La idea es sencilla: El influencer paga su comida normalmente, pero el restaurante (tras el servicio) dona comida de igual valor a gente que lo necesite. Después de ello, ambas partes se pueden etiquetar mutuamente en redes sociales, celebrando la buena acción realizada y sentirse bien por hacer del mundo un lugar un poco mejor. El problema es que los influencers no quieren. Ni uno ha aceptado. Y el restaurante hace esta propuesta a docenas de ellos cada año.  
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