Un cheque de un millón de dólares hecho pedazos ante tus narices

En el primer capítulo de Succession, una serie genial que cuenta la tragicómica historia de ficción de una de las familias más poderosas del mundo, asistimos a una escena insuperable. En el cumpleaños del patriarca se celebra un partido de beisbol entre los miembros de la familia, pero uno de ellos tiene que dejar su puesto de bateador porque lo llaman por teléfono. El hermano pequeño invita al hijo de unos criados latinos de unos 8-10 años de edad a ocupar su puesto y le dice que si consigue un home-run le pagará un millón de dólares. Le firma un cheque y después le invita a batear. El niño no consigue el home-run por los pelos y el hermano pequeño rompe el cheque delante del pobre chaval.

Esa escena, escrita por el maravilloso Jesse Armstrong (In the loop, The thick of it, Black Mirror, Veep) describe a la perfección la aporofobia y sociopatía de las clases dominantes, nada nuevo bajo el sol, por brillante que sea. Pero añade un nuevo cariz al horror cuando, después del suceso, uno de los encargados de seguridad del patriarca obliga a los padres del niño a firmar un contrato de confidencialidad para que no puedan contar la historia en la prensa.

Las clases dominantes siempre han sido execrables, pero ahora velan por su reputación. Armstrong cuenta como su madre, después de asistir a un concierto por la paz de John Lennon, se acercó a pedirle un autógrafo y fue bruscamente apartada por el cantante de Liverpool, delante de la prensa, con las palabras, "aparta, piojosa".

Las clases dominantes antes no ocultaban su sociopatía o su profunda deshumanización, realizaban fiestas de recaudación, pero lo hacían mas con vistas tranquilizar su conciencia o dar ocupación a familiares idiotas que por cambiar la opinión que la gente tenía de ellos. La evolución del capitalismo ha añadido una nueva dimensión a esta turba de millonarios que manejan el cotarro económico y cultural: la imagen. Y eso es algo que se extiende a las empresas. Un 60% de los españoles (78% en EEUU) dicen que prefieren comprar productos de empresas socialmente comprometidas aunque sus productos sean más caros. La Responsabilidad Social Corporativa y el Green-Washing compensan y mucho. Ahí tenéis el ejemplo de Estrella Damn, una de las empresas más contaminantes de este país, y su campaña con bailarinas mimos que tanto emocionó a este país. Según Forbes, en los años 70, solo 1 de cada 7 millonarios invertía en cuestiones de índole social y/o reputacional. En 2020 lo hacen el 93% de los millonarios. Las cifras a nivel empresarial son similares.

En el último vídeo de Beyoncé, podemos ver a la artista vertiendo numerosas botellas de champán de 18000 dólares en una piscina en la que se baña. Las críticas al vídeo hicieron que días después, la cantante realizara una donación a una fundación por valor de media botella. Sus fans salieron a defenderla por millones en Instagram y Twitter. Beyoncé ha participado, como embajadora, en varias campañas contra la pobreza de algunas ONGs y también con la ONU.

El capitalismo de hace unos 20 años podría haber llegado a ver normal que al niño bateador le rompieran un cheque de un millón de dólares en su cara, después de todo ya veníamos del Medievo. Pero lo grave, lo realmente grave, es que su abyecta evolución ha conseguido que los pobres, los esclavos, entiendan y crean su destino, que no es otro más que aceptar que la felicidad depende del dinero y de lo que la gente cree que eres, no de tus valores y de lo que realmente eres. Después de todo, Jesse Armstrong dijo que esa escena no es una invención, y que se basa en un suceso que fue protagonizado por un señor que ha tenido acceso al botón nuclear de este planeta durante 4 años, gracias al apoyo inquebrantable y mayoritario de aquellos que nunca conseguirán hacer un home-rum.