Siempre se decía lo mismo de don Enrique: “Es un buen vecino”.
Regaba las plantas de la señora Julia cuando ella viajaba a ver a sus nietos, ayudaba con la compra al señor Martínez, que había quedado ciego debido a la diabetes.
Cuando la niña de los López desapareció, don Enrique fue el primero en organizar una búsqueda. Caminó calles, pegó carteles y acompañó a los padres con palabras de consuelo. Era un hombre bueno, atento, servicial.
Días después, la policía golpeó a su puerta. Alguien había dicho que lo vieron con la niña antes de su desaparición. Revisaron su casa, su sótano, su jardín.
En el cobertizo encontraron un zapato pequeño. Enrique intentó explicarse, pero los gritos de los vecinos ya lo habían condenado.
Cuando la niña apareció sana y salva en el otro pueblo ya era tarde: don Enrique se había ahorcado en la celda la noche anterior.