Don Ramón Furriguera, tercer conde de Abrefácil, andaba tan satisfecho de su negocio de fabricación de tetrabriks hasta que se le ocurrió buscarse en Google y se le cayó la venda de los ojos. Al parecer, todo se debe a un tonto malentendido que la empresa familiar lleva arrastrando desde su fundación en 1947. «Se ve que el público ha interpretado nuestro título nobiliario, Abrefácil, con algún tipo de instrucción y la forma de ejecutarla: se abre fácil. Curioso, ¿no? A mí nunca se me había ocurrido.»
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