Hace 5 años | Por xochil12 a saludadiario.es
Publicado hace 5 años por xochil12 a saludadiario.es

Nació al lado del mar, pero la vida, con sus paradojas, la condujo a desentrañar los secretos que guarda el fondo del océano desde una tierra de agua dulce. Desde bien pequeña, María Ángeles Bárcena Pernía (Santander, 1963) se imaginaba observando a través de un microscopio, un sueño que ha visto cumplido a través del Grupo de Geociencias Oceánicas de la Universidad de Salamanca (GGO), uno de los más potentes del país en el estudio del cambio climático a través de técnicas micropaleontológicas y biogeoquímicas aplicadas al análisis de testigos oceánicos.

Profesora titular del Departamento de Geología de la USAL, Bárcena Pernía es una de las tres únicas investigadoras de Salamanca incluidas en la lista de las mejores científicas españolas según el llamado Índice H –establecido en función de las citas de sus artículos–, junto con Dolores Caballero (Hematología) y María del Mar Siles (Parasitología). Con su labor investigadora, explora la historia de la tierra utilizando datos registrados en el sedimento marino, concretamente en lo que ella llama, casi con cariño, "mis diatomeas", organismos microscópicos de forma redondeada o alargada que ya existían hace millones de años y que, convertidos en microfósiles, guardan un valioso conocimiento sobre la evolución de los mares y, con ella, la del planeta, una evolución que no es ajena a la mano humana. En 1989, María Ángeles Bárcena trabajó con las muestras de la campaña Antártida-8611, la primera financiada en España, y desde entonces no ha dejado de ahondar en los misterios del Antártico… y en los de otros océanos que esconden tesoros del pasado que ayudan a entender el presente y adelantar lo que puede ocurrir en el futuro si no ponemos remedio.

¿Siguió el camino de la Ciencia por tradición familiar?

No, yo vengo de una familia humilde, de obreros. Mi madre, además de su trabajo en un hospital, primero como pinche y luego como cocinera, vendía ropa a plazos para sacarse un sobresueldo y poder tener a sus hijos estudiando en Salamanca. En la escuela del pueblo estábamos todos los cursos juntos y, como a muchas otras chicas, en cuarto de EGB mi madre decidió enviarme a un internado. No sé por qué, pero en los trabajos que nos mandaban hacer allí siempre me veía en un microscopio, desde los 10 años. Y claro, como soy de Santander, tenía que ser en algo relacionado con el mar.

Llama la atención que investigue sobre el mar desde una tierra tan de secano como Salamanca…

Cuando llega el Bachillerato, eres adolescente, y las cosas cambian. Un grupo de amigas del instituto iba a venir a Salamanca a estudiar, así que en vez de quedarme en Oviedo o en Bilbao para hacer Biología, me vine a Salamanca. Yo quería estudiar el mar, pero aquí, de Biología Marina, nada. Me planteé cambiarme a Galicia y hacer Biología Marina, pero los planes de estudio eran muy distintos y me tocaba estudiar Matemáticas, así que me quedé. Cuando llegué a quinto, comenzó la asignatura de Paleontología, donde se estudiaba la visión temporal de los organismos, no sólo la espacial. En una de las prácticas, un profesor que tuve en quinto nos llevó al mar e hicimos una colección de algas. Me pasé todo el año en el laboratorio determinando algas, y cuando le pregunté al respecto para hacer la tesina me respondió: "Es que el mar está muy lejos, hija". Entonces contacté con José Abel Flores, que en aquel momento era profesor de prácticas, y le dije: "Es que trabajar con mucho fósil no quiero…". Me contestó que no me preocupara, que también hacían cosas que podrían ser actuales. Un día me llamó para comentarme que un equipo acababa de llegar de una campaña en la Antártida y que si quería hacer la tesina en ese campo. Y me quedé.

Así que la vida le puso el mar en bandeja…

Me lo puso en bandeja. Empecé a trabajar con las primeras muestras de la campaña Antártida-8611 (la primera expedición científico-pesquera a la Antártida financiada en España). Fueron en unos barcos pesqueros muy sencillos, el Pescapuerta Cuarto y el Nuevo Alcocero, pero cogieron muestras de organismos en los que nadie había trabajado en este país.

