En El gran salto, de Joel y Ethan Coen, el botones al que da vida Tim Robbins asciende a director de una de las más importantes compañías de Estados Unidos gracias a una triquiñuela de los accionistas, a quienes conviene sentar en el puesto a un cretino más o menos manejable. Lejos de darse a la holganza, el inopinado gerente cree llegada la ocasión de asombrar al mundo con una idea que, a su juicio, atesora un valor incalculable. Se trata, como recordarán quienes hayan visto la película, de un círculo trazado en un folio, un círculo que […].
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