto, viajado, con conocimiento del mundo, y no precisamente impresionable. Pero aplaudió. No pudo sustraerse al hechizo de la catedral de luz. Cada vez que lo recuerdo, me pregunto: ¿qué habríamos hecho los demás en aquel sitio? ¿Qué habría hecho yo?
Pues seguramente aplaudir, como Dos Passos, porque no me considero mejor que él, ni personal ni profesionalmente.
Aplaudir para formar parte de aquel teatro.
Aplaudir para sentirte un rato dueño del mundo.
Y así es como del circo y el teatro se traslada al mundo la tragedia.
Comentarios
#0 Ya he contado en otro hilo que cuando era un adolescente a una guapa y voluptuosa adepta de la Yerbalife le bastó un cuarto de hora para lavarme el cerebro, hoy me tendría en sus manos en la mitad de tiempo. 😰
#1 Nos venden la soga de nuestra propia horca. No hay duda.
#1 #2 El camino al infierno empieza siempre por el "Eso a mí no me va a pasar nunca".