¿Aquella expedición, realizada en 1986-1987, puede considerarse el germen del Proyecto Antártico Español?

Yo creo que la campaña 8611 no se enmarcó todavía en el Programa Nacional de Estudios Antárticos, que vino un poquito después, cuando Josefina Castellví y otros compañeros se fueron a la Antártida a buscar ubicaciones para la Base Antártica Española Juan Carlos I (situada finalmente en la isla Livingstone) y posteriormente empezaron a buscar financiación para el buque oceanográfico Hespérides. Pero antes de que el Hespérides estuviera operativo, se abrió un Programa Polar específico, que fue cuando yo concursé a una beca que me concedieron en 1998. Ya tenía mi experiencia con esas muestras de la campaña Antártida-8611, había presentado una publicación en un congreso y debieron decir: "Ya tenemos a alguien que está haciendo estas cositas con organismos siliceos en el océano". Creo que fui de las primeras becarias de la investigación polar antártica.

¿Cómo fueron los años posteriores a su tesina?

Yo empecé la tesis en 1988. Luego con una beca realicé estancias de formación en Alemania todos los años durante tres meses, y también pedí un proyecto de investigación para irme a la Antártida. Siendo becaria, fíjate, cuando normalmente esos proyectos no se los concedían a un becario. Ni siquiera había acabado todavía mi tesis. Tenía mis conexiones en el centro de investigación polar y marina Alfred Wegener Institute de Alemania, donde estaba mi otro supervisor de tesis. Se preparó la campaña y yo pensé que me apuntaba de cabeza.

Fue intrépida...

Bueno, me iba a ir sí o sí, pero necesitaba financiación para el viaje, para el material térmico, para comprarme una buena parka… Y me lo dieron. Eran los embriones de la investigación polar.

¿Cómo recuerda aquel viaje?

Para mí fue el primero, en 1992. Fue duro, porque fueron dos meses en pleno invierno antártico, y muchas horas de trabajo diario.

¿Rodeada de hielo?

Rodeada de hielo, porque era en un barco rompehielos. Casi todos los compañeros eran alemanes, aunque había algún gallego en la tripulación. Fue como toda campaña: al principio muy bien, llega un momento en que te cansa, y luego vences todas tus angustias y en la segunda parte de la expedición va todo sobre ruedas. Ahora ya no recuerdo lo malo.

¿Qué se siente al estar rodeada de glaciares?

Es algo impresionante, indescriptible. (Muestra algunas fotografías realizadas sobre mar helado en la Antártida "un día que nos dejaron ir caminando un ratito y con motonieves a ver una base"). Las otras campañas también son muy bonitas, aunque no veas hielo.

¿Cómo es la vida en un barco científico, su laboratorio?

Los técnicos tiran los aparatajes, y una vez que sube el material, allí mismo se muestrea para realizar los análisis preliminares. Del barco sales con un informe ya hecho. Trabajas en tu rinconcito, con tu microscopio y tu campana para preparar las muestras rápidamente; ese es nuestro laboratorio: un metro cuadrado para trabajar.

¿Y cómo transcurre el resto del tiempo en un buque como el Hespérides?

El resto del tiempo… Bueno, son 12 horas de trabajo y ocho de sueño, y durante las otras cuatro al final sigues estando en el laboratorio, o hablando todos de lo mismo. O quizás te vas un rato al gimnasio o a la sauna, porque algunos barcos tienen sauna, e incluso una pequeña piscina.

¿Se genera un vínculo particular entre los miembros del equipo?

Sí, se generan muchas relaciones. En una campaña con 20 personas acabas haciendo muchas amistades.

¿En cuántas expediciones ha participado?

En unas seis. A la Antártida sólo fui en aquella ocasión, pero he estado en un par de ellas en el Mediterráneo, en Sudáfrica, por toda la costa sur de América… Pero esas expediciones son más cortas. Con el Hespérides son tres semanas, y también con barco francés. Son más cortas y más llevaderas.

¿Y cómo se llevan esos viajes científicos a la hora de conciliar?

Yo he tenido mucha suerte, porque mi chico apostó siempre por mí, incluso en detrimento de su trabajo.

No es lo habitual…

Cuando yo estaba haciendo mi tesis, él estaba con el MIR. Cuando me fui a Alemania, él trabajaba en Madrid, y al regresar lo haces con postdoctorales y postdoctorales… Vas encadenando contratos, nunca nada fijo, y cuando ya en Salamanca me dieron un contrato Ramón y Cajal vimos que la cosa ya estaba encaminada e iba a tener algo fijo. Uno de los dos teníamos que renunciar a algo, y él dejó la Medicina para no estar yendo y viniendo de Madrid.

El Grupo de Geociencias Oceánicas de la Universidad de Salamanca (GGO) es muy potente. Está reconocido como Grupo de Excelencia y como Unidad de Investigación Consolidada y por su alta especialización está ligado a importantes instituciones nacionales e internacionales. De nuevo llama la atención que un equipo que trabaja desde Salamanca sea tan activo y tan relevante en el ámbito de la investigación marina…

Sí. Ahora tenemos a José Abel Flores en la Agencia de Evaluación de Proyectos. Somos un buen grupo, cada uno tiene sus contactos y sus proyectos en su campo de estudio. Y nos llevamos muy bien.

¿Cómo está posicionada España en cuanto a la investigación de los océanos?

Yo creo que no está mal. En nuestro campo hay grupos muy potentes, y además del Hespérides tenemos el Sarmiento de Gamboa, el buque oceanográfico Ángeles Alvariño... El Sarmiento incluye a investigadores extranjeros y el Hespérides también, y eso nos ha dado mucha visibilidad. Y luego estamos todos en redes europeas… Yo creo que en Geología marina y en Paleoceanografía estamos bien posicionados y con grupos potentes.

El GGO está especializado en estudios sobre el cambio climático, algo que algunos escépticos ponen en duda. ¿Qué piensa cuando escucha ese tipo de mensajes, a veces incluso de boca de personas muy importantes en la toma de decisiones?

Cuando vamos a dar nuestras charlas y yo, casi a modo de broma, pongo las opiniones de Trump, la gente se ríe. Yo creo que los ciudadanos ya saben quiénes son estos señores. Como cuando Rajoy aludió a su primo científico para restar importancia al cambio climático. Yo creo que la gente ya no se los toma en serio…

Pero como no nos tomemos en serio a nuestros gobernantes…

Es cierto. Hay que hacer campañas e ir con los datos en la mano. El cambio climático es una evidencia.

¿Qué secretos revela el fondo de los océanos en relación al cambio climático y al futuro que nos espera?

Yo siempre digo que el fondo del océano es un libro de historia. Los organismos viven en superficie, se mueren y se van enterrando. Y entonces nos dejan un registro histórico de millones de años, o incluso de unos pocos años… Yo trabajo con diatomeas, que son organismos que viven en la columna de agua; viven en el mar, pero también las veo en el continente. Las continentales se transportan por ríos que están desembocando al mar, y también se quedan allí. O pueden vivir en lagos desde donde, si se han secado y hay viento, son transportadas. Cuentan la historia, tanto del mar, como de lo que pudo haber pasado en el continente.

En mi caso, últimamente estoy trabajando con trampas de sedimentos, y esto nos deja registros de los últimos diez, quince años… O vamos a algunas zonas de la Antártida y obtenemos una historia de los últimos 100 años… En el fondo del océano podemos ver un registro donde el ser humano todavía no estaba empezando a actuar. Son los organismos que murieron hace unos cuantos cientos de años, cuando la revolución industrial no estaba actuando todavía, pero si vamos a sedimentos mucho más recientes, ahí ya empezamos a ver cambios. Cuando vamos a nuestras trampas de sedimento, que hablan de los últimos pocos años, podemos tener la referencia de lo que pasa ahora e inferir cambios importantes.

¿Y qué nos dicen esos cambios?

Que de alguna forma el océano se está alterando, que el CO2 está empezando a acidificar el océano. Puede haber cambios en la composición de los esqueletos, y los corales también nos dicen mucho… Si, siendo la misma especie, los esqueletos de organismos que se están formando ahora son distintos a los que se formaron hace 200 años, eso nos está diciendo que está ocurriendo algo. Y si el CO2 que estamos midiendo en las burbujas de aire que están en los hielos nos dice que antes teníamos tantas partes por millón de este gas y ahora resulta que observamos casi el doble, algo tiene que estar pasando… Y cuando vemos las chimeneas echando humo ya sabemos lo que está pasando.

Quizás cuando no vemos el riesgo cerca lo vamos apartando para no pensar demasiado en ello, pero se dice que el cambio climático, a la larga, no sólo tendrá consecuencias sobre la biodiversidad, sino también sobre la alimentación y sobre la salud humana. ¿Se están viendo ya algunos de sus efectos en este sentido?

Sólo hay que ver las noticias: las fiebres hemorrágicas en personas a las que ha picado una garrapata; el mosquito tigre, que no es nuestro, viene de otros territorios; la avispa asiática, que está plagando ya todo el norte y comiéndose a las abejas autóctonas, las que polinizan nuestros cultivos… Lo mismo ocurre con determinadas enfermedades tropicales.

¿Quiere decir que el cambio climático está favoreciendo que determinados vectores encuentren condiciones ideales para actuar fuera de su hábitat tradicional?

Las encuentran, claro, las pueden encontrar. Necesitan calor y humedad. Por suerte, en Salamanca tenemos calor y poca humedad; o mucho frío, y de momento estamos un poco más protegidos en ese sentido…

De momento, dice…

Tampoco hay que alarmar, porque tenemos un sistema sanitario muy bueno. Pero dale tiempo a que haya poblaciones con enfermedades tropicales importantes en nuestras costas, en nuestras zonas más húmedas y templadas, para que luego la transmisión sea directa, de persona a persona, sin necesidad de que haya un vector.

¿El cambio climático va a modificar el paisaje de nuestro mundo?

Seguro. Por ejemplo, inundaciones y gotas frías ha habido siempre; las ramblas del Mediterráneo están para lo que están, para canalizar esas tormentas. El problema es la frecuencia. ¿Una gota fría todos los septiembres? Ahora son varias seguidas, o mucho más intensas… En la Cornisa Cantábrica, Santander se está inundando todos los inviernos. Entra el mar hasta toda la playa del Sardinero, y llegan hasta los restaurantes que están en lo que llamamos el parque de Mesones. Coinciden tormenta y luna llena o luna nueva con mareas altas y se nos inunda. ¿Había pasado antes? Ahora está ocurriendo todos los años.

¿Corremos el riesgo de normalizarlo y no pensar en nuestra parte de responsabilidad o estamos a tiempo de poner remedio?

Por lo menos, de no empeorarlo. El hielo antártico es otra historia, pero si vamos al hielo ártico… Cuando se descongela, la superficie que queda libre de hielo cada vez es mayor. El Ártico se congela todos los años, sí, pero el problema es que ese hielo no se mantiene congelado, que el hielo joven es muy finito, al contrario que el hielo viejo, que es muy potente. Pero ese hielo viejo cada vez es menos.

Todos tenemos en la cabeza imágenes de esos grandes montículos de hielo desmoronándose, mientras los científicos nos advierten…

Son glaciares continentales, y eso es lo grave. Que se deshiele el Ártico va a ser muy grave, tanto para la circulación oceánica, como –y sobre todo– para las comunidades que viven en el Ártico, porque va a cambiar su ecosistema marino, pero eso no va a afectar a la subida del nivel del mar. Es como el cubito de hielo que está en el vaso; aunque se derrita no se va a desbordar. Pero los glaciares continentales se están desmoronando, y ese hielo está encima del mar. Y eso sí va a afectar a la subida del nivel del mar.

(Extracto de la entrevista)

Comentarios

paleociencia

No entiendo porque lo pones con artículo. Es un meneo normal de un medio que se debería poner en ciencia.